No es cosa fácil vislumbrar el deterioro espectral del ex jefe de la Policía de Oscar Berger a partir de los esbozos urgentes de un dibujante o de las palabras de los periodistas. Es un ejercicio que para nosotros, acostumbrados a presenciar los juicios por la televisión o a gozar de primer planos fotográficos de los acusados, supone a la vez un derroche de imaginación y una bestial profesión de fe. En especial, si la sentencia a cadena perpetua, dictada a miles de kilómetros, es contra un hombre pelirrojo, rubicundo e inmenso de apellido irrepetible, monolítico bigote y doble pasaporte que contó o cuenta con la protección del alto estamento. Es natural la sensación de irrealidad, por la falta de hábito. Es natural, pero el resultado es cierto, aunque no definitivo: Sperisen fue condenado en primera instancia por haber participado en ejecuciones extrajudiciales.
No es que en Suiza todo sea perfecto (pueden ver sus bancos), pero la justicia tiende a ser puntual como un reloj (suizo). Y benevolente con los condenados. Dicho esto, no hay que olvidar, para ser justos, que Sperisen tuvo que pelear contra los elementos. Ya verán: una de las cosas malas de ser suizo en Suiza es que en Suiza casi todos son suizos, y eso entraña una notable pérdida de valor con respecto a lo que significa ser suizo en Guatemala, porque te salen con la historia esa de la igualdad de condiciones y los jueces te juzgan como juzgarían a cualquier otro. Además en Suiza, como está tan lejos, les cuesta entender eso de que los funcionarios guatemaltecos, o cualquiera, se arroguen el derecho de ir matando presos, y no les vale que les digan que es que el país está tan mal. Habrá que ver si no les cambia la opinión cuando reciban las 12500 firmas de chapines indignados. Y, por último, no queremos ocultar que hay un tercer punto que le perjudicó, que es que en Suiza no te sirve de tanto eso de tener amigos guatemaltecos poderosos, aunque tengan apellidos belgas, centroeuropeos, etcétera. Fíjense que ni siquiera tuvieron en cuenta que cuando Sperisen salió huyendo de Guatemala y se mantuvo prófugo y perseguido por el Estado de Guatemala lo escondía en una casa pagada por el Estado de Guatemala alguien que es bien importante: el casi vitalicio embajador de Guatemala ante la Organización Mundial del Comercio, o sea, su padre.
Que esa es una pregunta para el Gobierno: si le parece tolerable que el embajador aloje en la residencia oficial a fugitivos. Si Eduardo Sperisen no tendrá que dar explicaciones, porque sí, es su padre, pero si quería podía haberle puesto un su departamentito.
Bueno, pues la cosa es que a los abogados defensores de Sperisen no se les ocurrió enseñarle a los jueces las gráficas que publica a cada rato Carlos Mendoza y que muestran cómo evoluciona la violencia homicida.
De haberlo hecho habrían podido convencer al Tribunal de que la práctica de ejecuciones extrajudiciales que, ya fuera de peligro, acaba de admitir Javier Figueroa, ex subdirector de operaciones de la policía, tuvo su éxito, solo que años después. Es cierto que en la época de Sperisen y de Vielmann es en la que se dispara la tasa de asesinatos, pero lo que no se dice es que gracias a eso, con un pequeño retraso en 2009, desde entonces ha caído en picada.
Y ahí hay otra cosa, ah. El futuro de Carlos Vielmann en España. Que eso es lo grave, porque al fin y al cabo Vielmann es el que fue directivo de la Cámara de Industria y el verdadero amigo de los meros meros. No es el rey de todo, pero es como el rey en el ajedrez en este caso. A él hay que protegerlo. A Sperisen se le defiende como se defiende una muralla en un asedio: para resguardar lo que viene después. No lo dijo Sun Tzu, pero así es. ¿Y qué va a ser de Carlos si queda demostrado que sus huestes ejecutaron y que él pues por ahí andaba? Que bueno, que eso tampoco es que le parezca mal a los guatemaltecos que protestan y firman y se escandalizan porque la justicia suiza, ay, tan injusta; y tan difícil que les resulta comprender a esos suizos que a los malos hay que matarlos para salvar a la sociedad. Pero lo que preocupa en realidad es si los jueces españoles pensarán igual, son tan imprevisibles. Mala onda...
No, ahora ya en serio, miren de nuevo la gráfica:
Lo que muestra es que el periodo de Vielmann al frente de Gobernación es uno de los más trágicos de la historia reciente de violencia homicida del país. Entre 2004 y 2007 los homicidios por cada 100 mil habitantes pasaron de 34 a 45, casi un 50% más de la actual. Un fracaso descorazonador de lo que llamaremos “su política de seguridad”, aunque eso suponga ennoblecerla. La estrategia de mano dura de aquel gobierno, como la de todos los gobiernos que la han empleado en América Latina, no sólo fue reprensible desde el punto de vista legal y moral. También fue una estupidez mayúscula si nos fijamos en los resultados. De esto hay pruebas. Lo subrayó hace poco una investigación de Naciones Unidas. Asesinar, ejecutar, matar, no son buena política de seguridad en ninguna circunstancia, y como forma de aliviar el estrés resultan actividades un poco exageradas.
Mejorar la seguridad del país pasa por fortalecer el sistema de justicia, pero sobre todo por transformar un Estado y un país que es incapaz de proveer espacios dignos de vida, espacios deleitables, para toda su población. Incluso para los que creen que viven bien. Lo que sucedió en Pavón, lo que sucedió con aquel Gobierno en general y en buena medida con los demás, no tenía tanto que ver con un plan de seguridad como con un proyecto político que nos conduce en la dirección contraria.
Ahora que la estrategia mediática de defensa toma un cariz semejante a la del juicio por genocidio y se entrelaza por momentos con la del caso Rosenberg, ahora que hay un repliegue de las fuerzas conservadoras que aspiran a convertir este caso en otro que favorezca su reproducción ideológica y les permita atrincherarse, aunque la trinchera sea incómoda, ahora que ya cuesta ver con claridad quiénes son los malos y quiénes los buenos (los buenos, los malos, esa simplificación), ahora hay que subrayar de nuevo lo obvio, lo demostrado: que asesinar no mejora las cosas y que ningún crimen contra la vida debe quedar impune.
Y por eso es que Sperisen y Vielmann son juzgados: porque hay indicios de que participaron como líderes, como inductores o como asesinos en ejecuciones extrajudiciales.
Por mucho que a un sector de Guatemala le embargue una sensación de irrealidad (12500 firmas son más de las que nunca se han recogido contra el hambre que devasta las vidas de la mitad de los niños del país. Ah, ¿que nunca se han recogido firmas contra eso?), por mucho que eso suceda el resultado es cierto: Sperisen está condenado en primera instancia de la misma manera que, por el mismo caso, Javier Figueroa quedó absuelto en Austria, en un proceso peor llevado por la fiscalía y con distintas pruebas y cuyo desenlace los querellantes aceptaron con deportividad, admitiendo sus errores. Ahora el juicio de Suiza ha abierto muchas preguntas interesantes acerca de cómo funcionó el ministerio de Gobernación en aquella época y cómo lo hacían sus escuadrones de la muerte. En algún momento la justicia nacional debería responderlas.
Por ahora, Sperisen ha apelado la condena. Tiene derecho a que la justicia suiza revise su caso con imparcialidad y a salir libre si lo declaran inocente. Tiene derecho. Y tiene la fortuna de que en su celda de Suiza nadie entrará, en medio de la noche, a fusilarlo. Helvetia no es una finca.