Jueves 27A

Como dijo algún comentarista, con las marchas de este día empezaron a romperse paradigmas de siglos, modelos de exclusión que a lo largo de nuestra historia solo han servido para dividirnos y lograr que al final las cosas estén como están.

Hubo algunos que por primera vez salieron a las calles y otros que continuaron con su quehacer ciudadano de semanas, meses e incluso años, de toda una vida. No importó el sol ni la lluvia. La indignación es tanta que hay que hacer catarsis colectiva. O se explota individualmente.

Cuando escribo estas líneas, aunque Pérez Molina dijo que no renunciará, no sé si finalmente lo hará o si la comisión del Congreso dictará que se le siga el proceso judicial. No se sabe si habrá elecciones o no, ni siquiera si se modificará la Ley de Partidos Políticos. Lo que sí se sabe, o al menos algunos políticos y empresarios empiezan a entenderlo por fin, es que, cuando llega el momento de manifestar el descontento, cada vez este pueblo empieza a verse más a sí mismo no como una clase social, como un color de piel, como miembro de una religión o como parte de un grupo con una preferencia sexual específica, sino como un solo rostro que se une en la bandera y en las notas del himno nacional.

Como formación ciudadana, la lección, si no está del todo aprendida, ya va por buen camino. Cada vez son más aquellos que manifiestan públicamente su descontento. Alegra ver familias enteras, en especial jóvenes con sus niños en brazos, sobre los hombros o en carruajes, muchos también sosteniendo carteles llenos de ingenio. No es toda la sociedad, claro, pero sí es cada vez mayor el grupo que se anima a salir a las calles. Y eso que todavía no empiezan a notarse las consecuencias del desfalco del Estado.

¿Qué nos espera? Solo el tiempo lo dirá. Me emociona, eso sí, saber que para las nuevas generaciones de guatemaltecos está empezando a ser una realidad unirse entre sí y dejar a un lado ideologías, colores, preferencias cuando hay un bien común mayor que es necesario defender.

Ojalá que esto lo entiendan no solo los funcionarios de turno, esos ambiciosos que se suben a última hora al barco que se hunde, así como aquellos que quieren subirse o quedarse allí para terminar de hundirlo.

Mientras tanto, a pesar de lo difícil de la situación actual y de la que nos espera en el futuro inmediato, los ojos se me llenan de lágrimas, se me hace un nudo en la garganta y, aunque suene cursi, se me eriza la piel, todo de emoción, alegría y satisfacción, cuando veo, escucho y siento el calor humano de los chapines en las calles manifestando la indignación, esa que hoy por hoy constituye el sentir de la mayoría que no queremos ni poder ni dinero, sino simplemente vivir en paz, con justicia y libertad.