En cuanto seres culturales, todo nuestro entramado de significaciones cotidianas, elementos vitales de vida, aspectos secundarios, ejecución de funciones fisiológicas; en sí todo lo que constituye nuestra existencia, no es otra cosa sino parte de una red de significaciones que expresan el ´sentido´. Geertz, atinadamente, definió la cultura como una suerte de ´urdimbre´, es decir un tejido de hilos longitudinales que se van entrelazando, entrelazando, hasta formar el tejido completo. Sin embargo el tejido completo está conformado de pedazos entretejidos que se conectan, se tocan, se afectan…
Si entonces, la comprensión de la realidad es un ejercicio para decodificar sentidos ocultos, los cuales adquieren forma y razón una vez son capturados por el sujeto, no sería aventurado decir que toda la realidad es relativa. Sujeta a interpretación entonces, puesto que, es propia de una construcción artificial propia de los mecanismos culturales.
Incluso para comprender la finitud de la vida, la cultura juega un rol fundamental. Ralph Linton es un autor básico para el inicio del estudio de la antropología filosófica. Si hay alguna referencia importante en su texto, resulta ser precisamente aquella que categoriza la presencia de rituales e implementos (cultura física) de carácter mortuorio, sin importar qué tan primitivo el grupo en cuestión. Todo grupo humano –per se humano– ha categorizado la muerte. Precisamente debido al carácter finito de la vida humana, la necesaria contextualización cultural para ´darle sentido´ a una existencia que –siendo lo más objetivo posible– ofrece la única certeza de la muerte.
Y nada es más representativo de ello que los rituales que se practican en estos días. Las referencias constantes a la muerte, al ´cuerpo´ quebrado y fragmentado, a la sangre derramada, a la sangre puesta en los dinteles de las puertas, a la muerte anunciada (que no es lo mismo que la pequeña muerte, aunque se anuncie)… nutren un componente tanto de celebraciones-vivenciales como de aspectos secularizados en la mente de buena parte de los occidentales. Y no por nada, puesto que precisamente dichas referencias a la muerte son el paso para poder suponer, que se ha ganado la Resurrección. La tan desea inmortalidad.
Frente al carácter finito, frágil y trágico de la vida humana, ¿Quien no encuentra maravilloso suponer la preservación y prolongación de la conciencia personal después de la muerte física? ¿Quién no supone maravilloso la promesa de una resurrección posterior?
Jean Pierre Otelli, autor del libro Erreurs de Pilotage detalla de forma muy gráfica los últimos momentos del vuelo de Airfrance 447 en la ruta Brasil-París. Un Airbus A330 con 229 personas a bordo se desploma 38,000 pies en cuestión de tres minutos con 30 segundos. Finalmente se estrella en el mar. La televisión francesa produce un fascinante programa de televisión respecto a esta tragedia titulado Pièces à conviction donde se recrean los últimos momentos del accidente. Resulta bastante gráfico: La histeria vivida a bordo de dicho avión, los gritos de pánico, los ojos cerrados esperando que todo pase, cual un mal sueño; el acto privado de confrontarse cara a cara con la muerte inevitable. De nada sirvieron los esfuerzos titánicos de los confundidos pilotos, de nada sirvieron los rezos, los gritos, las plegarias… Al igual que en los campos de concentración, los justos clamaron a su dios y no hubo Mesías que rescatara. Cuando las fuerzas de la naturaleza ajustan, nada las hace detenerse. Excepto en la ficción y en el mito.
Y sin embargo, la acción religiosa juega un rol importante, vitalísimo para el sujeto moderno cual mecanismo apaciguador frente a una existencia ridícula y brutal. ¿Qué sentido tiene la vida de ser vivida si la única certeza es la muerte? ¿Entonces ´vivir´ es el acto de poner en la esquina de la mente la ´finitud´ y suponer que en un lapso mediano ´no seremos nosotros´ los afectados? Los antiguos dioses interactuaban en forma transaccional con el hombre, ´yo cumplo con la ofrenda tu cumples con echar a andar tu magia´. Sin embargo el paso a la otra vida era eso, un paso necesario. Normal.
Hoy, el vacío existencial del hombre sigue presente. Pero en menor grado el hombre moderno supone que los dioses intervengan directamente en la historia y en los hechos humanos. Puede ser que la religión monoteísta hoy deba de sustituir al ´Dios omnipotente´ por la categoría de la ´providencia´; puede ser que el marco religioso y el diálogo ecuménico´ deban reconocer que no pueden explicar el origen del mundo y cederle su paso a la categoría de la evolución. Una propuesta de religión desmitologizada para el hombre moderno.
Y aún así, seguiremos todos viviendo con ese vacío existencial. Hasta que la ciencia moderna pueda vencer la muerte y garantizar la promesa tan deseada de la resurrección. La inmortalidad.
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