El entusiasmo de la época era acompañado por la reciente vigencia de una Política Integrada de Comercio Exterior, toda su institucionalidad para ejecutoria, la creación de nuevos cuadros profesionales en materia de negociaciones comerciales y administración, una interacción sectorial público–privada, las primeras negociaciones bilaterales en este caso con México (excelente fogueo para las que vendrían después), la modernización del enfoque para la integración regional, la primera presencia fo...
El entusiasmo de la época era acompañado por la reciente vigencia de una Política Integrada de Comercio Exterior, toda su institucionalidad para ejecutoria, la creación de nuevos cuadros profesionales en materia de negociaciones comerciales y administración, una interacción sectorial público–privada, las primeras negociaciones bilaterales en este caso con México (excelente fogueo para las que vendrían después), la modernización del enfoque para la integración regional, la primera presencia formal con Delegación Permanente en el foro multilateral y, ¡por supuesto!, la Agenda Nacional de Competitividad, llamada a ser la joya de la corona en esta peculiar corte.
En esta primera década del nuevo siglo, para este tema no ha cambiado nada, la imagen se congeló en una escena repetitiva que con la excepción de la negociación del DR-Cafta (que al final ha sido el acomodamiento lógico de nuestra oferta exportable en el nuevo escenario sin Iniciativa de la Cuenca del Caribe y Sistema Generalizado de Preferencias) y se sigue “jugando de comiditas”, negociando TLC de compromiso y subadministrando la apertura comercial y los Tratados vigentes, de espaldas a las realidades.
Lo realmente peligroso del juego es el marasmo y retroceso en que ha entrado la Agenda de Competitividad; impulsar una Política de Comercio Exterior sin una Agenda de Competitividad clara y efectiva es como manejar un camión sin caja de cambios: no va para ningún lado.
Si parecieran poco los golpes técnicos, administrativos y políticos que han sufrido las instituciones que manejan el tema en estos diez años, hay que sumar la necesidad de superar los conceptos superficiales que abundan a la par de las buenas intenciones. Las deficiencias estructurales en la competitividad del país no se van a superar fundando nuevas oficinas con siglas en inglés ni rediseñando portales web, tampoco creando o fortaleciendo encadenamientos productivos cuyo material humano es analfabeto o está desnutrido; o que su entorno natural se encuentra degradado y sobre explotado; o que no tiene caminos ni comunicaciones.
¿Qué tipo de inversión aspiramos a generar o atraer?. ¿Queremos seguir en los mercados internacionales más como compradores que como vendedores? Así no funciona el modelo. Pongámonos serios en este tema y actuemos sobre lo estructural de la competitividad: la salud, la educación, la infraestructura, la certeza jurídica y la sostenibilidad del ambiente, entre otros. Ya me dijo alguien que “por algo se empieza”. Sí, pero que se empieza por el principio y por la base, pues lo que único que se construye desde arriba son los hoyos.
lopezbernardo@usa.net
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