Por ejemplo, conducir un vehículo es tan sencillo y tan placentero, pese a las carreras del día a día, simplemente porque las demás personas respetan las reglas: hacen altos para permitir que pase el peatón, le dan la vía de forma amable si usted pone la señal y pide vía, le esperan con paciencia cuando ha dado luz verde el semáforo si usted por alguna razón no arranca de inmediato. En general, no usan las estruendosas y estresantes bocinas para intimidar ni meterle presión a los otros conductores.
Un día, de hecho, se fue la luz en un semáforo de una vía super importante. Me sorprendió que incluso en momentos de crisis las normas funcionan: cada vehículo respeta la regla de que pasa el primero que llega. Para ello, cada automóvil que se acerca a la intersección debe detenerse completamente, contar hasta tres segundos y darle vía a quienes llegaron antes. Y esto se aplica no importando si se trata de un camino secundario o de una importante vía: ambos conductores deben hacer la parada y esperar su turno. En horas pico, por supuesto, tarda un rato que a uno le toque su turno, pero uno sabe que tarde o temprano pasará la fila sin necesidad de control de la Policía de Tránsito.
Lo interesante es que muy pocas personas incumplen la regla, incluso cuando no haya ningún policía de tránsito vigilando. Aunque también es cierto que si por alguna razón te capturan infringiendo una ley, el castigo es ejemplar: una cuantiosa multa llegará por correo a tu casa. En algunas ocasiones, con una foto que demuestra tu culpabilidad. Y la posibilidad de “safarse” del castigo es muy remota.
¿Cuál es la diferencia entre esta situación y lo que diariamente vivimos en Guatemala? Primero, es difícil que si tienes un proceso abierto las “influencias” o la “mordida” a la autoridad te puedan salvar, y eso ya es una gran diferencia. En segundo lugar, muy pocas personas tienen en mente “transgredir” la ley porque, simplemente, han interiorizado la regla. Así que ven con mucha naturalidad “cumplir” la norma.
Teóricamente hablando, hay dos “lados” del cumplimiento de la ley. Uno, la interiorización de las normas que permite la “autoregulación”, que los especialistas llaman la “cultura de la legalidad”. Esto significa un conjunto de creencias compartidas, normas morales y códigos de conducta que favorecen el respeto a las reglas vigentes. El segundo aspecto, sin embargo tan importante como el primero: un sistema de leyes y de tribunales de justicia que están diseñados para hacer cumplir la ley, no importando de quien se trate.
La ecuación, por tanto, tiene dos lados de una misma moneda: se respetan las reglas porque se cree ciegamente en la “justicia” de la regla (la cultura de legalidad) o, simplemente, porque se sabe que hay un castigo ejemplar que se aplicará si no se cumple (lo que los abogados llaman el “Estado de Derecho”).
En Guatemala, por el contrario, estamos acostumbrados a la “cultura de la impunidad”. Significa que, siempre que podamos, intentaremos más bien que las reglas se apliquen a los perdedores, porque justo el no cumplir te da una ventaja considerable.
¿Usted va por el camino correcto haciendo la fila y esperando su turno? El más vivo se va contra la vía y ahorra tiempo, a costa de quienes cumplen la regla. Por eso el tráfico se vuelve tan caótico, tan enredado, tan estresante, por todos y cada uno de los “listos” que hacen impredecible el tránsito en nuestras ciudades. Un día, de hecho, recuerdo a una patrulla de Policía que puso sus sirenas de emergencia y atrás varios “vivos” aprovechaban la ventaja para pasar más rápido que el resto de pobres mortales. Si eso ocurriera en Estados Unidos, el “vivo” sería multado inmediatamente.
¿La moraleja del cuento? Vivimos una sociedad en la que nos acostumbramos a que el “vivo”, el “listo”, el que no cumple la regla, obtiene una considerable ventaja frente a quien sigue las reglas vigentes. La vida cotidiana y el sistema político así lo demuestran constantemente: llega muy lejos y es más triunfador quien en su desempeño diario puede “negociar”, decir medias verdades, saltarse las reglas y obtener ventaja, ya sea hablando con alguien con influencias para que te “apalanque” y te “eche” la mano o, simplemente, aplicando a un puesto que está diseñado “a la medida” de tu persona. Eso significa que quien es más capaz, el que llene los requisitos que la plaza necesita o el que ha trabajado constantemente desde siempre para aspirar a ser promovido a una plaza mejor, perderá casi siempre frente al “listo” que sabe como se maneja el sistema.
¡Bienvenidos a Guatemala, el país de la eterna impunidad!
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