Las velas titilan en el altar que instalamos en honor a mi amiga que ya no estará para abrazarme la próxima vez que llegue a Guatemala. Patricia Samayoa, asesinada por un guardia de seguridad quien al parecer, por los videos de la farmacia donde sucedió, estaba totalmente loco y bien armado.
Se murió la Paty, la Panchita, el 3 de julio. Un día antes, la Primera Dama Rosa Leal de Pérez, al visitar un albergue que ha acogido a cientos de niños guatemaltecos, en Nogales, Arizona, aseguró a la prensa local que los niños no habían salido de su país por la violencia sino por la pobreza. Ese mismo día, Nuestro Diario reportó 12 asesinatos.
La postura de que los niños guatemaltecos huyen del país por la pobreza, no por la violencia, ya es oficial. La ha repetido varias veces la Primera Dama y el presidente Otto Pérez Molina.
Uno podría argumentar, y con certeza, que el asesinato de mi amiga no tiene necesariamente una relación con los factores que están causando el éxodo de niños guatemaltecos. Hay que reconocer que la tasa de homicidios en Guatemala, al parecer, sí ha bajado en los últimos años.
Pero cuando se está hablando de 6,498 asesinatos al año o de 6,025, ¿qué diferencia hay? La gente no formula su concepto de seguridad personal y familiar en términos de números. La gente piensa en los amigos y familiares que han sido víctimas; piensa en las niñas de su colonia que han sido violadas o forzadas a ser novias de algún marero; piensa en lo que lee y mira en la prensa.
Lo que importa es la percepción. Más aún cuando uno vive a miles de kilómetros de distancia de su país natal y ve una grieta de oportunidad para mandar a traer a sus hijos, por los cuales lleva incontables horas preocupándose y extrañando.
Una tiene que ser madre —estatus que adquirí hace dos años— para comprender el instinto de protección que conlleva. Imagínate calcular que es mayor el riesgo de que tu hijo o hija se quede en casa, con su familia, que de ir solo con un coyote a cruzar ríos, viajar por días encima de un tren, y pasar por los estados mexicanos más sangrientos y con historia de matar indiscriminadamente a migrantes centroamericanos.
La Paty y su hija eran las mejores amigas. Compañeras de casa hasta hace poco, compañeras de viaje, de risa, de chingadera. ¿Hubiera arriesgado algo así la Paty con su hija cuando era niña? ¿Lo haría yo con la mía? No lo puedo imaginar. Pero tampoco puedo imaginar aguantar el nivel de violencia que yo sé que viven muchos guatemaltecos que están huyendo del país.
Corrección: violencias. Porque la violencia no se mide solamente por la tasa de homicidios. Y el homicidio es sólo una de las miles de formas de violencia. La violación, la extorsión, el robo, para mencionar algunos de los obvios.
¿Y acaso el racismo y la discriminación no son también violencia?
¿No será también violencia la imposibilidad de ganar lo suficiente para poner comida en la mesa y mandar sus hijos a la escuela?
En resumen, me parece absurdo que los líderes del país nieguen que la violencia es uno de los factores que está empujando a los niños y a las familias del país –y no sólo para el EEUU, los países de la región están recibiendo peticiones de asilo en números record.
Entiendo por qué lo niegan, porque podría verse cómo un fracaso de su promesa de reducir la violencia. Pero la Primera Dama se ha mostrado seria en querer mejorar la vida de los jóvenes en Guatemala y no veo como puede tener éxito en paliar la crisis actual sin asumir, y expresar, un franco reconocimiento de la realidad.
Yo siempre admiraba a la Paty por ser una de mis pocos amigos guatemaltecos que podría pasar toda una noche en compañía sin tornar la conversación hacia la violencia cotidiana. La Paty amaba la vida, amaba su país. Le tenía esperanza. Pero al final, Guatemala le falló.
Me atrevería a decir que lo que más necesitan los niños que huyen o abandonan el país, y sus familias, es una esperanza. Una esperanza de un futuro digno dentro de las fronteras. Y en este momento, son las autoridades del país quienes deben darles, por lo menos, la chispa de esa esperanza, empezando por reconocer la violencia física, emocional y estructural que causa tanta gente a tirar la toalla con su patria.
* La autora laboró como periodista en Guatemala de 2001 a 2008, cubriendo temas de migración, política, derechos humanos y violencia para distintos medios guatemaltecos y extranjeros. Actualmente cubre la frontera EEUU-México para KPBS, la radio y televisión local de San Diego, California, y otros medios nacionales.
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