El Banco Mundial se ha dado cuenta de ello y de manera altisonante ha exigido a los empresarios centroamericanos ser más responsables, cuando menos, en el pago de sus impuestos.
En Guatemala, el desequilibrio ingresos/necesidades básicas muestra una dramática diferencia entre la capital y el interior del país, aunque en ambos tablados genera ansiedad, depresión, estados obsesivos y compulsivos cuya basa es la angustia de existencia. La diferencia estriba en que la población capitalina debe mantener un status de apariencia que la hace gastar más para simular lo que no es ni tiene.
Fuera de las grandes urbes, la clase media aún goza de un patio, un solar o un terreno que les permite hacerse de algunos cultivos de subsistencia, un gallinero o árboles frutales que cuando menos, generan esa armonía del silencio que solo quebranta el murmullo del aire y los trinos de los pájaros. El capitalino tiene sonidos de bocinas, gritos de brochas e insultos de choferes desde las cuatro de la mañana y aún así, debe aparentar cierta elegancia.
Aunada a esa inseguridad de vida, la estima de quienes padecen ese síndrome (desequilibrio ingresos/necesidades básicas), sufre una merma que lleva al ser humano a considerarse poco menos que gusano porque, o pone su dignidad de alfombra o sus hijos no comen. Y la necesidad tiene cara de chucho.
Los potentados, los ricos de fortuna mal habida, los empresarios grandes (en mezquindad y miseria humana) no son tontos. Saben hasta dónde apretar el tornillo y en qué momento activar el mecanismo de despresurización con un regalito de Q. 12.99 o una palmadita en la espalda.
Lo cierto es que, ese trabajador, entre la espera del Godot que le depare un mejor futuro y el desasosiego del día a día, llega a despersonalizarse y a realizar las tareas que le impongan, por denigrantes que sean, a cambio de conservar ese empleo que le provee magros ingresos y peores satisfacciones.
El ser humano tiene la invariable tendencia a protegerse. De esa cuenta, en muchas oficinas se encuentran letreros ofensivos al decoro que los mismos patrones permiten porque recuerdan a los esclavos su triste situación. Van desde: “El jefe siempre tiene la razón”, “El jefe es lo máximo”, “El jefe es el líder” hasta otro que con letra más pequeña denuncia: “Yo necesito el trabajo”.
Y ese “Yo necesito el trabajo” tiene muchos rostros, entre ellos: La firma de recibos donde el trabajador asegura que recibió el salario mínimo cuando realmente le están pagando la mitad; la recepción del mínimo establecido por la ley pero con semana de 60 horas de trabajo; y, ni hablar de las condiciones en cuanto seguridad social y riesgos laborales: Las maquilas por ejemplo.
Ni qué decir de las empleadas de servicio doméstico quienes, encima de no recibir salario mínimo, deben aguantar los insultos de la doña y el derecho de pernada que cree tener el don o el hijito de los patrones quien hace sus primeros tanes con la sirvienta, por supuesto, con la silenciosa aquiescencia de sus padres.
El salario mínimo al día de hoy está en los siguientes valores: Actividades agrícolas: Q.68.00 día + 6.75% adicional; actividades no agrícolas: Q. 68.00 día + 6.75% adicional; industria de maquila: Q. 62.50 día + 5.13% adicional. Referencia: Diario de Centroamérica, Acuerdo Gubernativo 520-2011.
Después de cotejar el precio de la canasta básica alimentaria, la canasta básica vital y el salario mínimo, ¿hay algún margen de duda? A mi entender no. Ciertamente, Guatemala es un país de esclavos.
Más de este autor