Hace unos días se publicó en el diario oficial el decreto 1-2019 del Tribunal Supremo Electoral, que decía:
«Se convoca a los ciudadanos de todos los distritos electorales de la República de Guatemala a elecciones generales, que comprenden la de presidente y vicepresidente de la república; diputados al Congreso de la República por los sistemas de distritos electorales y lista nacional; corporaciones municipales del país, integradas por alcaldes, síndicos y concejales, titulares y suplentes, y […] de diputados al Parlamento Centroamericano, titulares y suplentes».
(Suenan risas histéricas grabadas al fondo).
La farsa está montada. La eventual participación de un pequeño grupo de personas bienintencionadas no puede cegarnos de la espiral en descenso a los infiernos que llevamos. Siempre podemos y estaremos peor. El sistema corrupto se ha perfeccionado. Guatemala no es un país: es un cartel. No hay jefes supremos, no hay líderes de estructuras: son redes tejidas, muy finas, con diseños intrincados y vasos comunicantes, que, como orgía sádica, no conocen principio o fin.
Cada institución, cada colegio, cada poder se comunica con el anterior, con los posteriores, con los primeros. Es dios. No tiene principio ni fin. No importa qué elección se realice: siempre habrá gente reunida en oficinas, en sedes corporativas, en ministerios, en los asientos de atrás de carros blindados, y decidirán por nosotros.
Ellos pondrán los nombres y los abrazarán efusivamente con palmadas y aspavientos. Cientos de nombres aparecerán en las listas por arte de magia. Nombres, muchos nombres y apellidos. Veremos a viejos compañeros de cuadra o de colegio o de equipo y nos preguntaremos qué diablos hace allí el Pepín. Y nos dará risa, o pena, o envidia.
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Estará en la lista para diputado, para presidente, para magistrado, para fiscal, para contralor, para integrante de la comisión de postulación, para representante de cualquier institución. Listas, muchas listas a las que seremos ajenos. Y ahora nos dicen que nos convocan a elegir. No, nosotros no elegimos nada. Solo ponemos una gran equis negra sobre unas papeletas de colores, salimos con los dedos manchados y regresamos a comer con la familia, a echar la siesta dominguera y a seguir con nuestras vidas de trabajo pensando cómo sobreviviremos en nuestra vejez en este país inhóspito, que se organizó no para la gente, sino solo para los invitados especiales.
Los partidos políticos solo son nombres con nombres, sin contenido a propósito para que todo quepa, todo valga, acojan todo, abarquen lo dicho y no dicho y no se comprometan a nada, salvo a mantener vigente y funcionando el cartel Guatemala.
Las pequeñas disidencias serán íntimas, serán tristes, serán escasas, pero nos conoceremos. Y, al cruzarnos en la calle, esa pequeña luz será santo y seña porque tal vez, y en el fondo, reconocer esto, sabernos críticos dentro o fuera del sistema será como «el árbol talado, que retoño / y aún tengo la vida» (Miguel Hernández, Para la libertad).
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