Son las 2 de la mañana. Me refugio en mi playlist, que a través de los audífonos —el silencio es solemne en el hotel y supongo que en la ciudad— disparan sin piedad:
Hey, Joe,
where you goin’ with that gun of yours?
Hey, Joe,
I said where you goin’ with that gun in your hands?
Y ya está. El sueño ha sido ahuyentado definitivamente por The Jimi Hendrix Experience.
Hace 40 años el guitarrista más grande de la historia murió ahogado en su propio vómito luego de una larga noche de drogas, alcohol y pastillas para dormir. Fue la jornada final de una vida caracterizada por el exceso, como esa noche de enero de 1968 en Gotemburgo, cuando Hendrix fue arrestado por los destrozos causados en una habitación del hotel Opalen. El encargado del hotel recibió una llamada de otro cliente quejándose del ruido. Cuando llegó, Hendrix estaba tirado en el centro de la habitación, cubierto por su propia sangre.
La fiesta que empezó en un night club terminó con varios daños, convenientemente documentados por la Policía sueca, que no permitió que Hendrix abandonara ese país durante un par de semanas. Un brillante concierto en Estocolmo (vínculo en blanco y negro aquí) sucedió durante el impasse, solucionado, luego de la audiencia con el juez, con una multa de 3 200 coronas suecas.
Hey, Joe tiene un origen discutido, más allá de que los derechos de autor se registraron a nombre de Billy Roberts. No es original de Hendrix, pero fue su herramienta para el lanzamiento a la fama. La canción narra la huida de un hombre que acaba de asesinar por celos a su esposa y busca cruzar la frontera con México.
En 1966, Chas Chandler, un agente en busca de una estrella a la cual representar, conoció a Hendrix. Tomó el riesgo, lo puso en un avión rumbo a Londres y consiguió al resto de la banda, con la cual formó un power trio en toda regla: Mitch Mitchell, un buen guitarrista condenado al bajo, y Noel Redding, un baterista excepcional, enérgico y frenético.
Hendrix encantó y asustó por igual a todo el círculo virtuoso londinense de la época, Pete Townshend, Paul McCartney y Eric Clapton entre ellos. Luego vendrían los festivales de Monterrey y Woodstock.
En Monterrey, la interpretación de Hendrix lo consagró como una estrella y llevó el término salvaje a nuevas fronteras. Su Stratoscaster fue conducida a límites inimaginables. Hendrix la tocó frenéticamente, de espaldas, con la lengua. La usó para simular actos sexuales y finalmente la incendió e incineró sobre el escenario.
Las cenizas de la guitarra fueron recogidas por alguien lo suficientemente sobrio para eso —en un festival como Monterrey, toda una proeza— y reposan en un museo al cual peregrinaré —espero— en mi vejez, cuando me dé por la espiritualidad.
El festival de Woodstock fue cerrado en su tercer y último día con una increíble interpretación de Hey, Joe. Hendrix había desbandado la Jimi Hendrix Experience solamente semanas antes. En lugar de Mitchell y Redding estaban los Gypsy Sun and Rainbows, que desaparecerían poco después, luego de haber tocado en apenas un par de ocasiones. Como apunte curioso, la banda incluyó un segundo guitarrista.
Recuerdo una nota publicada en El País hace unos días, en el aniversario de la muerte de Hendrix, retratando a su círculo más íntimo. La nota sugiere que la psicodelia es un ritmo extinto. Particularmente, no creo que la psicodelia esté muerta. Por ejemplo, vi en la calle a alguien que conducía su bicicleta con el timón decorado con pasifloras de su jardín. Eso me hace guardar esperanzas.
Mi insomnio se mueve al ritmo de Purple Haze, pasa por Voodoo Child, Villanova Junction, Stepping Stone, y al final amanece con la luz del día que se cuela tímidamente por una de las esquinas de la ventana. Un video de dos minutos, en blanco y negro, muestra un ensayo en estudio de los Beatles con una versión muy blues de Helter Skelter. Un whatsapp dice que mi familia me extraña y que mi hija mayor tomó su autobús escolar a tiempo.
Va a ser un día muy largo. Mi tercera taza de café me dice eso mientras una multitud se paraliza en la Centralstation entre el pánico y el escándalo luego del anuncio de que el siguiente tren está retrasado tres minutos, los cuales se consumen con la voz de Patti Smith cantando en 1974 sobre Patty Hearst:
Hey, Joe,
where you gonna run to now? Where you gonna go?
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