En días recientes, uno de esos productos ha buscado notoriedad y, por supuesto, quedar bien, según él, con cierto tipo de electorado. Ahora engargolado de corbata roja, Marvin Rocael Osorio Vásquez llegó al Congreso en el 2012 con filetes anaranjados, como representante distrital de Guatemala. Buscó y obtuvo una diputación con el autollamado Partido Patriota (PP), a cuya bandera fue leal un año. En el 2013 se salió de su bancada original y se proclamó independiente, lo que en el lenguaje político chapín significa disponible al mejor postor. Y ese postor llegó de corbata roja, pues en el 2014 ingresó a las filas del que se denomina a sí mismo Líder (Libertad Democrática Renovada).
De acuerdo con los registros del Congreso de la República, en los 36 meses que lleva como legislador, Osorio Vásquez ha presentado (hasta finales del 2014) la impresionante cifra de tres iniciativas de ley. Además de presidir la Comisión de Ciencia y Tecnología, integra cuatro comisiones más: de Integración Regional; de Previsión y Seguridad Social; de Ambiente, Ecología y Recursos Naturales; y Extraordinaria de la Juventud.
El congresista ha conseguido también que un establecimiento público de educación lleve su nombre. Tal vez por la trayectoria construida en la comunidad de la que su cuñado, Arnoldo Medrano, es alcalde municipal. Quizá porque la empresa Dinámica Constructiva, entidad contratada en Chinautla para el cobro del impuesto único sobre inmuebles (IUSI), está igualmente vinculada a su familia. Quién sabe. Lo cierto es que muy difícilmente por sus méritos como legislador.
Pero, como el tiempo apremia y la campaña está por arrancar, Osorio Vásquez necesita empezar oficialmente el proceso del turrón. Es decir, levantar imagen a fuerza de batir claras de huevo. Y eso es lo que hace exactamente con el anuncio de promover una iniciativa que ordene la instrucción y la lectura de la Biblia en los centros educativos.
En sí misma, la idea es una muestra plena de que el trabajo legislativo le ha resbalado al engrasado congresista. Desconoce los enunciados constitucionales relativos a la integración del Estado laico. Pisotea el derecho a la libertad religiosa al pretender imponer una única visión de credo en las escuelas. Y, peor aún, pese a presidir la Comisión de Educación, ignora la norma constitucional que protege la libertad de cátedra.
Afanado en subir como la espuma, al igual que el dueño del partido al que ahora le presta el cuello para colgarse la corbata, ha buscado un tema que, piensa él, le ganará respaldo en las urnas. Si el propietario de su franquicia levanta el sonsonete de la pena de muerte cada vez que quiere ganar espacio mediático, el aprendiz de charlatán ahora se burla de la identidad religiosa de un segmento de la población en abierta acción discriminadora a las otras partes que no profesan la vocación cristiana.
La libertad de culto, la libertad de expresión —intrínsecamente relacionada—, la libertad de cátedra y el principio supremo del Estado laico son pilares fundamentales de la democracia que ningún liderucho tiene por qué mangonear o enlodar con sus intenciones electoreras. Un político que da semejantes muestras de ignorancia sobre las normativas constitucionales, más que un voto de ratificación, merece la despedida definitiva del palacio legislativo.
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