Algo dejan muy claro: en ese tipo de partidos nadie se salva. Son conservadores liberales, de centroderecha o derecha atiborrados de militares. Y en el PP español se confiesan farisaicamente inspirados en valores del humanismo cristiano.
Castelao Bragaña la dijo en octubre del 2012 y fue obligado a dimitir como presidente del Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior. García Ruiz la expresó en septiembre del 2014 y se le inició un proceso a través de la Secretaría de Equidad de Género.
¿Reconoce usted, estimada lectora o estimado lector, alguna similitud con el PP guatemalteco u otros partidos similares?
Yo creo que sí. Por eso dejemos de lado a los políticos machistas de México y España y analicemos algunas conductas de los nuestros.
Durante la Semana Santa, el partido Unidad Nacional de la Esperanza exhibió a mujeres con diminutas prendas de vestir en el puerto de San José. Su objetivo, una campaña anticipada a los plazos que fija la ley. Fue orquestada, según la prensa nacional, por el diputado Domingo Trejo, subjefe de la bancada verde y blanco. A diferencia de los políticos español y mexicano, a este solamente lo destituyeron de su puesto dentro del partido.
Para entender semejantes caballadas es preciso revisar el machismo que predomina en esas asociaciones, donde en el mejor de los casos consideran que las mujeres son para usar gabacha y delantal y que su destino es la cocina. Para muestra, un botón. ¿Cuál es la relación porcentual entre candidatos y candidatas a ocupar un puesto de elección popular en nuestras próximas elecciones? ¿Y cuántos son los hombres que en una reunión de esas risibles asociaciones se dedican a servir las viandas, que indudablemente preparan las damas voluntarias?
Nada de voluntarias. Son mujeres con más capacidad que muchos de los hombres que en el tablado figuran espetando incoherencias. Y a ellas no se les ha dado su valor ni como damas ni como líderes.
Amolados estamos. Este tipo de fantoches que juegan a candidatos —claros estamos— no tienen ningún pensamiento ideológico. Hoy son verdes, mañana blancos, pasado mañana anaranjados, la siguiente semana rojos. No importan para ellos el color ni lo que signifique. De lo que sí podemos estar seguros es de que tienen un matiz en común: el color negro de sus conciencias. Y aunada como intento de ideología, la negación de la mujer como sujeto.
Por esas razones me parece risible escuchar, en esa campaña adelantada que todos se traen, argüir la democracia como senda segura —según ellos— para Guatemala. ¿A cuenta de qué la machacan si su autoridad impositiva antifeminista invade hasta su propia casa? Y conste que no delibero, cuando menos no aún, acerca de los detalles íntimos de su vida privada, que dejará de serlo en cuanto se coloquen el traje de candidatos.
Recuerdo que hace no más de dos décadas un presidenciable dijo a sus aspirantes a diputado: «No quiero candidatos que, ya estando en el puesto, a los tres meses cambien carro, a los seis meses casa y al año mujer». Pues asústese usted: algunos fallaron por tres semanas más o menos en vía contraria a lo pedido por su líder.
De ese partido recuerdo, aquí en Alta Verapaz, que de un día para otro sus integrantes se autodenominaron socialcristianos (siendo de la derecha recalcitrante) y como filosofía decían que había que rezar el padrenuestro y el avemaría antes de empezar sus reuniones (por socialcristianismo entendían rezar). Por supuesto, visto que se escaparían los votos de los grupos evangélicos, echaron pasos atrás.
La amenaza esa, la del machismo en los políticos, no debe quedar a tono de chiste. Están en peligro la sociedad misma y, a nivel personal, la pérdida de nuestra cordura. Y para merma de sensatez en Guatemala, suficiente hemos tenido con el menoscabo que han lucido Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti.
Más de este autor