Al fin de cuentas se quedan en el camino las críticas a sus posiciones políticas y se recuerda su inmensa calidad literaria; hay algo enfermizo en leer o no leer a un escritor por compartir o no compartir sus simpatías políticas, he de confesar que me sucedió con Octavio Paz. También quedan atrás rasgos de su comportamiento como su rivalidad unilateral con Asturias o secretos que quizá ahora se develen como el por qué Vargas Llosa le dio un puñetazo un público.
La literatura latinoamericana es mi preferida, por dos razones: la excelente maestra de Idioma Español que me tocó en segundo básico, la Profesora Corina Lee; y las novelas de García Márquez. Durante muchos años fue mi autor de novela favorito hasta que ese lugar lo ocupó Carlos Fuentes, aunque este último produzca esa maravillosa mezcla de ensayo y novela, y que el literato más completo de este continente ha sido y será Mario Benedetti, en materia de novela, cuento y poesía.
Pero ni Fuentes ni Benedetti hubieran sido mis favoritos si no leo primero a García Márquez, que también supo contar de la mejor manera en libros como “El olor de la guayaba” (la entrevista que le realizó Plinio Apuleyo Mendoza) las interioridades del oficio de escritor, esa disciplina y esos hábitos que llevan al éxito en una profesión o vocación que a muchos parece relacionado proporcionalmente con la bohemia desbordada, cuando estos casos son reales excepciones. Esos atisbos biográficos en esta entrevista de mediados de los ochenta los volvía uno a encontrar en “Vivir para contarla”, su autobiografía publicada en 2002 y que es realmente una forma de novelar la vida. Ese año en el Corte Inglés de Plaza Cataluña en Barcelona, estaba él firmando este recién lanzado libro y las colas eran inmensas; me limité a comprar un ejemplar y no tuve la paciencia de hacer la cola, tampoco me arrepiento.
Es que no ha de ser fácil cargar el ego cuando se tiene un libro autografiado por un Premio Nobel de Literatura, que así como los tuvo excelentes los tuvo de medianía o alguno francamente malo. “Cien años de soledad” es su indiscutible obra maestra, la que lo hace lo que es, sin embargo y para cuestión de gustos más o gustos menos que cerca le llegan “El otoño del Patriarca” (que él sostenía era el verdadero libro del dictador latinoamericano… no lo creo, ahí sí gana “El señor Presidente”) o “El amor en los tiempos del cólera”. En la narrativa corta: “Crónica de una muerte anunciada” y “El coronel no tiene quien le escriba”.
Hay otros de una época de su producción que supongo ligada a lo comercial y la presión de las editoriales, y que no me parecen buenos, como ejemplo: “El general en su laberinto” y “Del amor y otros demonios”. Al final nos legó una novela corta, que sin tener mucho argumento está perfectamente construida en espacio y tiempo, y que él mismo dijo que la había escrito para los aprendices en el oficio de novelista, para que aprendieran la estructura clásica de una novela, ésa es “Memorias de mis putas tristes” (si esta novela fuera un merengue correspondería a los acordes de “La doncella”, es perfecta).
En fin, contaba el mismo Gabo en su autobiografía que en una época tuvo que pedir posada en un prostíbulo, donde la fiesta hasta la madrugada le permitía escribir encerrado en un cuarto sin que le llegara el sueño. No sólo las putas han de estar tristes, las acompañan lectores, editores, libreros, profesores, etcétera, etcétera.
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