Sucedió hace diez días aproximadamente. Compartimos un almuerzo tres personas aparentemente con los mismos ideales: Concientes de la necesidad de fomentar el desarrollo territorial en nuestras comunidades; en consecuencia, lograr una sustancial mejoría económica para la población; y, el fortalecimiento de los sectores salud y educación como pilares básicos de nuestra sociedad.
Todo iba bien hasta que él, —así me referiré a esa persona de aquí en adelante—, dijo: “El problema de Guatemala es la izquierda internacional”. Honestamente, no le pusimos atención a ese primer comentario. Seguimos dialogando y en algún momento, cuando hablamos de la actual política migratoria de los Estados Unidos terció: “Sí, hasta allí está metida la izquierda internacional”. Ese segundo comentario provocó que, quien compartía con nosotros en calidad de experta, le preguntara a qué se refería (dicho sea, ella sí es versada en desarrollo territorial). La respuesta que él dio nos dejó helados: “Miren, lo que sucede es que la izquierda internacional está metida en El Vaticano, el gobierno de Francia, la Casa Real de Inglaterra y también domina a Obama”.
La experta arqueó las cejas e hizo una mueca de inconformidad.
Traté de relajar el momento y a título de broma le pregunté si acaso, él creía que la izquierda internacional estaba metida en la tentativa de los científicos que lograron hacer llegar el Voyager 1 al espacio sideral. Su respuesta nos dejó boquiabiertos. Con gestos de erudición indicó: “Podría ser, esos están metidos por todos lados”.
La experta y yo —creo, para no reír o llorar—, nos dispusimos a degustar la sopa cobanera (de tortuga sin tortuga) que comenzaba a enfriarse. A partir de allí, la conversación se tornó insubstancial. Escasamente comentamos acerca del clima, la lluvia pertinaz, la mar y los pescaditos y, visto que no nos entenderíamos, pospusimos los propósitos de la reunión para otra ocasión y así, el objetivo del encuentro se perdió.
Durante ese vacío, —el del silencio viéndonos las caras—, retrotraje a mi mente las y los inocentes que durante el conflicto armado interno cayeron víctimas de comentarios como los que acababa de escuchar: Sambenito colgado de izquierdistas o acusación infundada de comunistas. Y pensé que la estulticia de aquel entonces, se había trasladado al presente. Ahora, la lotería se la sacaba el mismísimo presidente Obama, El Vaticano, la realeza británica y el gobierno francés. Todos metidos en un costal llamado ‘izquierda internacional’ por el erudito con quien compartíamos mesa.
Él no tenía mucho para platicar. Así, fue fácil llevarlo al escenario de los recuerdos, las anécdotas de juventud, la procedencia social y familiar de cada quién y, entre cucharada y cucharada de sopa, nos compartió que provenía de una región muy pobre de Guatemala, había estudiado becado por una fundación y luego de graduarse en una universidad, se colocó al frente de una asociación que propugna por un mejor posicionamiento de ciertas empresas de exportación. Los fines de la corporación son loables por lo que, asumimos la otra persona y yo que, los comentarios por él vertidos no eran más que escuchas tras bastidores o por influencia de personas que ejercen en él dominio sobrado.
El tiempo corrió lento. Lo suficiente para vislumbrar en sus ojos esa nostalgia de quien, con sabor a pueblo, se ha convertido por necesidad en caja de resonancia de aquello en lo cual no cree y a la vez defiende aunque ese aquello sea incongruente con su ser, pensar, sentir y querer.
Horas más tarde vi en la televisión el show de un ventrílocuo y percibí en el rostro del muñeco más serenidad que en la facies de él.
A decir verdad, hoy ni su nombre recuerdo.
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