Desde tiempos inmemoriales, hay una constante que caracteriza al ser humano: el ansia de acumular el poder. En la antigüedad, la metáfora del “Anillo de Giges”, utilizada por el gran filósofo griego Platón, sirve de ejemplo para ilustrar que la impunidad, el ansia por el control y maldad humana, son aspectos distintivos del ser humano.
Muchos siglos después, otro gran filósofo, Thomas Hobbes, planteaba un análisis similar: El hombre es el “lobo del hombre”, por lo que el ansia de acumular el poder y el deseo de imponer la voluntad sobre el resto, sigue siendo la característica principal del ser humano.
América Latina ha sido un territorio fértil para probar estas consideraciones teóricas: un recuento de los relevos presidenciales en la región nos da un indicio de lo extendido que se encuentra este problema:
“Si hacemos la cuenta del total de pronunciamientos militares documentados, entre 25 países, desde 1902 hasta la última jugarreta de golpista en Venezuela (2002), resultarán 327 golpes de estado”, Modesto Emilio Guerrero.
La creciente intolerancia de la comunidad internacional a los golpes de Estado empezó a frenar esta vieja tendencia golpista; sin embargo, el “ingenio” latinoamericano encontró la manera de perpetuar el deseo de gobernar sin cortapisas: entonces se empezó a ensayar el modelo de “Golpe DESDE el Estado”: la modificación del andamiaje jurídico para evitar la alternancia democrática y para favorecer la concentración del poder en el Organismo Ejecutivo.
El primer indicio de ésta “nueva ola” de dictaduras disfrazadas de democracia se probó en el Perú de Fujimori: el 5 de abril de 1992, el entonces presidente Alberto Fujimori anunció la disolución del Congreso, así como la intervención de todas las instituciones diseñadas para la rendición de cuentas, la fiscalización y el control de la acción del Ejecutivo, lo que fue calificado entonces como un autogolpe de Estado. Esta novedosa modalidad de acaparar el poder fue ensayada de nuevo de forma inmediata en Guatemala por el entonces Presidente, Jorge Serrano Elías, aunque los resultados de ambos intentos fueron muy diferentes.
Una nueva etapa superior de este tipo de golpes de Estado, gestados desde adentro de la institucionalidad y aprovechando las reglas del juego democrático, se empezó a gestar cuando alcanzó el poder el controversial Hugo Rafael Chávez Frías, quien no tardó mucho en impulsar una serie de medidas de cambio institucional, empezando, claro está, por convocar a una Asamblea Nacional Constituyente. La nueva Constitución Política se decretó el 30 de diciembre de 1999, y a partir de ahí, se inició una meteórica carrera que ha inmortalizado la figura de Chávez.
En sus tres períodos presidenciales (1999-2001; 2002-2007, 2008-2013), Hugo Chávez se caracterizó por su afán por modificar el ordenamiento legal venezolano, lo que fue denunciado como un plan bien orquestado para perpetuarse en el poder. Su cuarto triunfo electoral en el 2012 pareció darle la razón a los opositores; la enfermedad, sin embargo, parece negarle a Chávez el placer de disfrutar el poder ilimitado que ha construido.
Muchos presidentes en América Latina han seguido el ejemplo del mandatario venezolano: se ha producido una oleada de reformas constitucionales o propuestas de reforma institucional, y la mayoría de estos intentos pretenden modificar las reglas institucionales para permitir la reelección, o para fortalecer el poder de decisión del Presidente.
En Centroamérica, la crisis institucional de Honduras el 28 de junio del 2009, la disputa constitucional en Nicaragua que favoreció la reelección de Daniel Ortega en noviembre del 2011, así como las maniobras institucionales del actual gobierno panameño para producir una reforma electoral a la medida de sus intereses en el 2012, permiten contextualizar lo que ocurre en Guatemala desde el 2007: los intentos de Alvaro Colom y Otto Pérez Molina por generar condiciones institucionales para permitir la continuidad del poder y favorecer la implementación de sus respectivos proyectos políticos.
¿Moraleja? La paralización actual del Congreso y las acusaciones mutuas entre los principales partidos políticos guatemaltecos, permiten augurar un futuro lleno de malos presagios.
¿Estaremos preparados para enfrentar una posible crisis institucional?
“Hoy no es necesario que las Fuerzas Armadas estén en primera línea. Los golpes de Estads pueden derivarse al Poder Legislativo. No por ello dejan de ser golpes de Estado. Ni mejores ni peores, tal vez, menos sangrientos, pero igual de antidemocráticos”. Marcos Roitman Rosenmann
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