La primera repasa nítidamente la organización, la estrategia y las tácticas políticas del movimiento de los derechos civiles liderado por el doctor Martin Luther King Jr. para presionar de manera pacífica, desde el nivel local hasta el federal, el cambio de una de las legislaciones más discriminatorias, que hace cinco décadas todavía mantenía una segregación electoral. En este año, cuando se conmemora el quinto aniversario de la firma de la Ley del Derecho al Voto, que finalmente permitió a la población afroestadounidense el sufragio pleno, Selma —nombre de esa insigne ciudad en Alabama que fue epicentro del movimiento estudiantil y ciudadano contra el gobierno racista de George Wallace— destaca porque es, cosa inusual en Hollywood, la interpretación de una directora negra sobre los acontecimientos que llevaron a las negociaciones entre King y el presidente Lyndon B. Johnson a alterar sus prioridades políticas para erradicar los obstáculos administrativos que aún hacían de los negros ciudadanos de segunda clase. Cobra preeminencia la agencia de los actores afroestadounidenses —en alianza con algunos sectores blancos— sobre la mitología de una concesión fácil por parte de la administración Johnson. Retumba el lema tan actual de los estudiantes negros: «Nos organizamos, protestamos, resistimos».
En esos años truculentos, el famoso cantautor James Brown empezaba su fulminante carrera catapultando ese ritmo funk único que sería reproducido por generaciones de artistas. La película Get on Up (Levántate) traza los episodios más significativos del Padrino del Soul. En circunstancias tan adversas —pobreza, hambre, abandono, escasa educación, humillación y discriminación—, Brown logra convertirse en un ícono, en un empresario exitoso, en un administrador de sus millonarios negocios, y decide que no tendrá intermediarios blancos. Viaja a Vietnam para animar a las tropas, llena el Olympia en París y se pronuncia en Boston un día después del asesinato de King, aunque a costa también de exprimir a sus músicos. En una de las escenas más simbólicas del film, que se desarrolla a finales de los años 1980, el señor Brown está discutiendo en casa de su socio, el señor Byrd, cuando el limpiador de la piscina se despide de ambos. Brown dice en tono burlón: «Hemos recorrido un largo camino para que quien ahora limpie la piscina sea un blanco».
Saltando hasta la primera década del siglo XXI, Dear White People (Querida gente blanca) es una sátira sobre las ácidas y tensas relaciones entre estudiantes de color y blancos en una universidad privada. Su protagonista, Sam White, es locutora en la radio universitaria, estudiante de cine y activista. Sus reportajes reflejan constantemente la doble moral que existe en los campus universitarios sobre el tema de la diversidad y la inclusión, el cual, en apariencia, busca enriquecer la vida académica nivelando oportunidades de educación y acceso a recursos para todos. Pero la armonía interracial no puede darse cuando, desde la administración, la narrativa dominante de éxito, ambición y control moldea la vida estudiantil, sigue reproduciendo estereotipos que se creían erradicados y privilegiando a unos sobre otros dependiendo de su extracto social o color de piel. La película habla a las generaciones actuales, desmemoriadas ya de la lucha por los derechos civiles, cuestionando el abierto o sutil racismo en los centros de formación, donde deberían desmantelarse críticamente.
Las tres producciones son de 2014. Irónicamente, solo Selma tiene apenas una nominación al Óscar este año, no así algún actor, alguna actriz, algún productor o alguna directora afroestadounidenses. Y, aunque distintas en su naturaleza, las temáticas permiten establecer paralelismos con la realidad guatemalteca, a propósito de las relaciones interétnicas y de la edificación de una sociedad más inclusiva, donde el acceso al poder y a las oportunidades educativas y artísticas sigue siendo tan dispar.
Por fortuna, desde el arte, la creatividad como arma subvierte el imaginario social.
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