La multitudinaria concentración, aquel 28 de agosto de 1963 en las escalinatas del monumento a Lincoln, es recordada principalmente por el discurso de 16 minutos de Martin Luther King Jr., en el cual el preclaro reverendo incita, con su característica vehemencia, a poner un alto a la segregación racial que subsistía cual apartheid en la sociedad estadounidense. Pero el famoso discurso I Have a Dream (Yo tengo un sueño) era solo una parte de la convocatoria. En la mitología patriótica, los últimos dos minutos son los que menos incomodan y que mejor nutren el ethos individualista de sus ciudadanos.
El motivo principal de la marcha y por la cual el Departamento de Justicia incluso envió agentes para prevenir cualquier acto de violencia o discurso inflamatorio era en realidad otro, uno de justicia social e igualdad: la demanda de empleo bien remunerado con oportunidades para todos. Los organizadores de la marcha proclamaban, como indican Martin Benett y Fred Glass, que empleo digno y libertad estaban estrechamente relacionados. El propósito era denunciar a los gemelos malignos de la discriminación y la penuria económica. Sus organizadores eran líderes afroestadounidenses radicales (entre ellos el socialista A. Philipp Randolph y el activista de derechos humanos y consejero de King, Bayard Rustin), siendo su principal objetivo la transformación socioeconómica de la sociedad estadounidense.
Benett y Glass apuntan al menos dos aspectos importantes, 50 años después de aquel hecho histórico, que son relevantes para los movimientos sociales contemporáneos:
La persistente presión de múltiples actores. Una coalición multirracial amplia de organizaciones de derechos civiles, sindicatos y denominaciones religiosas progresistas estuvo a la cabeza de la marcha. Lo que los unió fue un objetivo común: entender que el éxito para obtener plenos derechos civiles y sociales residía en la combinación de un movimiento social pacífico con presión constante desde abajo y la aprobación de una legislación integral de derechos civiles entrampada desde hacía varios años en la administración del presidente John F. Kennedy.
Desigualdad racial acentuada. A pesar de que en la siguiente administración, la de Lyndon B. Johnson, el Congreso finalmente sancionó la Ley de los Derechos Civiles de 1964, la Ley de Oportunidad Económica de 1964 y la Ley del Derecho al Voto de 1965 como resultado de la Marcha de Washington, las demandas económicas de amplios sectores de la sociedad estadounidense se han quedado estancadas. Como es bien sabido, la concentración de la riqueza en Estados Unidos se ha acentuado en los últimos 30 años. Los ingresos del uno por ciento de los hogares han aumentado 240 por ciento, mientras que los del tercer quintil solo 19 por ciento. Un cuarto de trabajadores blancos y la mitad de asalariados afroestadounidenses son trabajadores pobres, con ingresos menores de US$44,000 anuales en 2011. El desempleo es mayor para los hispanos (13 por ciento) y los afroestadounidenses (16 por ciento), mientras que ronda en un 8 por ciento para los blancos.
Como afirman tantos otros analistas, es claro que ha habido avances significativos desde que se prohibió legalmente la segregación de los ciudadanos afroestadounidenses, siendo los momentos más trascendentales de sus conquistas civiles la elección del presidente Obama en 2008 y el inicio de su segundo mandato en el cincuentenario de tan importante evento. Sin embargo, basta echar un vistazo a los indicadores socioeconómicos de grandes segmentos de la población negra (y cabe agregar de otros grupos étnicos) para caer en cuenta de que, sin un movimiento social renovado que empuje al Gobierno a combatir las disparidades con mayor empeño, urgencia y firmeza, aquel sueño de las pasadas generaciones podría transformarse en una pesadilla a largo plazo. Si no, miremos el caso de bancarrota de la ciudad de Detroit.
Cuando leo sobre la situación de precariedad y violación de derechos laborales en la que subsisten todavía los trabajadores agrícolas en Guatemala, la mayoría de ellos indígenas, oigo cómo reverbera el mensaje universal de King y me pregunto cuántas marchas más serán necesarias para que los preceptos y las promesas contenidas en los artículos 2.º y 4.º de la propia Constitución pasen de la retórica a la realidad.
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