La idea, repetida hasta el cansancio en pasquines, columnas de opinión, redes sociales y como eje en entrevistas y “reportajes”, produjo la sensación de que se instalaba un discurso antagónico entre dos facciones radicales.
Sin embargo, vale la pena detenerse a revisar los hechos y comprobar que, en realidad, sólo se trató de una maniobra propagandística, al mejor estilo del fascismo. El lema, elevado a los espacios mediáticos y de redes sociales, se repitió una y otra vez en el año tr...
La idea, repetida hasta el cansancio en pasquines, columnas de opinión, redes sociales y como eje en entrevistas y “reportajes”, produjo la sensación de que se instalaba un discurso antagónico entre dos facciones radicales.
Sin embargo, vale la pena detenerse a revisar los hechos y comprobar que, en realidad, sólo se trató de una maniobra propagandística, al mejor estilo del fascismo. El lema, elevado a los espacios mediáticos y de redes sociales, se repitió una y otra vez en el año transcurrido desde la histórica sentencia por genocidio.
Pero, ¿quiénes lanzaron el globo y quiénes le insuflaron energía? Su mascarón de proa, el hijo del ex ministro de gobernación del ex jefe de Estado Efraín Ríos Montt, jugó su carta mayor con el caso por su secuestro a manos de la insurgencia. A diferencia de las víctimas por genocidio, quienes contribuyeron a la búsqueda de evidencia científica y en tanto querellantes adhesivas fueron un efectivo sujeto procesal, el hijo del ex ministro se limitó a levantar la campaña goebeliana repitiendo el lema convenido.
Un legítimo reclamo de justicia como el caso de un secuestro fue y sigue siendo utilizado como herramienta de venganza y propaganda para seguir levantando el discurso fascista de la Guerra Fría. Acción encaminada a sostener la idea de confrontación ideológica cuando en realidad no hay intelecto suficiente para debatir con ideas. Ha sido más bien, un esfuerzo obsesivo y compulsivo por imponer calificativos con fines descalificadores.
Así, aunque ninguna ley prohíbe hoy día la participación política diversa, estos grupos insisten en utilizar la etiqueta que durante el conflicto armado sirvió para definir los destinos –quién vivía y quién no– de cientos de miles durante el conflicto armado interno. Y así, merced a su acceso privilegiado a los medios, ya sea mediante las relaciones o el dinero, perfilaron los delitos de portación ilegal de vida, portación ilegal de aspecto, portación ilegal de ideas e incluso, portación ilegal de zapatos. Sin embargo, pese a que momentáneamente lograron sembrar discordia, al final, van camino a la derrota.
Si bien, todavía no somos una sociedad políticamente desarrollada, el pensamiento crítico persiste y es sensible cómo la fachada empieza a desmoronarse en las propias narices de sus constructores. Quienes hemos planteado la necesidad de la justicia transicional, lo hechos hecho convencidas y convencidos de que es un camino correcto para superar las heridas del pasado. No se pretende, aunque exista razón para ello, que se juzgue una a una las más de doscientas mil muertes de población no combatiente a manos de las fuerzas armadas. No se pretende procesar a todas y cada una de las personas responsables de las desapariciones forzadas. Se busca, eso sí, ofrecer procesos de reconciliación sobre la base del reconocimiento pleno de los crímenes cometidos y la creación de condiciones para que se garantice su no repetición.
Es lo menos que se merecen las víctimas y es lo menos que merecemos como sociedad. El Estado, su aparato de justicia y los actores responsables de la tragedia tienen una deuda pendiente que no se saldará con el discurso del odio ni con la ecolalia fascista.
La sociedad crítica empieza a verlo y a reclamar una acción sería y una conducta digna y no cobarde ni verborréica de los responsables y su entorno. A un año de la sentencia condenatoria por genocidio, cuya lectura ha marcado un paso en el camino de la reparación, las víctimas y los querellantes mantienen la frente en alto, debatiendo con dignidad a un corifeo que sigue siendo incapaz de articular un debate de altura.
Más de este autor