Si el sonido pudiera tocarse, la voz de Don Mariano sería suave, tan suave como el algodón.
Barre, cuenta. Es su trabajo, agrega. Pero no tiene “extras”, explica.
Es de Sumpango, y con su voz apacible se acerca para decir que “allá” (señala al norte) es donde labora. No tiene “extras”, repite.
El hambre no se entiende sino hasta que se siente. Hay quienes dicen que es lo primero que se aprende.
Son varios los recipientes verdes, inertes, que están constantes&nb...
Si el sonido pudiera tocarse, la voz de Don Mariano sería suave, tan suave como el algodón.
Barre, cuenta. Es su trabajo, agrega. Pero no tiene “extras”, explica.
Es de Sumpango, y con su voz apacible se acerca para decir que “allá” (señala al norte) es donde labora. No tiene “extras”, repite.
El hambre no se entiende sino hasta que se siente. Hay quienes dicen que es lo primero que se aprende.
Son varios los recipientes verdes, inertes, que están constantes en el Parque Central. En ellos depositan lo que para unos es basura. También es en donde otros encuentran el sustento diario: botes y latas para reciclar y vender, y residuos de comida para aliviar el hambre.
Entre recipiente y recipiente pasan personas y pájaros. Unos depositan, otros recogen. Vuelven a depositar y vuelven a recoger. Llegan y se van. También regresan.
Don Mariano deja ahora de buscar. Encontró comida para una tarde más. Se limpia las manos. Su dedo índice destaca en cada movimiento. Antes de partir muestra su anillo. Dice que es de plata. Lo limpia orgulloso. “Esto vale. Es importante”, afirma y se despide.
Alguna vez alguien dijo que el hambre hace recordar que se está vivo. Con lo que encuentra cada tarde, Don Mariano olvida por un momento que tiene hambre.