La continuidad insolente de los discursos de los representantes de partidos sigue mostrando nuestra escasa cultura política. En lugar de esta, las descalificaciones mutuas y las complicidades estratégicas evidencian que los partidos fungen como empresas con marca y no como instituciones representativas con capacidad de intermediar en la sociedad.
No deja de sorprender quiénes o qué partidos han anunciado unirse, por ejemplo, a Baldizón (no al partido Lider). Un individuo que a todas luces demuestra cuan oportunista es, con solamente abrir la boca para aprovecharse de cualquier circunstancia que le posicione públicamente. Se considera un enviado divino, un empresario mesiánico.
Anunciar su campaña proselitista como una “cruzada”; nutrirse de un argumento de 9.99 con la futura implementación del bono 15; afincar su fuerza en la pena de muerte y declarar que no apoya la creación del Estado de Palestina, advierte sobre las sorpresas que nos esperan si gana en segunda vuelta: conservadurismo, fundamentalismo, lucro e improvisación.
Lo más burdo es ver personas y partidos que se ajustan a los deseos y caprichos de quien, seguramente, ganará la presidencia. Algunos se justifican en evitar que Otto Pérez Molina gane porque es volver al pasado. De alguna manera puede que sea así, pero, si observamos y pensamos de manera analítica y crítica la historia guatemalteca, parece que todavía vivimos en ese pasado con formas actualizadas de maquillaje. No porque haya ejército y guerrilla, sino porque las contradicciones de fondo de nuestra sociedad persisten y se opacan con el consumismo, la creencia ciega en una democracia de cartón y la búsqueda de reconocimiento internacional.
Pero no solo Baldizón preocupa. Lo terrible de Otto Pérez no es exclusivamente su participación en el genocidio cometido en Guatemala y que, de llegar a ganar la presidencia, obstaculice los procesos en la búsqueda de justicia por desapariciones y masacres cometidas por el ejército guatemalteco. La clave está en lo estratégico que resulta él para garantizar el status del sector empresarial nacional, el capital transnacional, y el respiro para el gobierno estadounidense como aliado en la región centroamericana y México.
Las elecciones solamente garantizarán el reacomodo del escenario político y quizá negociaciones en la disputa por el control del Estado y las franjas territoriales para el narco, el capital extranjero y la perduración de una oligarquía enquistada en un marco económico de dependencia hacia el exterior y de expoliación hacia dentro del país.
Ni Pérez ni Baldizón, no porque sean iguales en su accionar sino porque los dos tienen serios señalamientos en su contra, representan los intereses históricos y concretos de la sociedad. Menos las adhesiones a los dos partidos en competencia por la presidencia y vicepresidencia de quienes avalan este horrendo espectáculo, sean partidos, periodistas, empresarios, religiosos, etc.
Insisto en que las elecciones son la legitimación de un sistema que debe cambiar. El voto no resuelve mayor cosa. Garantiza la perdurabilidad de un orden carente de principios éticos, filosóficos y políticos. No es participativo y se mantiene por la fragilidad emocional de los votantes.
Lo alternativo a ello es comenzar a trabajar en discusiones reales y en construirnos políticamente fuera de estos espacios viciados. Debe apresurarse el paso a desconocer toda esta trama porque los contextos están cambiando en el mundo, ya nos lo han demostrado en Asia, África, algunos países europeos y los mismos Estados Unidos con las recientes protestas civiles.
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