Todo esto lo digo con respecto al día internacional de recordación por el Holocausto.
En buena parte de los países latinoamericanos, es muy común que esta fecha congregue en su mayoría a cristianos evangélicos (que tienden a judaizarse o quisieran ser judíos) y representantes de las comunidades judías. Es comprensible esto último, en razón de los gravísimos hechos cometidos por la maquinaria de poder nazi contra la judería europea: Les privó de la ciudadanía (los des-alemanizó), a los judíos que no eran alemanes los des-humanizó[1] (luego des-humanizó a los judíos alemanes) para llevarles a todos a una muerte colectiva.
Estos actos de recordación son diferentes por ejemplo en Europa o en las Universidades. Los actos de recordación precisamente recuerdan que fueron seis millones de judíos aniquilados brutalmente, pero también fueron pasados por la maquinaria de muerte nazi los comunistas, los anarquistas, los masones, los gitanos, los republicanos españoles, los testigos de Jehová y los homosexuales. El genocidio nazi intentó aniquilar todo aquello que se entendía como ´diferente´.
Con esto aclarado, planteo una cuestión muy polémica en relación a la identidad víctima-victimario. ¿Hasta cuándo debe el Estado de Israel seguir construyendo una parte medular de su identidad con base a la experiencia de la Segunda Guerra? Se reconoce que la judería mundial no tiene la misma indefensión de 1933 en razón de la existencia hoy de un Estado judío democrático que se caracteriza por ser además una de las potencias militares. ¿Es válido usar el discurso de la víctima cuando la víctima se ha hecho un poder hegemónico? Esto es una cuestión que han puesto sobre la mesa de discusión autores israelíes como Amos Oz, David Grossman, Shlomo Avineri, el novicio literato israelí Nir Baram[2] (autor de la fabulosa novela Las buenas personas) y figuras de la política israelí de la talla de Tzipi Livni. ¿Cuánto debe durar el victimismo? La simpatía que el joven Estado hebreo tenía en razón de surgir de las cenizas de la guerra y sobrevivir 2 intentos de aniquilación por parte de sus vecinos desparece cuando, el Estado de Israel pasa al rol de ser ocupador.
Ahora, si bien esto es interesante y legítimo de ser discutido, a mí me interesa otra pregunta más compleja aún. ¿Hasta cuándo seguir culpando al victimario?
Porque también debe reconocerse que la generación que votó en las urnas a Hitler y mantuvo el silencio con respecto a los campos[3] está próxima a ´salir de la escena´. Por cierto, en esto de ser victimario ¿Por qué sólo el dedo hacia Alemania? Las bombas soltadas por el ´Campeón de la Libertad´ sobre la población civil en Japón parece que no pesan pero las historias son igualmente desgarradoras. Pedro Arrupe en el libro Yo viví la Bomba Atómica recuenta la experiencia que significó presenciar cómo una ciudad de 400,000 habitantes se transforma en una confusa multitud de cadáveres y moribundos ambulantes. Pero es casi seguro que el libro de Arrupe se ha leído menos que otros. Pero al final, los horrores de la guerra afectan a todos los hombres por igual.
Pero vuelvo a la pregunta. ¿Hasta cuándo seguir culpando al victimario?
La respuesta es más interesante (al menos para mí) si esta proviene de alguien que no es judío y tampoco alemán. Me refiero al político socialista español y gran escritor, Jorge Semprún. Semprún tuvo militancia en el comunismo español, se unió a la Resistencia Francesa y conoció de primera mano también los horrores de la guerra. Es el prisionero 44904 del campo de concentración de Buchenwald. Pero hay otro dato que hace la opinión de Semprún más interesante y éste es el gusto muy especial que Semprún tenía por la lengua, la cultura y la literatura alemana. Semprún decía sufrir de una esquizofrenia lingüística: Leía en alemán pero escribió en francés y maldecía en castellano.
Este prisionero del campo de trabajos forzados de Buchenwald tiene varias obras que se pueden referir. Quizá vale la pena referir a la más popular, El Largo Viaje (ganadora en 1964 del Premio Formentor y del Prix de la Résistance). Para empezar, Semprún hace una distinción básica relacionada a su propia experiencia en un campo de trabajo forzado, diferente a un campo de exterminio. Explica Semprún que los prisioneros en Buchenwald se han opuesto frontalmente al nazismo y por ello están en el campo: Comunistas alemanes, ´rojos españoles y franceses', protestantes alemanes y políticos socialdemócratas comparten los horrores en Buchenwald pero entienden que están allí por un acto puntual de lucha. Semprún contrasta Buchenwald con Auschwitz donde no hay ´concentrados´ resistentes, sino civiles judíos que hasta hace poco eran ciudadanos alemanes que representaban – afirma Semprún– lo mejor de Alemania. La Alemania de Gothe, de Heidegger, pero también de los judíos alemanes cómo de Husserl, Heine, Hofmannsthal, Benjamin, Celan, Canetti (entre otros) ha tomado un pedazo de su población que más disfrutaba el ser alemana[4] y le ha dado al final, en palabras de Semprún, una ´muerte judía.´ Cuando Semprún entra en Buchenwald, lo primero que piensa es ´no quiero una muerte judía´. Es decir, y cómo lo explica el mismo autor: …´ la muerte judía fue esto, que cientos de miles y millones fueron arrojados en las cámaras de gas, sin el menor intento de resistencia´. [5]
La pregunta casi quiere salir automática, ¿Adquirió Semprún un odio particular por Alemania luego de su experiencia?
Uno podría pensar que sí, incluso si nota que Semprún logra sobrevivir por su dominio perfecto del alemán y el acceso a la biblioteca del campo donde puede intentar olvidar las tragedias diarias mientras lee (en alemán). Cómo explicaba Semprún: ´Sobreviví a un campo de concentración alemán leyendo en alemán´. ´Y cada línea era un triunfo´. Pero Semprún no tomó una posición de odio contra ´lo alemán´. Porque hay que reconocer que la generación que votó democráticamente a Hitler no es la generación de hoy. La generación de hoy es la que debe por un lado, crecer con el complejo de culpa por los ´pecados de los abuelos´ y por el otro, pagar con sus impuestos las reparaciones por los ´pecados de los abuelos´. Y siempre, dicho sea de paso, con el temor que un acto xenófobo aislado no vuelva a despertar los viejos fantasmas.
La culpa no sólo la vive quien sin pedirlo fue hecho víctima, es decir: el judío alemán enamorado de Alemania que un día despierta para no ser más alemán. ¿Cuál fue el pecado cometido? La culpa no sólo la vive la chica judía europea que para sobrevivir en los campos se convierte en la prostituta de los oficiales y, luego será discriminada en el kibbutz cuando su tatuaje en el brazo ´Nur Für Officers´ la delate. La culpa la sufre también el hijo y el nieto del victimario, que se pregunta permanentemente hasta donde alcanzan las maldiciones generacionales?[6]
Todos sufren la culpa y todos la viven desde posiciones diferentes. Lo interesante en Semprún es que jamás mostró ningún odio hacia Alemania y entiende, desde su posición europeísta, hasta donde alcanza el efecto de la culpa cuando el error ya fue aceptado, interiorizado y se sufre la vergüenza pública. Una vez aceptada la culpabilidad histórica (lo cual es un hecho muy loable por parte de la sociedad alemana) Semprún entiende que no se trata de reducir la responsabilidad histórica pero tampoco de cargarle la sombra de victimarios a quienes no son ya los responsables.
Quizá por eso lo que Semprún pone por todo lo alto en su novela (El Largo Viaje) son los gestos de solidaridad entre los prisioneros mismos. En el fondo, porque quizá con eso reivindica y celebra el gesto primordial que ennoblece al ser humano: El reconocimiento del otro.
[1] Esta expresión ´deshumanizar´ se comprende mejor en el sentido de cómo Primo Levi refiere al proceso de transformación que el prisionero sufría en los campos. Se le detiene, se le desnuda, se le retira el control de su propio cuerpo; quitarle todo el cabello y vestirle igual que al resto de detenidos es la forma de arrancarle su individualidad. Se le cosifica, se le hace un medio para un fin inmoral, (soy fuerza de trabajo, si soy un buen trabajador sobrevivo pero, de forma indirecta colaboro con las metas de la guerra.) En suma, al estar su vida en manos de otro, pierde su humanidad.
[2] La novela de Baram muestra la posición inteligente y crítica de la juventud israelí que no se deja secuestrar por las posiciones religiosas ni por los discursos oficiales. Baram afirma que el rol del victimismo no va más con un ´Estado fuerte´ cuando los hechos en cuestión son cosa del pasado. La novela de Baram, ´Las buenas personas´ no aborda el problema de la guerra desde la lógica ´victimario todopoderoso y la víctima-inofensiva sino desde la posición de los colaboradores, algunos de ellos judíos, con el régimen nazi durante la guerra. Allí el dilema moral es más profundo y más interesante.
[3] Heinrich Böll, en Opiniones de un Payaso ha sido categórico en la forma cómo sanciona el cómplice silencio de los civiles alemanes con respecto a los campos. La respuesta ´no sabíamos nada de lo que pasaba´ no cabe en la mente de Böll. No es para menos pues cuando Böll caminaba para matricularse en la Universidad pasó por uno de los tantos campos de trabajo forzado. Allí convivían las máquinas de muerte con la población civil alemana, que por cierto, también sufría los estragos de la guerra.
[4] Alemania fue una de las más grandes tentaciones de asimilación para el universo judío. Entre 1800 y 1900 se calculan (según los datos del Jüdisches Museum de Berlin) que en promedio de 78 judíos se convirtieron al cristianismo en Alemania y Austro-Hungría. Más que ´convertirse´ a otra religión, se alemanizaron en su totalidad. Entre las diferentes minorías que componían el Reich, la minoría más condecorada por actos heroicos en batalla durante la Primera Guerra Mundial era la de los judíos alemanes, calculada en 30,000 el número de judíos alemanes que recibieron la Cruz de Hierro.
[5] La resistencia judía durante la Segunda Guerra Mundial es también un hecho que debe tratarse con pinzas y explicarse bien. Levantamientos importantes como el sucedido en el Gueto de Varsovia muestran que, en efecto, hubo actos de resistencia. Algunas milicias mal organizadas se unieron luego a los partisanos franceses. Claro, Semprún al momento de ingresar en Buchenwald no tiene todos estos datos.
[6] Se puede citar el libro Kriegskinder (Hijos de la Guerra) autoría de Yuri y Sonja Winterberg. El texto aborda el complejo proceso de crecimiento de toda la generación alemana de la posguerra; el proceso de adaptarse a las políticas de desnazificación y lo que significa vivir bajo la sombra permanente del Tercer Reich. Las expresiones de patriotismo se limitaban por razón del temor al aparecimiento de actos xenófobos y el uso de símbolos patrios era algo afuera de la discusión. Luego vendría de vuelta el escándalo cuando la clase política alemana de la posguerra reveló sus nexos con el Tercer Reich. La economía en recuperación no podía soportar las exigencias de Reparación que fueron maduramente aceptadas por Adenauer. Y hacia afuera, el estereotipo de la lengua alemana y de ´ser alemán´ se reduce una película de guerra (gracias en buena medida a la cinematografía estadounidense que por cierto ridiculiza de igual forma lo que significa ser latinoamericano, francés, etc…) También valdría la pena referir a la serie de televisión alemana Unsere Mütter, unsere Väter . Esta mini-serie se emitió en el 2013 en Alemania generando muchísimo debate en razón de abordar el tema de la guerra y sus excesos desde el punto de vista alemán. Generó también un debate interno pues la producción distingue entre los ´alemanes´ y los ´nazis´. Para unos, esto era una forma light de ´negacionismo´ y para otros, quizá más moderados, esto no era sino reconocer que no todos los alemanes simpatizaron con el nacionalsocialismo y que hubo una ´resistencia alemana´ que va más allá de Stauffenberg. Pueblos completos en Stuttgart y Dresden se negaron a comprar la esvástica nazi y pegarla en sus ventanas (sufriendo las consecuencias), Graf von Galen, Obispo de Münster abiertamente criticó en sus homilías la política de´ eutanasia nazi´. Otro punto crítico de esta serie lo constituye el relacionado a los abusos por parte del ´Glorioso Ejército Rojo´ contra la población civil alemana cuando los soviéticos entraron en Berlín: La violación de niñas y mujeres parecía práctica común en los soviéticos como el vodka en las cantimploras.
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