En esto, las religiones funcionan como una justificación ideológico-cultural. ¿Por qué los poderes han sido siempre masculinos y misóginos? Esto demuestra que, hasta ahora, las religiones son machistas.
Reconociendo que los prejuicios culturales siguen presentes en la humanidad pese al gran progreso de los últimos siglos, desde una noción occidental (eurocentrista) podría pensarse que son religiones "primitivas" las que consagran el patriarcado y la supremacía masculina, mientras que eso no sucede en sociedades "evolucionadas". Igualmente, desde un prejuicio eurocéntrico puede decirse que la dominación masculina queda glorificada en religiones que, al menos en Occidente, son vistas como fanáticas. Así, por ejemplo, dice el Corán que: "Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Alá ha elevado a éstos por encima de aquéllas".
Incluso podría decirse que si la religión católica consagró el machismo, eso fue en tiempos muy lejanos. Por ejemplo, cuando San Agustín escribe: "Vosotras, las mujeres, sois la puerta del Diablo: sois las transgresoras del árbol prohibido: sois las primeras transgresoras de la ley divina". O cuando Santo Tomás de Aquino expresa: "Yo no veo la utilidad que puede tener la mujer para el hombre, con excepción de la función de parir a los hijos".
Las religiones ven en la sexualidad un "pecado". Sin dudas, ese es un campo difícil, pero no porque lleve a la "perdición" (¿qué será eso?) sino porque es la patencia más absoluta de los límites de lo humano. La sexualidad fuerza, desde su condición anatómica, a "optar" por una de dos posibilidades: "macho" o "hembra". La constatación de esa diferencia real no es cualquier cosa: a partir de ella se construyen nuestros mundos culturales, simbólicos, de masculino y femenino, yendo más allá de la realidad anatómica. Esa construcción es la más problemática de las construcciones humanas, siempre lista para el desliz, para el "problema", para el síntoma. A partir de esa construcción simbólica se "construyó" masculinamente la debilidad femenina. Así, la mujer es incitación al pecado, a la decadencia. Su sexualidad es invitación a la perdición.
Toda esta misoginia podría entenderse como producto de la oscuridad de los tiempos, del atraso que imperó siglos atrás en Occidente, o que impera aún en muchas sociedades contemporáneas que "deben madurar" (y que aún lapidan en forma pública a las mujeres adúlteras, o les obligan a cubrir su rostro ante varones que no sean de su círculo íntimo). Pero es para caerse de espaldas saber que hoy, entrado ya el siglo XXI, la Iglesia católica sigue preparando a las parejas que se casarán con manuales donde puede leerse: "La profesión de la mujer seguirá siendo sus labores, su casa, y debería estar presente en los mil y un detalles de la vida de cada día. Le queda un campo inmenso para llegar a perfeccionarse para ser esposa. El sufrimiento y ellas son buenos amigos", tal como puede consultarse en "20 minutos Madrid" del 15/11/2004, página 8.
El actual papa Francisco tiene como uno de sus objetivos darles un lugar mucho más protagónico a las mujeres en la práctica de la religión católica desde la institución vaticana. ¿Futuras sacerdotisas? Quizá. ¿Por qué no? Es hora que la Iglesia y las religiones se modernicen en muchos aspectos, que formulen una genuina autocrítica, que evolucionen. ¿Quién dijo que el pecado es femenino? ¿Por qué varones misóginos deberían decidir el destino del cuerpo y la vida de las mujeres? Estamos llamados a formular una revisión crítica de todo esto.
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