–No he entendido una sola palabra –me dice, estupefacto.
Reflexiono unos instantes y luego, con menos entusiasmo, le doy una explicación menos técnica, conservando algunas geodésicas, pero haciendo intervenir aviadores y disparos de revólver.
–Ya entiendo casi todo –me dice mi amigo, con bastante alegría. Pero hay algo que todavía no entiendo: esas geodésicas, esas coordenadas…
Deprimido, me sumo en una larga concentración mental y termino por abandonar para siempre las geodésicas y las coordenadas; con verdadera ferocidad me dedico exclusivamente a aviadores que fuman mientras viajan con la velocidad de la luz, jefes de estación que disparan un revólver con la mano derecha y verifican tiempos con un cronómetro que tienen en la mano izquierda, trenes y campanas.
–Ahora sí, ¡ahora entiendo la relatividad! –exclama mi amigo con alegría.
–Sí –le respondo amargamente-, pero ahora no es más la relatividad.”
Más claro, imposible. Es una de las grandes dificultades de la divulgación. Al comunicar la ciencia al público se corre el riesgo de simplificar las cosas al punto de transmitir una información deformada o incluso equivocada. Si a Sábato le daba depresión, a mí lo que me da es miedo. Le temo a la analogía vacía, mal utilizada o mal interpretada, que es un riesgo tanto mayor cuanto más superficial sea el conocimiento del tema por parte del divulgador. Uno debe ser respetuoso, tanto del conocimiento –que harto trabajo le ha costado a la humanidad–, como del interlocutor. Comunicar ciencia es una responsabilidad y sólo puede asumirse con humildad. Lamentablemente, hay “divulgadores” que no comparten esa humildad ni ese respeto. Por ejemplo, casi me infarto cuando un tipo habló de placas teutónicas en una conferencia para niños. ¿Error de pronunciación? No, estaba escrito tal cual en su presentación. Y ha participado en eventos al lado de gente especializada en ciencias como si tuviera igual preparación. Eso pasa cuando los organizadores no saben distinguir entre una persona competente y otra que no lo es. La falta de criterios mínimos hace que el hablado rimbombante prevalezca sobre el conocimiento real. Quizá esa vez el error fue inofensivo, pero no siempre lo es.
Entonces, preocupa que la divulgación caiga en manos equivocadas, que los medios tergiversen las publicaciones de los centros de investigación para producir titulares llamativos pero plagados de datos errados, preocupa la charlatanería.
Mi idea de la divulgación científica era la de un comunicador intencional y una audiencia consciente, independientemente de los recursos utilizados para compartir la información. Un artículo me hizo ver la estrechez de mi concepto. La comunicación de la ciencia ocurre de maneras mucho más diversas y con interlocutores que no necesariamente tienen intención o conciencia de ello. La hacen científicos, periodistas, activistas ambientales, visitadores médicos, representantes de farmacéuticas, publicistas, etc., por medio de libros, artículos, charlas TED, conferencias, transmisiones de radio, promociones de productos o tecnologías avanzadas, páginas de internet, lo que se le ocurra. Piense en esto cada vez que escuche o lea las palabras “científicamente comprobado”, o cuando vea gente con batas blancas en los anuncios de la televisión.
Somos consumidores de “información científica”. El vertiginoso avance científico y tecnológico puede hacer que para una persona común parezca algo misterioso, oculto, más respetable y creíble mientras menos se comprenda. Lo malo es que esto huele a dogma, a magia, y la ciencia dista mucho de eso. La ciencia no confunde, aclara. Hace la diferencia entre un consumidor incauto y uno con criterio para discernir entre un estafador con palabras raras vendiéndonos cualquier tontería y una información confiable. Es el detector de patrañas del que hablé varias columnas atrás.
Esto me confirma la importancia de hacer divulgación científica, a pesar de sus dificultades: por un lado, que los comunicadores acerquen la ciencia al público de forma responsable y, por el otro, que las personas se interesen por informarse. Citando a Sagan: “Es peligroso e imprudente para el ciudadano promedio permanecer ignorante acerca del calentamiento global, la disminución del ozono, la contaminación del aire, los desechos tóxicos y radiactivos, la lluvia ácida, la erosión del suelo, la deforestación tropical, el crecimiento exponencial de la población. Los trabajos y los salarios dependen mucho de la ciencia y la tecnología…”.
Para aprender ciencia tenemos que hablar de ella, en los espacios que surjan y en los que haga falta. Entonces, ¡hablemos de ciencia!
*Let’s talk about sex, canción de la banda Salt-n-Pepa del álbum Blacks’ Magic (1991).
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