Honrar la vida de un hombre justo

Su voz rotunda clamando justicia, hizo vibrar las columnas de la Catedral cuando presentó los resultados de su trabajo. Una catedral que pocos días después estaría de nuevo desbordada por la marea que le acompañó al sepulcro.

Dos hechos trascendentales que marcaron nuestra historia por su vínculo de vida y de tragedia. Nació a la vida el informe REMHI (Recuperación de la Memoria Histórica) y al ser asesinado nació a la inmortalidad Juan José Gerardi Conedera. Uno y otro hecho aparecen hoy enlazados por las fechas y enlazados también por los sucesos.

Quienes decidieron, planificaron, ordenaron y ejecutaron el asesinato del Obispo de la memoria, la verdad y la justicia, disputan en los medios y en las cortes la versión de las víctimas y los testigos.

No importa cuán contundentes sean las pruebas. No importa cuán documentados estén los casos. Ellos, en un acto de ilusionismo y autoengaño, pretenden distorsionar los hechos y negar la dimensión de sus delitos y de sus abusos.

No hubo genocidio, afirman, porque no se ordenó ni se planificó eliminar a un pueblo en específico. No hubo desapariciones, aseguran, pues las y los que no están, se fueron para el Norte y viven allá tranquilamente. No hubo violaciones, no hubo torturas, no hubo tierra arrasada, no hubo, no hubo, no hubo, se repiten como si con ello pudieran borrar de un plumazo, la verdad de su barbarie plasmada ya en los anales de la historia. Para la representación de su acto de magia e ilusionismo, contaron siempre con un patrón de impunidad estructural.

Por eso, hoy día, tras décadas de olvido y más de diez años de trabajo paciente para documentar las acusaciones, gritan sorprendidos ante el imperio de la ley. Y en medio de su necio afán por retorcer la historia, la tierra les da un tapaboca al seguir pariendo la evidencia en la tierra de cuarteles militares en donde las víctimas de desaparición, dejan de llamarse XX y empiezan a recobrar identidad. Una identidad que habla desde los huesos y cuenta las torturas y la barbarie cometidas en nombre del Estado.

Hoy, ante la dimensión de la prueba contenida en los restos de detenidos desaparecidos recuperados de instalaciones castrenses, buscan intimidar a sus acusadores. Ante la calidad científica e inobjetable de las acusaciones que se presentan en los procesos por genocidio, además de patalear con cuanto recurso se les pone enfrente, buscan desacreditar el mensaje de los denunciantes. Así se explica la andanada de demandas con las cuales buscan retorcer los hechos, desviar la atención de sus culpas y presionar a la fiscalía y las cortes para enterrar el pasado y con él, sus delitos y sus crímenes.

Además de victimizar de nuevo a quienes sufrieron del genocidio, la barbarie o el dolor de un ser querido desaparecido, en un nuevo acto de desvergüenza vuelven a lastimar la memoria del Obispo Gerardi Conedera. Y la lastiman con una querella del absurdo contra el equipo de la oficina que dirigió el prelado. Necios e insensatos, cobardes y desvergonzados, quieren tapar el Sol de la verdad con un dedo de mentiras.

Las autoridades no pueden seguir ciegas y sordas ante el nuevo embate del fascismo. Las autoridades del sistema político y de justicia, lejos de negar los hechos de vergüenza, deben iniciar una acción profunda de esclarecimiento por la vía de la educación, la investigación y el resarcimiento. Es tiempo ya de que esta sociedad construya su historia no sobre la base de las mentiras y la violencia sino sobre los cimientos de la verdad y de la justicia.