La nota decía:
Una niña estadounidense de nueve años superó una prueba de las fuerzas especiales de la Marina de los Estados Unidos diseñada para evaluar la condición física. De acuerdo con el diario The New York Post, Milla Bizzotto necesitó tan solo 20 horas del total de 24 que dura la prueba (BFX24) para correr 58 kilómetros, nadar otros 8, superar una pista de 25 obstáculos y subir un acantilado con una cuerda. La niña necesitó solo cuatro horas para descansar. Según explicó la joven en una entrevista, las frecuentes intimidaciones en la escuela la llevaron a dedicarse a las actividades deportivas.
Con la curiosidad agitada busqué en Internet más información sobre el caso. Se trata de una niña de la ciudad de Miami que pesa 53 libras y mide 1.22 metros. Según sus propias palabras, se entrenó por nueve meses, cinco veces a la semana y cuatro horas por día. Ella se ha aferrado a la misión doble de demostrar que las personas pueden alcanzar objetivos altos si se lo proponen y de empoderar a las víctimas de acoso escolar, aunque ello signifique arrastrarse entre alambre espigado, trepar paredes de cinco veces su propia altura y someter su cuerpo infantil a la tortura de una prueba exclusiva para las fuerzas de élite de un poderoso ejército.
Eso me llevó de vuelta a buscar el reportaje de CNN sobre una sobreviviente de tráfico humano que despedazó el récord mundial de triatlón.
Norma Bastidas es una mujer de 49 años con una historia de tragedia y reveses que resultaría demasiado para el público de una telenovela. Una de cinco hijos, huérfana a temprana edad, violada por un tío cuando era niña y con una belleza física cautivante, fue reclutada como modelo por una mujer de su propio pueblo. El lugar para triunfar era el Japón. Una vez que llegó, fue despojada de sus documentos y vendida en propiedad en una subasta pública. Era drogada, golpeada y abusada. Según su relato, la violaron 43 000 veces.
Después de varios años, y con la ayuda que encontró en un convento, escapó hacia Canadá, donde se casó. Para ese tiempo ya era una alcohólica. Su matrimonio fracasó. Se quedó sola con sus dos niños y uno de ellos padece una devastadora enfermedad.
Norma empezó a correr por las noches para que sus hijos no la escucharan llorar. Se ayudó con un poco de filosofía taoísta para manejar el infierno y los demonios de su cabeza, su pasado y su incierto futuro.
Ha escalado los siete picos más altos de cada continente y corrido en los desiertos de Namibia y del Sahara. También en la Antártida.
Desde Cancún hacia el Distrito Federal mexicano atravesó a nado el golfo de México al paso de entre 10 y 16 kilómetros diarios. Luego manejó una bicicleta desde el D. F. hasta Ciudad Juárez y avanzó entre 100 y 160 kilómetros por día. Allí comenzó a correr entre 40 y 64 kilómetros por día hasta llegar a la ciudad de Washington, donde la esperaba una multitud de víctimas de tráfico humano que haría una manifestación en la capital estadounidense. «Me convertí en una increíble corredora gracias a la increíble cantidad de estrés que debía manejar», afirma ella.
La misión de Norma coincide con la de la pequeña Milla: inspirar a quienes han pasado o pasan por su propio sufrimiento y contribuir a que los crímenes y abusos se terminen.
Estas historias conmueven hasta las lágrimas, pero no es eso lo que buscan.
La maldad y la ignorancia no conocen límites, pero estas dos personas —entre miles y miles que no aparecerán nunca en portadas de periódicos— son noticias con el poder de cambiar e inspirar vidas con el colosal poder del ejemplo.
Una mano limpia y amiga le fue tendida a Norma, y ahora ella la multiplica por millones por todo el mundo. Ella no hace deporte, sino reparte manos amigas y corazones con coraje. Mientras más lo hace, se vuelve más fuerte, más resiliente.
Quizá es momento de pensar en nuestros propios infiernos y de saber que no estamos sin opciones; que sus efectos no son necesariamente devastadores, pues el impacto también depende de nosotros; de crear el milagro y convertir nuestras pesadas desgracias en motivos y energía para salir adelante y ayudar a otros; de pasar de la autocompasión a la transformación.
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