Luis Alarcón, un amigo que a juicio mío debiera ser el único diputado por Alta Verapaz, dice de todas las costumbres y tradiciones que nos exportaron los europeos: «Nos llegaron como la chinga del café». Se refiere Luis a lo atrasado, equivocado y descontextualizado del conocimiento recibido. Harta razón tiene. En este caso, hasta páginas serias de Internet proveen información distorsionada: Desde conceptualizar tal quema como «una limpia espiritual» hasta una manera barata y fácil de exorcizar a pobres diablillos de papel que simbolizan algunas faltas de conciencia. Los más, aprovechan la ocasión para deshacerse de la basura que han juntado en sus viviendas durante todo el año.
Dado que en Guatemala, las fiestas decembrinas se prestan para la meditación y consecuentemente al análisis, no está demás revisar esa chinga y exorcizar algunos males. Veámoslos.
El primero: Es inaudito que en Guatemala, en pleno siglo XXI, hayan muerto cuatro niños a causa de haber ingerido sopas instantáneas recogidas en un lugar donde conseguían sus alimentos diarios: El basurero de la ciudad capital. Concretamente, en el vertedero sanitario (¿cuál es lo sanitario?) de la zona 3. Ah, la maldita pobreza extrema. Miseria provocada por un demonio que se sienta en misa o en el culto junto al cachureco o la fanática que se golpea el pecho y se rasga las vestiduras al leer una protesta como la presente. O se abraza en los megatemplos con el gritón del escenario y el hipócrita del palco. En este contexto, ese mal tiene tres rostros: La injusticia, la hipocresía y la dureza de corazón.
El segundo: Nuestra deuda pública. Según los medios de comunicación asciende a poco más de 111 millardos. Casi mitad a mitad: a deuda interna y deuda externa. Me pregunto: ¿Somos un país viable económicamente?, ¿son congruentes los salarios de ciertos funcionarios públicos ante semejante compromiso?, ¿no es acaso el momento de reducir categorías como el número de diputados y salarios de funcionarios empezando por el Presidente y la Vicepresidente de la República?, ¿será tan necesaria esa catizumba de asesores en el congreso (con minúscula), los ministerios y en cada estamento medio del Estado cuando demostrado está que para nada sirven? Bueno, sí, son útiles para cortar cabezas cuando de apagar fuegos se trata.
El tercero: El presupuesto aprobado para el año 2015. Aunque usted no lo crea, subirá en aproximadamente 5%. Significa la bicoca de 71 mil 840.8 millones de quetzales. Y, aunque usted no lo crea, ¡hasta los sectores empresariales ultraconservadores están protestando! Por supuesto, tienen basa para hacerlo. Y han amenazado con un paro nacional. ¿Será posible que les echemos encima la policía y el ejército si lo llegan a hacer? Ellos lo piden cada vez que un campesino protesta. Sin perjuicio de ese reparo (el de quienes más evaden impuestos), la aprobación de semejante presupuesto fue indecente y poco digna. No hay transparencia y todos sabemos, como un secreto a voces, a qué bolsillos irá a parar ese dinero producto del endeudamiento y del pago de quienes sí cumplimos con el fisco.
Creo (de certeza, no de duda) que a esos demonios sí debemos quemar. Me refiero a esos ídolos —señalados por el episcopado latinoamericano—: El poder, el placer y el tener que provocan injusticias como la sucedida con los niños intoxicados y muertos por intentar paliar su hambre; una deuda externa e interna que nos hace países de Cuarto mundo (porque viables difícilmente somos) y un grosero presupuesto aprobado por personas de quienes se puede decir: tiene más vergüenza la cara de la llanta de un carro que el rostro de ellos y ellas.
Cuenta la tradición popular que la tarde del 7 de diciembre de 1854, cuando Pío IX dio a conocer la bula Ineffabilis Deus que sería proclamada el día siguiente, el pueblo eufórico salió a las calles de Roma y en una espontánea muestra de fe quemaron supuestos documentos presentados en contra del dogma de la Inmaculada Concepción. De allí viene La quema del diablo.
A 164 años de aquel hecho, es el momento de que el pueblo de Guatemala salga, con los pies en la tierra, a quemar los demonios reseñados en este artículo. Mismos que nos han convertido en un pueblo de pecado, porque, para quienes somos cristianos (la mayoría de diputados y gobernantes así se proclaman) no pueden pasar desapercibidas las palabras del profeta Oseas 6:6: «[…] Misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que de holocaustos».
Los diablitos rojos incinerados ayer nada significan. La pobreza extrema, el hambre y la falta de transparencia en el manejo de la cosa pública tienen como fundamento la podredumbre que defenestra la práctica de la verdad y la justicia en nuestras sociedades.
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