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La agridulce bienvenida

Una bolsa de papel con un sándwich, una galleta y un jugo en caja ayudan a que esa atención sea posible… y si no, por lo menos el silencio necesario para una charla de 10 minutos a cargo de la DGM con las instrucciones de los trámites que tendrán que cumplir antes de retirarse.
“Ustedes saben cuántos compañeros y compatriotas se quedan en el mismo camino que ustedes hicieron, pero ustedes tienen la gran bendición de que en pocas horas van a reunirse con su familia”, dice la voz que intenta motivarlos.
El año pasado cerró con la cifra récord de más de 50 mil migrantes guatemaltecos deportados por parte de las autoridades migratorias de los Estados Unidos.
Hombres y mujeres deportados llevan una pulsera que contiene sus datos que les colocaron en los Estados Unidos.
Una pizarra contiene información sobre los riesgos de migrar a los Estados Unidos, y también una fotografía de un migrante desaparecido.
Las autoridades migratorias de los Estados Unidos brindan un tipo de calzado a los migrantes, sin cintas. Sus zapatos se los entregan al llegar a Guatemala.
Los recién llegados reciben una bolsa con refacción que contiene: un Tor Trix, un pan y un jugo.
Algunos migrantes hacen amistad entre ellos. Al volver a Guatemala sus caminos se separan. Un abrazo es la muestra de su afecto.
Ella viajó con su hija y su nieto hacia los EE.UU. El pequeño se quedó en la frontera, y a ellas las deportaron. El día que llegó al país recibió la noticia que su otro hijo también había sido deportado.
Los deportados tienen la posibilidad de llamar a sus familiares.
Un trabajador del Ministerio de Relaciones Exteriores escribe en las muñecas de los deportados para llevar registro de quienes utilizan el transporte que los lleva a las estaciones de autobuses.
La desesperanza.
Migrante.
Las autoridades migratorias hacen énfasis en que los migrantes son "bienvenidos a Guatemala".
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La agridulce bienvenida

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Las oleadas de guatemaltecos deportados de Estados Unidos no se detienen. ¿Qué opciones encuentran al volver? ¿Qué atención reciben? La labor conjunta de entidades públicas, empresas y organizaciones de migrantes busca darles una alternativa, pero nada parece ser suficiente para cambiar la situación que les hizo arriesgar la vida en busca de oportunidades laborales.

Es una escena cotidiana en las instalaciones de la Fuerza Aérea Guatemalteca (FAG): cerca de un centenar de personas preparan sus pertenencias en costales rojos. Algunos abordan un pequeño bus que espera en el patio. Los más afortunados –un número reducido– espera al familiar o conocido que llegue a las afueras del lugar para encontrarlos. Otros salen a esperar un bus urbano que los acerque más a su destino.

El grupo se va dispersando. Será hasta pasado el mediodía cuando no quede nadie de la multitud que las llena cada mañana.

Adentro, en el salón que los viajeros ocupaban minutos atrás, trabajadores de la Dirección General de Migración (DGM), de la Secretaría de Bienestar Social (SBS) y de la Procuraduría General de la Nación (PGN) recogen bolsas de papel, ordenan las sillas, limpian el piso y ponen a sonar piezas de marimba, mientras esperan el siguiente avión.

La espera no demora demasiado. En menos de media hora, otro avión blanco de World Atlantic Airlines, lleno de guatemaltecos deportados de Estados Unidos, aterriza en la pista y, tras unos minutos, sus involuntarios pasajeros empiezan a caminar en fila hacia las oficinas de la FAG.  Ahora caminan  libremente, ya que antes de bajar, les han quitado las esposas plásticas con que viajaron. La llegada de estos aviones es cada vez más frecuente. Antes de 2009 arribaba una vez por semana. Actualmente, aterrizan de dos a tres veces diarias y de tres a cinco días a la semana. El endurecimiento de políticas migratorias y el aumento de controles en la frontera de México y Estados Unidos, combinados con el constante flujo de migrantes indocumentados ha dado lugar a que en menos de una década el número de guatemaltecos deportados por vía aérea haya aumentado de 4,483 que se registraron en 2005, a 46,898 del año pasado.

Entre ellos, este nuevo grupo que acaba de tocar suelo guatemalteco.

Las primeras instrucciones que reciben los migrantes al entrar a la construcción de la FAG, tienen que ver con el orden, tomar asiento y prestar atención. Cuando la marimba que sonaba festiva se calla, se les entrega una bolsa de papel con un sándwich, una galleta y un jugo en caja, que aportan a que la atención, que tanto requiere el personal que da la bienvenida, sea posible. Y si no, por lo menos el silencio necesario para una charla de 10 minutos a cargo de la DGM con las instrucciones de los trámites que tendrán que cumplir antes de retirarse.

Este grupo está conformado únicamente por hombres, desde unos que aún no pierden todos los rasgos de la niñez hasta otros que parecen superar los 50 años. Los acentos del oriente del país de unos y el uso de algún idioma maya de otros dan indicios de su procedencia.

“Bienvenidos”, es el mensaje que las autoridades tratan de enviar con carteles en idiomas mayas y por medio de una plática que, además de las instrucciones formales, lleva un tono motivacional, pero que no es suficiente para cambiar el desánimo y la frustración evidentes en algunos de los rostros.

Uno de ellos es Silvino Chávez Esteban.  Él pasó dos meses en una prisión en Estados Unidos, luego de que fuera capturado en Texas después de haber cruzado la frontera.

Además del pesar que le provocaba no haber podido siquiera llegar a conseguir un trabajo, Chávez tenía la incertidumbre por su madre, Mercedes Esteban, de 60 años, quien mes y medio después salió de Guatemala con sus dos nietos menores de edad para recorrer el mismo camino que su hijo para reunir a los niños con su madre, la hermana de Chávez.

Mercedes Esteban fue capturada cuando ya había cruzado el Río Bravo, Las autoridades le quitaron a los dos niños A ella la enviaron a una prisión para esperar su deportación, al igual que su hijo. Su permanencia en la cárcel fue más breve que la de Chávez, 15 días. Finalmente lograron encontrarse, pero no en Estados Unidos, sino por casualidad, en las instalaciones de la FAG después de ser deportados, debido a que Mercedes llegó en el vuelo anterior al de su hijo.

Aunque Chávez acepta que está atravesando por un momento duro, menciona también que está menos preocupado ahora que sabe que su madre se encuentra bien.

Mercedes también encontró motivos para estar más tranquila. No sólo se reunió con su hijo, sino que tiene noticias de que las autoridades estadounidenses localizaron a la madre de sus nietos y aunque se encuentra bajo vigilancia, no la deportarán ni la separarán de ellos.

La búsqueda de empleo

La recepción que se les da a los migrantes se complementa con el programa “Bienvenido a Casa”. Éste empieza a funcionar en el momento que salen del salón y se enfoca principalmente en dar seguimiento a cada uno de los casos, para tratar de cambiar la situación económica de los retornados por medio de asistencia, capacitaciones y contactos laborales.

El  programa está a cargo del  Consejo Nacional del Migrante en Guatemala (Conamigua). Éste se inició a finales de noviembre del año pasado. Anteriormente funcionaba el Programa para Repatriados Guatemaltecos a cargo de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), financiado por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid).

El programa original tenía cuatro ejes: asistencia al arribo, atención psicosocial, reintegración económica y prevención de trata de personas. El programa concluyó el período para el que estaba planificado, en julio de 2013. Además, cesó el financiamiento de Usaid, lo que impidió retomar un proyecto similar en ese momento y dejó sin este apoyo a los migrantes deportados hasta que Conamigua retomó el proyecto.

Durante esos casi cuatro meses sin el apoyo de OIM, la DGM y las otras instituciones continuaron con la recepción, pero los deportados salían a la calle sin que hubiera alguien interesado en darle seguimiento a sus casos.

La propuesta de continuar con el desaparecido programa surgió de la Asociación de Apoyo Integral al Migrante (AIM), según explica uno de sus integrantes, Jorge Hernández. La asociación está integrada por extrabajadores de la OIM y labora en coordinación con Conamigua. Según el estudio Aproximaciones de Política Migratoria para Guatemala, editado por Claudia López para el Grupo Articulador de la Sociedad Civil en Materia Migratoria, entre un 84 y un 92 por ciento de los adultos que migran a Estados Unidos lo hacen para conseguir trabajo o mejorar su situación económica.

Al igual que el programa de la OIM, el de Conamigua tiene entre sus objetivos poner en contacto a las personas deportadas con empresas para ayudarlos a conseguir empleo; sin embargo, es reducida la cantidad de repatriados que logran conseguir un trabajo por esta vía.

Hernández explica que durante los tres años que la OIM estuvo a cargo, sólo 85 personas lograron conseguir un empleo permanente. “Las empresas que los contratan piden un 80 por ciento de inglés y la mayoría no cumple con ese requisito”, agrega.

La explicación del miembro de AIM encuentra fundamento al cuestionar a quienes viajaban en el avión de migrantes indocumentados, ya que la mayoría de ellos fueron capturados cuando acababan de cruzar la frontera y, por lo tanto, no tuvieron la oportunidad de aprender el idioma ni adaptarse a nuevos sistemas de trabajo.

La dinámica del programa es establecer los contactos entre los deportados y las empresas que buscan trabajadores. Entre los convenios para este fin, Conamigua y AIM trabajan con el Centro para la Acción de la Responsabilidad Social Empresarial en Guatemala (Centrarse) –que incluye unas 150 empresas–, la empresa Transactel, que ofrece servicios de call center a otras compañías y la empresa Conexión Laboral que se especializa en el reclutamiento de personal para diversas áreas. Sobre los resultados alcanzados por Conamigua hay algunas discrepancias. Hernández de AIM asegura que, hasta la fecha, ningún retornado ha encontrado empleo como resultado de Bienvenido a Casa; mientras que la directora del programa, Alejandra Gordillo, asegura que se logró que cerca de 10 personas encontraran trabajo.  La versión de Gordillo tiene el respaldo de María José Girón, directora de Conexión Laboral. No obstante, Hernández, asegura que la única manera de que los datos de Conamigua sean correctos es que esos empleos se hayan logrado entre julio y diciembre del año pasado, cuando ni OIM ni AIM participaban en el proceso.

El programa también tiene suscrito un convenio con el  Instituto Técnico de Capacitación y Productividad (Intecap). El fin es complementar la formación de los deportados en el área que escojan. Esto puede servir para completar su nivel de inglés, o especializarse en áreas aprendidas en su trabajo anterior en Estados Unidos como mecánica, carpintería, construcción o cualquier actividad que les ayude a conseguir trabajo.

Sobre las capacitaciones tampoco hay consenso. Sólo 125 de los deportados han optado a un curso de capacitación en esta entidad, según los datos de AIM. Mientras que Gordillo sostiene que Conamigua ha pagado cerca de 500 capacitaciones.

El Intecap no solventa esta duda. Según Martha Pozuelos, jefa de servicio al cliente de Intecap, la institución responsable de estos datos es Conamigua, por lo que se negó a confirmar cuántos son los cursos que Intecap ha dado, cuántos son los migrantes beneficiados y cuánto ha desembolsado la comisión al Instituto.

A pesar de la importancia en la búsqueda de empleo que las capacitaciones podrían tener para algunos, para otros, como Silvino, un agricultor de San Marcos que nunca llegó a trabajar en Estados Unidos ni tuvo la posibilidad de aprender el inglés, esta opción no brinda ningún beneficio.

Ante la imposibilidad de ayudar a la mayoría de personas, la AIM se está concentrando actualmente en los deportados del área metropolitana. Tanto para los contactos laborales como para conformar una red de solidaridad de migrantes. El número de repatriados capitalinos es bajo en comparación con el resto de deportados, de 35 a 50 por semana entre más de mil del resto del país. No obstante, el objetivo, según Hernández, es que tanto la red como los contactos se extiendan al interior del país en la medida que las posibilidades lo permitan.

Los jóvenes migrantes

Las diferencias entre los deportados no se limitan a si son capitalinos o del interior, o si están capacitados para un empleo o no. Existe una diferencia aún más significativa que las autoridades conocen bien y es por ello que una de las primeras preguntas que le hacen al grupo es si hay algún menor de edad entre ellos.

“No hay nada de qué avergonzarse. Él está siendo honesto y nos dijo que no tiene 18 años”, explica la encargada de la DGM ante los murmullos de otros retornados y luego lleva al joven con las autoridades de la Procuraduría General de la Nación.

Es el único que se presenta como menor, a pesar de que los rostros de algunos delatan que son de la misma edad o más jóvenes que el que acaba de ser apartado.

El joven que pasa al frente habría obtenido mejores beneficios si hubiera aceptado ser menor de edad en Estados Unidos, donde habría podido quedar bajo la protección del Estado e incluso tener la posibilidad en un futuro de solicitar una visa.

En la mayoría de casos es la falta de conocimiento sobre los beneficios y la influencia del grupo lo que hacen que no se presenten como menores de 18 años, según explica Hernández. Cuando lo hacen en Guatemala, la ventaja se limita a la protección de la PGN hasta que lo reúnen con su familia. Aunque por asuntos prácticos hace más complicada la vuelta a casa –los adultos a cargo deben responder ante a la PGN-, o un nuevo intento por cruzar la frontera. Algunos de estos menores permanecen con su pequeño grupo de compañeros de prisión o de vuelo. Los jóvenes parecen estar más animados. Sonrisas y bromas, que no dan lugar a adivinar que semanas atrás estuvieron a punto de perder la vida en el desierto, que pasaron varios días en una prisión estadounidense y que están de regreso en la situación que los obligó a salir de Guatemala, en la mayoría de los casos, con más deudas que cuando partieron.

Juan Mateo, de Acatán, San Marcos, es uno de los que prefirieron pasar desapercibidos ante la PGN.

-¿Cuántos años tenés?

-Dieciséis.

-¿Y por qué no pasaste cuando llamaron a los menores?

-Porque no quiero (responde con una sonrisa tímida)

-¿Pensás volver a irte?

-Sí. Todavía me falta una con el coyote.

Su respuesta se refiere a las oportunidades con los “coyotes”, ya que, por el precio que cobran, ofrecen la posibilidad de un segundo o tercer intento si el migrante es detenido y devuelto a Guatemala.

Según los datos de Conamigua, el número de guatemaltecos menores de edad deportados durante 2013 se redujo de 586 a 313 en comparación al año anterior. Esto equivale al 49 por ciento. Sin embargo, la negativa de Juan Mateo de presentarse con las autoridades evidencia que los datos pueden ser erróneos.

De regreso a casa

“Todos ustedes traen un gran regalo. ¿Saben cuál es?”, inquiere la representante de la DGM. “La vida”, responden al unísono los recién llegados. “La vida –replica la oradora–. Ustedes saben cuántos compañeros y compatriotas se quedan en el mismo camino que ustedes hicieron, pero ustedes tienen la gran bendición de que en pocas horas van a reunirse con su familia”.

Cuando concluye la etapa del discurso -en la que las autoridades logran sacarles aplausos, sonrisas y algún chiflido a los oyentes-, el resto del acto de bienvenida se limita a los trámites. Uno a uno, los repatriados pasan a dar sus datos. Se da la instrucción: “Si allá dieron un nombre falso, por favor acuérdense de cuál fue”.

Algunos aprovechan la espera para hacer la llamada telefónica que se les ofrece. Otros visitan la oficina de Banrural –que oficialmente participa en el programa para brindar microcréditos, pero que los recién llegados utilizan para cambiar sus dólares por quetzales. El director de AIM confirma que en realidad la agencia que se ubica en el lugar no ofrece microcréditos y se limita a brindar servicios de cambio.

Después  se les indica que deben formar una fila para recibir su equipaje: los costales rojos que venían en el mismo avión. Es hasta entonces cuando los retornados pueden cambiarse las zapatillas chinas azules con que los han uniformado hasta el momento y vestirse con sus prendas, ponerse zapatos con cintas y usar de nuevo cinturón en el pantalón.

Algunos se avergüenzan de este costal. “Déjelo ahí. Si no, la gente va a saber que lo deportaron”, le dice uno de los repatriados a otro antes de abandonar el salón.

Afuera, en el patio, los esperan los miembros de Conamigua y AIM para llevar el registro de cada uno de sus casos y después, el pequeño bus, proporcionado por el Ministerio de Relaciones Exteriores, que recorrerá la única ruta que por el momento brinda y que busca acercar al mayor número de personas. Su destino: Huehuetenango. En el recorrido va dejando a los deportados originarios de Chimaltenango, Sololá, Quiché, Quetzaltenango y San Marcos. 

Los convenios de Conamigua con la organización La Casa del Migrante, permiten que algunos de los deportados que no encuentren los medios para llegar a su lugar de origen pernocten en la ciudad capital mientras encuentran una solución de transporte.

Es esta situación de dificultades y desprotección lo que Santiago Reina, un deportado de unos 45 años, no quiere volver a vivir. “Es muy jodido pasar por México”, asegura después de haber dado sus datos.

Para muchos otros en el grupo, esta deportación es sólo un contratiempo para cumplir su deseo de trabajar en Estados Unidos. Ellos se mantienen en este ciclo, entre arriesgar la vida intentando cruzar una frontera, o tratar de sobrevivir en el lugar al que en unas horas lo llevará el bus que aún espera en las instalaciones de la FAG. Mientras esperan, adentro del salón ya desocupado, los empleados públicos vuelven a poner la música de marimba, limpian y preparan las instalaciones para los pasajeros del próximo vuelo. 

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