Recientemente, luego de un examen parcial, nos sentamos a dialogar acerca de su futuro. Textualmente me dijo: “Guatemala es el país de las oportunidades, mismo si usted está del lado del bien o del lado del mal. Es el país de las oportunidades”.
La visión que él traía es que en Guatemala se puede hacer de todo. Circunstancia que no puede lograrse allá tan fácilmente o, no puede lograrse. Me habló de la facilidad con que acá se puede abrir una tienda, un puesto de venta de comida en las calles o una oficina profesional. Y asentí por experiencia propia. Pero también, me ilustró acerca de la facilidad con que, cualquier persona, puede enredarse en lo delictivo y lo punible.
El futuro experto en ciencia política, me previno sobre la facilidad con la cual en Guatemala se retuerce la ley para conseguir fines aviesos. “Lo peor de todo” me dijo, “es que, con tal de lograr sus propósitos, pasan llevándose el bien común”.
Recordé entonces un contexto muy actual, enrarecido por lo que, a juicio del alumno y mío, es producto de la ambición y la avaricia: La Ley de Control de las Telecomunicaciones Móviles en Centros de Privación de Libertad y Fortalecimiento de la Infraestructura para la Transmisión de Datos, y sus posibles consecuencias.
Nos llamó la atención la facilidad con la que los diputados (con minúscula) la aprobaron y las resoluciones de la Corte de Constitucionalidad en orden a las impugnaciones que pretendían frenarla. El estudiante abrió su mochila y extrajo la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del Papa Francisco. Me leyó partes del numeral 218 que dicen: “La paz social no puede entenderse como un Irenismo o como una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros”. Y luego comentó: “Cuando la gente comience a defender su espacio habrá muchas resistencias como en La Puya”.
Recordé a la sazón que, los desleales diputados que aprobaron “de urgencia nacional” la dichosa ley, no descuidaron plasmar en la misma, penas de cárcel y económicas para quien defienda lo suyo. Significa que si yo tengo un terreno donde cultivo pimienta pero a los señores empresarios les interesa colocar allí una torre, pueden hacerlo sin pena alguna y desmochar cuanto árbol de dicha especie les convenga. No interesa cuánto valga cada árbol.
Revisamos el numeral 220 de la Exhortación Apostólica citada, y en consonancia con la justicia, reza en el inicio: “En cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos responsables en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes”. Me vino a la mente un diputado católico, apostólico, romano (y mentiroso digo ahora yo), a quien lo vi hecho un tatachín en una procesión de Semana Santa. Su rostro contrito y su mirada piadosa infundían devoción y lástima. Después de reseñar aquel momento comenté al futuro politólogo: “¿Habrá leído ese soquete el documento papal si tan católico se dice?”. Mi alumno, colocó su dedo pulgar derecho entre los dedos índice y medio de la misma mano y haciendo una conocida expresión gestual soltó una carcajada. Yo también reí.
Creo entonces, es tiempo de purgar iglesias, asociaciones religiosas, templos, etc. Es el tiempo de los legítimos pastores para orientar sana y sabiamente a su pueblo. No da para creer que en esas instituciones (Congreso, Corte Suprema de Justicia, Corte de Constitucionalidad, etc.) haya católicos, evangélicos, Opus Dei, masones, etc. y cometan cuanta tropelía se les ocurre o les piden contrarias a los preceptos filosóficos o religiosos que dicen practicar. Por supuesto, manteniendo la sana delimitación entre Iglesia y Estado. Me refiero concretamente a, echar a los vendedores del templo.
¿Será posible que así se abochornen?, o, ¿tiene más vergüenza la cara de la llanta de un carro?
Mi alumno votó por la llanta. Dejamos pendiente el tema de la justicia.
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