El doctor paró el aparatito untado con gel en la panza de la mujer tendida en la camilla. Ella me agarró la mano. La vi con ternura. Ella, nerviosa, oyendo al doctor, que dijo: «Es mujer». Brenda gritó de emoción. Yo, en silencio, sin ninguna expresión, tuve miedo.
Miedo profundo, atávico, ancestral, que llegaba al inicio de los tiempos cuando los primeros humanos se reunían y dividían el trabajo. Mujer en Guatemala, mujer en el mundo. Qué podría hacer yo para dotarla de fuerza, determinación, valentía y autonomía en este mundo agresivo y delator. Tenía miedo latente desde que supe del embarazo y emergió.
Mi madre, en plenos años 60, se había casado con un guatemalteco, un moreno exótico de un paisito solo conocido por el dicho de Guatepeor. Era mi primer referente, navarra hija de la posguerra y de la dictadura en una casa de muchas mujeres y muchos silencios. Con esa decisión rompía normas. Era transgresora. Siempre lo fue. Lo sigue siendo.
Tantos divorcios que he visto. Tanta irresponsabilidad, tanta familia rota. Niñas de la mano de niñas por la calle, domingo de iglesia, con sus zapatitos negros, cruzando el semáforo, madre, abuela, hija pequeña. ¿Adónde se fueron los hombres en este país?
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Cómo dotarla de fuerza sin perder la ternura, de realidad sin caer en el cinismo. Cómo llenarla de amor y de criterio. Cómo llegar al equilibrio. Cómo salvarla del maltrato, del abuso, de los gritos en la calle, del asesino, del violador. Cómo darle la fuerza de oponerse a la piedra contumaz que corta historias de futuro. Cómo evitar el acecho en sótanos vacíos de jefes abusadores, de compañeros con olor a guaro rancio. Cómo enseñarle a escoger. Cómo saberse dueña de su cuerpo, de su sexo, de su corazón, lejos de culpas y de roles sin sentido. Cómo sopesar las mejores opciones en cada bifurcación de su camino.
Soy hijo del sistema patriarcal. Lo sé. Lo asumo. Identifico mi machismo, mis errores. Grandes malas decisiones y otras sabias me tienen aquí hoy pensando en las alertas Alba-Keneth e Isabel-Claudina, sintiendo la misma opresión que sentí cuando intentaron matar a mi esposa, la piedra traidora en el carro, los cuarenta puntos en la cabeza, el cubículo de emergencia, el olor a sangre coagulada, la muerte rondando mi espalda, el grito en el teléfono, el tráfico infernal, la maldita incertidumbre. Pero también la admiración profunda y sin falsos velos que siento por ella enfrentándose cara a cara al asesino frustrado y a sus propios miedos, referente de mujer.
Leo acerca del cuerpo de la patoja desechado como una basura más en Santa Elena Barillas. Veintidós años, sin cara, sin pelo, arrancados como a una muñeca rota. Una semana ha pasado de eso. Es historia. Qué le importa a Guatemala la violenta.
Once años, la mitad de la vida de esta otra patoja, tiene mi hija. A ella le doy una y otra vez mi vista para que la deseche, mi experiencia para que se ría de ella, mis manos para que las suelte, mi voz para que la calle, mis letras para que las junte distintas, mi abrazo para que se aleje cuando esté lista, mi aliento para que se confunda con su aire, mi amor para que acuda como recuerdo y fortaleza.
Malena es nombre de tango, de libro, de película. Malena todavía es la niña de papá.
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