La pregunta de muchos jóvenes y de otras personas que ya no lo somos es: ¿en qué momento comenzó Guatemala a derrapar por derroteros alejados de la coherencia, la razón y la buena voluntad?
Luego de escuchar esta interrogación recordé un cuento que leí en mi infancia. Lo resumo: «Un rey dejó su castillo para ir de cacería. Su ausencia en el palacio duró tres días. En ese lapso, un hada mala sobrevoló su reino y dejó caer una especie de polvo mágico que volvió locos a todos los pobladores. Cuando el soberano regresó a casa, encontró a todos fuera de sí, a su esposa incluso. Se habían trastornado. Intentó entonces convencer a su familia, a sus caballeros, a sus tropas y a los pobladores de que algo malo había sucedido con ellos, pero nadie lo comprendía. Tanto esfuerzo puso en ello que gritó, lloró, suplicó, y, ante la vehemencia de sus actos, la reina, los caballeros, su ejército y los pobladores lo declararon loco. A él, la única persona que estaba en sus cabales».
No recuerdo la autoría ni el final de la narración, pero me parece que esos polvos que regó la bruja en aquel reino llegaron a Guatemala impelidos por el viento norte. ¿Cuándo y cómo? Vaya usted a saber. De ahí que cualquier persona, cualquier acto, cualquier suceso que se quiera apegar a la sensatez es visto como rara avis, y lo burdo, lo ilógico y lo anormal se nos volvió una costumbre.
Don Amable Sánchez Torres, poeta, abogado y un incuestionable intelectual, escribió uno de los mejores textos para quien desee comenzar a estudiar filosofía. En el acápite correspondiente a Consideraciones particulares. Los actos humanos, él explica: «Ahora bien: ¿qué es un acto humano? Antes de responder, tenemos que hacer una distinción básica. La distinción es esta: no es lo mismo acto humano que acto del hombre. Más: todo acto humano es un acto del hombre, pero no todo acto del hombre es un acto humano» [1]. Y luego aclara que «acto del hombre es cualquier acto realizado por el hombre consciente o inconscientemente» [2].
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A mi saber y entender, el momento en que se dejó de enseñar estas nociones en la casa (la familia nuclear) y en las aulas fue cuando como sociedad y como Estado quedamos a merced del pudrimiento que nos agobia. La cuestión por dirimir —como todo pueblo que tiene derecho a saber la causa de sus males— es: la ausencia de estos principios en las aulas (particularmente en las escuelas primaria y secundaria), ¿será acaso intencional? Yo creo que sí. De esa cuenta, muchos educadores, legisladores, gobernantes y dirigentes (en los sectores público y privado) desconocen que la ley moral es para favorecer el bien común (entre otros plausibles propósitos). De tal manera, no debe manipularse para favorecer a un grupúsculo. Se trata, sí, de beneficiar a toda una comunidad. Y, de allí, según los tratadistas, de derivar hacia el bien del individuo.
Esa crasa ignorancia nos ha llevado a un estado de crisis. Entre las particularidades de esa batahola se puede distinguir a una caterva de aprendices de mandamás pretendiendo (y muchas veces logrando) colocar a dedo funcionarios, empleados y colaboradores institucionales con el objetivo único del bien propio, sin considerar el impacto social que provocarán. Entre ellos, el fracaso de un proyecto o la no consecución de los objetivos primordiales de la institución para la cual trabajan. En casos como este, el egoísmo, la explotación de otros y la jactancia son la basa que los sostiene a manera de muy efímero pedestal.
Estimado lector, si acaso cerca de usted pivota un aprendiz de mandamás, hágales un favor a ese sujeto y a la humanidad. Recuérdele que, para las personas normales —quienes no han sido bañadas por el polvo del hada maligna—, hacer el bien y evitar el mal son la mejor órbita. El discernimiento habrá de hacernos entender las diferencias entre lo bueno y lo malo. Entonces, y solo entonces —cuando ejerzamos el discernimiento alejados del egoísmo, el engreimiento y la ambición—, habremos comenzado a recuperar la ética que hoy por hoy, en Guatemala, se fue al garete.
[1] Sánchez Torres, Amable (1991). Introducción a la filosofía. Guatemala: Serviprensa Centroamericana. Pág. 82.
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