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La familia, la propiedad privada y el amor

Entre ellos se habla de que no se pueden permitir “estilos de vida contrarios a la naturaleza”; que si un matrimonio tiene problemas, no importando de qué tipo sean estos, “el Estado debería tener mecanismos y leyes para tratar de rescatarlos y evitar el divorcio”
“Porque las cosas no son sólo como ellos las ven”, asegura.
“Somos bastantes, somos una mayoría en Guatemala los que pensamos que hay que defender la vida, el matrimonio y la familia por encima de todas las cosas”, dijo una participante a la marcha.
Las consignas iban desde “¡No al aborto!”, hasta “¡Familias siempre unidas diciendo sí a la vida!”, pasando por algunas con ecos revolucionarios “¡La familia unida jamás será vencida!”.
La consigna más coreada durante el recorrido: “¡La familia al centro!”.
En la marcha participaron las diferentes expresiones de la iglesia católica y evangélica, así como a colegios y asociaciones y organizaciones que trabajan por el derecho a la vida y en apoyo al matrimonio.
“Este es un movimiento ecuménico de realidad nacional y estamos viendo lo importante que es”, dijo Alexandra Sol de Skinner–Klée, la cara más visible de La Familia Importa, organizadora de la marcha.
Miles de personas marcharon este domingo en defensa de lo que llamaron la vida y la familia. Para los organizadores fue un éxito.
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La familia, la propiedad privada y el amor

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Miles de personas marcharon este domingo en defensa de lo que llamaron la vida y la familia. Para los organizadores fue un éxito, una muestra de que la mayoría de personas en Guatemala están en contra del aborto, las uniones de personas del mismo sexo y la desintegración familiar. De que la mayoría defiende un concepto religioso y conservador de lo que es la vida y la familia.

Sobre la Sexta avenida de la zona 1 se mueve una marea de personas vestidas con camisas blancas, con globos amarillos y verdes, con pancartas de mensajes contra el aborto y en defensa de la familia y el matrimonio. La gente sonríe, hace sonar sus silbatos y elevan los globos. Con ellos sonríen los organizadores de la primera Marcha nacional por la vida y la familia. Sonríen por lo que llaman éxito de convocatoria, por haber reunido en este domingo mayo a las personas que están a favor de valores universales: la vida, la familia y el amor a la patria.

“Este es un movimiento ecuménico de realidad nacional y estamos viendo lo importante que es”, dice Alexandra Sol de Skinner–Klée, la cara más visible de La Familia Importa, organizadora de la marcha. “No tengo los datos finales, pero creo que hay más de 25 mil personas”, afirma y muestra una sonrisa amplia. El boletín de prensa final dirá que desde la Sexta hasta la plaza de la Constitución, frente a Catedral Metropolitana, se reunieron 57 mil personas. Algunos periodistas calcularon, a ojo, que no sumarían más de 10 mil. Pero a decir por el espacio que ocupaban, en realidad no superarían por mucho los 5 mil.

Desde que se anunció la marcha, hubo columnistas de opinión, blogueros y tuiteros que criticaron la visión reduccionista con que los organizadores definían la vida y la familia, entendidas por un lado desde la más pura definición religiosa occidental, sin espacios para ambigüedades legales ni resquicios seculares, y por otro, sin tener realmente en cuenta cómo le va a la gente después de haber nacido, sólo antes. A los organizadores les dijeron que tenían una visión cuasivictoriana; que imponían etiquetas, en lugar de promocionar una reflexión moderada y moderna; que justificaban su punto de vista en estudios y datos erróneos; que parecían un grupo a la defensiva cuando nadie en el país estaba atacando esos valores que ellos defienden. Pero no importaban las críticas. Los columnistas eran los menos.

Los más son cerca del 95% de los habitantes del país que se declaran católicos o evangélicos. Por eso invitaron a participar a las diferentes expresiones de la iglesia católica y evangélica, así como a colegios y asociaciones y organizaciones que trabajan por el derecho a la vida y en apoyo al matrimonio. Y este domingo, un buen grupo de gente se reúne en la plaza Italia, frente a la Municipalidad de Guatemala, en apoyo a la marcha.

“Somos bastantes, somos una mayoría en Guatemala los que pensamos que hay que defender la vida, el matrimonio y la familia por encima de todas las cosas”, dice una señora sonriente frente al parque Enrique Gómez Carrillo. Sostiene una pancarta plástica con el nombre de su parroquia. En ella, un Jesús de mirada piadosa muestra su corazón en llamas y el lema “No al aborto” destaca en letras rojas. Ella lee la pancarta casi a gritos y vuelve a sonreír. Junto a ella sonríe la gente con que se congrega, su madre y sus hijos. “Siempre en familia”, dice.

Desde arriba, pegados a las rejas del parque, tres borrachos preguntan el porqué de la “protesta”. “¿Qué no los ves clarito? ¡Son los ‘camisas blancas’!”, grita el de la izquierda. Se tambalea. Toma un bote de plástico, da un trago rápido y su cara dibuja una mueca. Ríe. El del centro, el más bajo de ellos, con el pelo enmarañado con rastros de pegamento de zapatos, no se entera de las palabras de su compañero. Tiene las manos empuñando los barrotes, la cara pegada a la reja y la mirada perdida. El de la derecha corrige la situación. Habla entre pausas, mientras traga saliva: “No, van niños… Y tienen fotos de cruces… Eso es de una iglesia… Eso es una procesión”.

Frente a la Catedral Metropolitana, los organizadores dicen que la manifestación no tiene tintes religiosos, ideológicos y políticos, que se trata de una defensa de valores y derechos universales. “¿Qué derecho es más universal que el derecho a la vida?”, dice Sol de Skinner–Klée. ¿Es esa razón la que en realidad los trae aquí?

Entre el listado de organizaciones que participan están La Familia Importa, Alive y Sí a la vida, organizaciones sociales que se oponen abiertamente al aborto en cualquiera de sus formas, incluso si la vida de la madre está en peligro, como está legislado en Guatemala; o Enfoque Familiar, una asociación que promueve la educación sexual “sana” y brinda tratamiento para la homosexualidad y conductas sexuales desviadas. Además participan la Alianza Evangélica de Guatemala, la Pastoral para la Defensa de la Vida, la Asociación de Ministros Evangélicos de Guatemala, la Pastoral Educativa Arquidiocesana y la Sección Familia de la Conferencia Episcopal de Guatemala, asociaciones eminentemente religiosas.

Y están las consignas que gritan. Desde “¡No al aborto!”, hasta “¡Familias siempre unidas diciendo sí a la vida!”, pasando por algunas con ecos revolucionarios “¡La familia unida jamás será vencida!”. Y todo se resumía en la consigna más coreada durante el recorrido: “¡La familia al centro!”.

El mensaje es claro: Poner a la familia –entendida como la suma del padre, la madre y los hijos, en ese orden y sin un elemento de menos– en el centro y defender la vida desde el momento de su concepción y como fin último del matrimonio. Esa fórmula es la que garantiza que el país camine con buen pie al desarrollo económico. Lo dice Manuel Espina, presidente de Guatemala Próspera: “Nuestra causa es la familia. Hay estudios que reflejan que si las familias están bien, igual estará la economía”. Lo repite Sol de Skinner–Klée, quien también es presidenta de Sí a la vida Guatemala: “El desarrollo de un país depende de familias fortalecidas y unidas.”

Y ambos sostienen sus ideas con sus propias estadísticas: Estar casado incrementa la riqueza en un 29% y por cada hijo, ya que implica un mayor cuidado de los ingresos del hogar y que estos se destinan a gastos productivos, ésta mejora en un 6.8% adicional. Son datos de 2007, del estudio Determinantes del crecimiento económico, población y familia: El caso Guatemala. Ellos mantienen que todavía hoy la ventaja económica tiene su base en las normas sociales del matrimonio, las que promueven un comportamiento sano y productivo, así como la acumulación de bienes en la familia. Y lo dicen sin que en la ecuación para el desarrollo económico entren datos de cuánto pesa la educación o el acceso a la salud para ello, o factores como la sobrepoblación, por ejemplo. Por eso la necesidad de poner a ésta al centro de todo. Por eso el slogan: “Familias fuertes hacen países fuertes”.

La definición de familia de la que se habla entre los manifestantes es una sola y sale del primer capítulo de la Biblia, de las palabras del Génesis: Dios creó a los seres humanos a su imagen y semejanzas; y los hizo varón y mujer; y a ellos los mandó a crecer, a que se unieran para formar la comunidad de vida y amor, que es el matrimonio, y multiplicarse para poblar la tierra. Y así repetida una y otra vez, por más de 1,500 años, la definición lo permea todo.

Por eso un joven sostiene aquel cartel con letras azules y rosadas en las que se lee “Familia + Vida. Papá + Mamá + Hijos” rodeando a una pareja estilizada: él, de azul; ella, de rosado. Al centro un corazón gestando un bebé. Es la representación gráfica de una familia nuclear con valores católicos muy cimentados.

“Retrógrados, intolerantes”, dice un joven de pantalón rojo ajustado, camisa morada y lentes oscuros de montura blanca. Lo dice casi en silencio. Lo dice para él y para sus amigos, tres jóvenes más que están parados frente al Capitol. ¿Por qué son retrógrados e intolerantes? “Porque las cosas no son sólo como ellos las ven”, asegura. ¿No tienen derecho a manifestarse? “Sí, pero también tienen que respetar… Y ellos no nos respetan a nosotras”, dice, tomado de la mano de uno de sus acompañantes, de su novio, y se pierden dentro del centro comercial.

“Se nos llama intolerantes por expresar nuestra fe o por ser consecuentes con nuestra conciencia”, se queja Sol de Skinner–Klée. Ella se ha opuesto a la diversidad sexual en Guatemala desde hace muchos años, como cuando criticó un manual de educación sexual para homosexuales, en 2009, o protestó para que se retirara una campaña pública a favor de la diversidad sexual, en junio del año pasado. En ambas ocasiones dejó clara su visión: no juzga a las personas que piensen de una forma diferente a ella, sino que rechaza toda conducta que ofende a Dios, aunque en ese proceso juzgue, reprima y rechace.

Lo diría de una forma más concreta en la plaza, desde la tarima con la Catedral Metropolitana de fondo, y frente a los participantes de la marcha: “Se nos llama intolerantes por defender el bien y la verdad”.

Y ese “bien” y esa “verdad” no aceptan otras formas de entender a la familia más allá de esta definición religiosa, aunque ésta se haya ido modificando con los siglos. Y en un país, donde la gente tiene la posibilidad de divorciarse desde el siglo XIX, decretada en la gestión de Mariano Gálvez (1831–1838), y el número de estos se ha triplicado año con año desde 2002; y donde hay, según registros oficiales más de 300 mil grupos familiares en los que la figura paterna no existe y, a veces, nunca existió.

La misma jerarquía de la iglesia Católica en Roma intenta conocer esta nueva realidad de la familia. La está investigando desde 2013, cuando envió un cuestionario con 39 preguntas sobre la realidad que viven las familias a las Conferencias Episcopales de todos los países en las que tiene presencia. Y no era un documento para que lo contestaran solamente los sacerdotes sino, además, para que lo trasladaran a todos los creyentes y tener insumos para responder cuáles son los desafíos pastorales de la familia en este siglo. Justo ese el tema central de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de Obispos, convocada para octubre de este año por Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco. Y aunque el interés mostrado por el pontífice sobre el tema es enorme, en esta marcha y en la plaza de la Constitución durante este domingo, la visión es más limitada.

“Familia es una sola: ‘Padre, madre e hijos’. Así lo dice la Biblia, así se nos ha enseñado y todo lo demás, que ahora erróneamente llaman familia, puede ser cualquier cosa, pero no una familia cómo debe de ser”, sostiene uno de los participantes. Tiene un sombrero tipo Fedora blanco con ribete negro y lentes oscuros que no dejan ver lo que esconden sus ojos. “¿Entiende?”, dice, cierra la conversación de tajo y sigue caminado. Junto a él, va su esposa, sus hijos y más de algún guardaespaldas de guayabera blanca y radio en mano.

“Estamos conscientes que hay muchos tipos de familias”, dice por su parte Sol de Skinner–Klée. “Por ejemplo, hay familias de madres solteras que han dicho ‘sí a la vida’ y están sacando adelante a sus hijos. Hay padres que han sido abandonados por sus parejas, matrimonios que se han separado, familias de viudos y viudas, pero hasta ahí nada más…Y estas, de las que hablo, siguen siendo familias”.

“Familia”, según la definición de Naciones Unidas, es otra cosa: es una entidad viva entre cuyos miembros, de diferentes edades y generaciones, se establecen relaciones dinámicas. En ella no existe la palabra matrimonio. En esta definición cabrían las familias donde no hay ni padre ni madre, por ejemplo, producto de la migración, o las familias en las que las parejas han optado por uniones de hecho, personas que conviven sin pasar frente a un altar o ante un notario. Pero esta definición no tiene cabida entre los que marchan.

La gente que está en la marcha no comparte esa visión. Lo dice Sol de Skinner–Klée: la marcha es una muestra de fuerza para que los organismos internacionales dejen de imponer sus criterios y sus ideologías sobre las leyes nacionales y, sobre todo, dejen de involucrarse con valores esenciales de los guatemaltecos. “Pedimos que se respete la vida y la dignidad”, asegura. Y lo participantes así también lo ven. Entre ellos se habla de que no se pueden permitir “estilos de vida contrarios a la naturaleza”; que si un matrimonio tiene problemas, no importando de qué tipo sean estos, “el Estado debería tener mecanismos y leyes para tratar de rescatarlos y evitar el divorcio”; que los políticos deberían de asegurar más “el derecho a la vida prohibiendo los anticonceptivos y el aborto de todo tipo”.

Y en este último punto, decir “vida” resulta ser un juego de palabras. “Vida” se trata únicamente de hablar contra el aborto y la defensa de los neonatos, de los no nacidos. La definición no hace referencia a la inseguridad pública ni a la violencia, al derecho de seguir con vida una vez se nace en un país con una tasa de 32 homicidios por cada 100 mil habitantes. Para lo demás, están los vigilantes privados, como los contratados con chaleco amarillo fosforescente para resguardar la marcha. ¿Por qué? Porque para los participantes hay que ir a las raíces de los problemas y no solo ver los resultados. Y la causa es la falta de valores. “Si existieran valores, no habría violencia”, dice un joven de 17 años. Tiene pecas en las mejillas, braquets en los dientes y lentes de pasta. ¿Valores? “Sí, si se permite el aborto se está diciendo que se puede matar a los más inocentes”, sostiene. “Por eso es importante la familia, porque ahí se nos enseñan los valores”, afirma. “¡La familia al centro!”, suena por los altoparlantes.

Lo comparte Elizabeth Quiroa Cuéllar, Secretaria Presidencial de la Mujer. “Hoy por hoy, vemos que el matrimonio es un contrato que se rompe con mucha facilidad y que hay niños y niñas desorientados que no saben qué hacer y a dónde acudir”, dice desde la tarima. Según ella, esos niños y niñas son presa fácil de grupos organizados que los acogen, grupos que atacan la sociedad y que generan violencia. ¿Por qué hay tanta violencia en general? “Porque los y las guatemaltecas hemos perdido los principios y los valores, hemos perdido el temor a Dios”, resume. ¿Pobreza, desigualdad, hacinamiento, carencia de salud y educación públicas? No va por ahí la explicación.

Las palabras de Quiroa Cuéllar, la representante del Gobierno en el evento, tiene el mismo matiz que emplea el pastor César Vásquez, presidente de la Alianza Evangélica de Guatemala, al decir que hay que “echar a un lado esos fenómenos deformantes de esta sociedad, cuyo signo es la desintegración familiar y cuyo resultado es la violencia”. Lo dice con el semblante serio y la mirada fija en el público. “¡Acabemos con ello fortaleciendo a la familia!”, grita y la gente explota en aplausos.

“Hoy es un día de fiesta, durante esta marcha hemos demostrado la unidad familiar de un país que quiere recuperar la verdad, el bien y sus valores”, dice Sol de Skinner–Klée desde la tarima. La gente aplaude. “No estamos aquí para ser anti-nada y anti-nadie”, explica. Vítores de los asistentes. “El matrimonio ha sido, es y será siempre entre un hombre y una mujer”, dice. Aplausos. “No hay peor injusticia que ver igual a lo desigual”, afirma. Vítores y aplausos. “¡Distinguir no es discriminar!”, remata. Y la gente reunida en la plaza, para entonces algo más de cinco mil personas, tira sus globos al aire.

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