Desde 1979 —año en que me gradué como Médico y Cirujano— a la actualidad, he tenido que exanterar apéndices y otros órganos muy dañados. No es grato hacerlo pero sí necesario. Y hoy, (viernes 21 de noviembre de 2014) por salud mental y espiritual, tuve que exanterar la firma de Alejandro Maldonado Aguirre de uno de mis diplomas literarios. Aparecía consignada a la par de la rúbrica del —en ese entonces— Embajador de Israel, don Arieh Bustan. Fecha: 6 de octubre de 1972.
El diploma es muy valioso para mí porque da fe de mi segundo premio en la rama de ensayo a nivel nacional. Yo tenía 18 años. A la sazón, la Embajada de Israel convocó a un certamen literario para desarrollar un tema muy específico: La influencia de la Biblia en la literatura hispanoamericana. Tres fuimos los galardonados: Una estudiante del INCA; otro del Instituto Rafael Aqueche; y yo, del Instituto Normal Mixto del Norte de Cobán. Pocos meses atrás (31 de mayo 1972), había obtenido el primer lugar en otro concurso convocado por el Instituto Guatemalteco Americano y la Embajada de Estados Unidos. Era acerca de la obra literaria de Walt Whitman. Yo abordé el realismo filosófico de Whitman.
1972. En un Cobán lejano, sin una carretera que mereciera llamarse tal, con dos o tres teléfonos en todo el pueblo y comunicados solamente por el telégrafo, era poco menos que impensable tener acceso a tales certámenes y menos aún ganarlos. Por esas razones conservo incluso, los telegramas de aviso. Y, a la sazón, estar en medio del ministro de Educación y de los Embajadores, eran momentos de gloria para un patojo que escasamente había visitado la ciudad capital de Guatemala no más allá de ocho veces.
Las firmas de los diplomas también eran importantes. En el caso del certamen convocado por el IGA y la Embajada de Estados Unidos, las firmas en los documentos de mérito correspondían al Director de aquella escuela de idioma inglés y a un viceministro de Educación de Guatemala. Las rúbricas en los diplomas de las justas convocadas por la Embajada de Israel correspondían al doctor Arieh Bustan y al Lic. Alejandro Maldonado Aguirre, ministro de Educación en la época, a quien, por su deslumbrante carrera, llegué a admirar muchísimo. Olvidé que la luz alumbra, no deslumbra. Así las cosas, presumí esos diplomas: primero en la sala de mi casa (no sé cómo mis padres me permitieron semejante pachotada) y años después en mi estudio.
Bien. En Jeremías 17:5-9 se advierte de lo que sobreviene al hombre que en el hombre confía: Será como un arbusto en el yermo dice el verso 6. Y algo así me sucedió con el constitucionalista a quien algunos diputados llaman Maestro.
Admiré su trayectoria como ministro, embajador y tratadista. Pero hoy, ante el panorama infecundo que se vislumbra a corto y mediano plazo a causa de los fallos de la Corte de Constitucionalidad en los cuales él ha sido protagonista, no veo sino a una persona que ha mamado y bebido del Estado a su conveniencia. El último: La denegación del amparo pedido por las organizaciones sociales que denunciaron las anomalías y los vicios en el proceso de selección y elección de magistrados.
El diploma lo tengo a la derecha de uno de los escritorios de mi estudio. Es el pupitre donde trabajo mi material digital. Por el significado que tiene para mi vida, el respeto al sello de la Embajada de Israel y la firma del muy digno doctor Arieh Bustan no quemé el documento. Simple y llanamente exanteré la firma de Maldonado Aguirre. Tampoco seccioné el pliego. Utilicé para mi propósito un pedazo de micropore, del que se utiliza en las emergencias de los hospitales privados. (En los nosocomios públicos, ni micropore hay).
Para mi fortuna, nada tengo firmado por Héctor Hugo Pérez Aguilera y Roberto Molina Barreto. Sus nombres me resultan anodinos.
Gracias Gloria Patricia Porras Escobar y Juan Carlos Medina Salas, personas como ustedes mantienen viva la llama de la esperanza en Guatemala.
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