A muchos de nosotros, hombres y mujeres, nos asusta esta mujer “mala”, independiente, ardiente y devoradora de hombres. Imaginen por un momento, a su madre insinuándose sexualmente a un hombre, que puede ser su padre o no. Imaginen a sus esposas vestidas seductoramente y en actitud provocadora buscando sexo, con sus maridos o no. Imaginen a sus novias seguras indagando su sexualidad, conociéndose y gozándose. Incómodo, ¿no? Nos sentimos más a gusto con la madre sacrificada que cuida a los niñ...
A muchos de nosotros, hombres y mujeres, nos asusta esta mujer “mala”, independiente, ardiente y devoradora de hombres. Imaginen por un momento, a su madre insinuándose sexualmente a un hombre, que puede ser su padre o no. Imaginen a sus esposas vestidas seductoramente y en actitud provocadora buscando sexo, con sus maridos o no. Imaginen a sus novias seguras indagando su sexualidad, conociéndose y gozándose. Incómodo, ¿no? Nos sentimos más a gusto con la madre sacrificada que cuida a los niños, la esposa sumisa que espera y sirve al marido, la novia silenciosa que se sonroja cuando se habla de sexo y que no tiene opinión acerca de sus partes erógenas.
Pero la realidad es que la mujer es un ser integral, incluido el sexo, que necesita realizarse en todos los planos de su existencia para ser feliz, pero por tabú tratamos de ocultar su sexualidad, y su deseo. Aquello que exaltamos del macho, se lo negamos a la mujer. El hombre se engalana como único portador y depositario absoluto del sexo. Él busca, corteja, seduce, y muestra abiertamente su deseo, y no por esto deja de ser padre, esposo o novio. Es más, la sociedad lo recompensa convirtiéndolo en mejor cónyuge, compañero y progenitor.
Sin embargo, las mujeres que disfrutamos del sexo somos más alegres, positivas y nos realizamos mejor en los otros planos de la vida (el hogar, el trabajo, el estudio, la política, etc). La realización sexual de la mujer se convierte en un factor determinante de eficiencia: hogares más felices, mayor productividad en el trabajo y en el estudio, mejores líderes. Entonces, ¿por qué negarles y negarnos esta realización si la sociedad en su conjunto ganaría con más mujeres “malas”?
En mi último cumpleaños, quería de regalo un vibrador. Fuimos con mi esposo a una sex shop en l zona 9 y escogí el más apropiado a mis necesidades y gustos, un Impulse Jack Rabitt, con siete niveles de vibración y pulsaciones en escala. Era una incrédula de la tecnología, hasta que llegó a mis manos este aparatico. Ahora soy orgullosamente “mala” y tecnológica.
Y tú, ¿qué esperas?
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