La obra de Modiano se desarrolla toda en París, en sus arrondissements, calles, cafés, hoteles de barrio, sus grandes explanadas y avenidas. En cada una de sus novelas esta maravillosa ciudad es su protagonista, la tela de fondo de historias entrelazadas y difusas. A veces es difícil saber quiénes tienen más historias que contar (u ocultar), si sus emblemáticos lugares o sus mismos personajes. Tanto Modiano como las noticias del infame incidente me remitían constantemente a la ciudad. Buscaba señales para entender.
He estado muchas veces en París, recorriéndola a lo largo y ancho de su perímetro turístico de museos, a orillas del sinuoso Sena, en sus plazas, parques y avenidas, o perdiéndome en sus barrios, alejada del bullicio. La última vez que estuve fue hace poco más de cuatro años. En esa ocasión conocí por primera vez la obra de Lucian Freud en el Centre Georges Pompidou. Es cierto: si uno no tiene mucho tiempo para visitar los grandes museos, luego del Orsay hay que ir al Pompidou y no perderse la vista de los techos de París. El dinamismo cosmopolita y multicultural que se desarrolla en esa área cercana a Les Halles es contagioso.
Así que, por mi relación estrecha con la ciudad, el país, la educación y sus culturas y gentes —y lo afirmo en plural, a pesar de que a los franceses les produce urticaria enfatizar las diferencias de sus ciudadanos ante una supuesta unidad—, la violencia extremista en el corazón mismo de la libertad y la laicidad —como dijera el sociólogo francés Edgar Morin— me dejó estupefacta. En estas últimas décadas me pregunté qué se ha venido desdeñando para que esos conceptos de igualdad y fraternidad se vacíen a tal punto que la libertad misma de expresión, de ironía y de sarcasmo tan intrínseco de los franceses sea fulminada por un acto de barbarie.
Como escribieron varios profesores de un establecimiento donde se educaron los autores de los atentados en Charlie Hebdo, los criminales eran ciudadanos franceses. «¿Dónde nos equivocamos?», se lamentaban. Algunos políticos, como el alcalde de la ciudad de Tourcoing, hacían eco indicando que la tragedia era un fracaso de las instituciones y del sistema educativo. El país del espíritu crítico, de la argumentación y la contrargumentación, de las síntesis, del cartesianismo, de la confrontación directa. ¿Qué sucedió? ¿Qué hace que algunos no se sientan ciudadanos o parte del contrato social? Podrán ser una minoría, pero esta es determinada y eficaz en sus objetivos.
En los próximos años Francia tendrá que pensarse y sanarse de estas heridas. El director del diario Libération lo pone en esos términos y, en una lista de demandas al estilo del cuarto estado, reconoce las fracturas sociales, reclama una lucha por medio de la educación y la razón y apela a un examen de conciencia de los dirigentes de las economías europeas arremetiendo contra la austeridad, la precariedad y la exclusión de los jóvenes. Pero creo que es hora de ir poniendo sobre la mesa un debate menos prejuicioso sobre el mito de la unidad francesa y la sociedad que no mira ni mide las diferencias de identidad. ¿No las ponía semanalmente en evidencia Charlie?
Me encantaría saber qué opina Modiano en estos días. En su novela habla de zonas neutras. Dice que son zonas intermedias, tierras de nadie, en tránsito, en suspenso. Así, pareciera ser la cohabitación para algunas comunidades con orígenes fuera del hexágono. En estas fronteras pareciera estar en contención el concepto de libertad. Este valor universal debería ser punto fijo, pero hoy en el mundo está en cuestionamiento y el debate es bienvenido. No para restringirse bajo ningún punto de vista, sino para encontrar las mejores claves y así educar para la libertad. Pero Modiano no ofrece opiniones políticas.
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