Agustín Estrada Monroy, en su libro El mundo k’ekchi’ de la Vera-Paz, publicado por la Editorial del Ejército (1979) [1], cita innumerables veces a Remesal. Hace transcripciones de extensos fragmentos de su obra Historia general de las Indias Occidentales, etc. Libro IV, capítulo V, donde la descripción de dichos vaivenes —como presagio del desastre acontecido el 10 de septiembre de 1541— es magnificente.
Antonio de Remesal data en 1536 el inicio de la desventura. Cuenta cómo para esas fechas había ingresado a la ciudad una enorme cantidad de aventureros, saltimbanquis, ladrones y gente que decía ser otra y esquilmaba cuanto podía a los habitantes de la capital de Guatemala. Narra muy particularmente un incendio que devastó parcialmente la urbe. Este, refiere Remesal, se inició en la fragua de una herrería. Y asume esos avatares como malos augurios.
Tragicómica resulta la narración de la llegada de un supuesto médico que no lo era. Dice textualmente de los moradores: «Pagaron cara también la entrada de su buen médico que enterró él solo en la ciudad más españoles en un año que [los] que [se] habían acabado en diez en las guerras de Nueva España. Y este año de cuarenta y uno [1541], en particular, se encarnizó, de suerte que no se escapaba hombre que visitase. Y así, a los cinco de agosto le mandaron so graves penas que no visitase enfermos ni ejercitase la medicina, añadiendo a las pasadas el destierro de la Ciudad, porque se había experimentado que no escapaba persona en quien pusiese sus manos».
Don Agustín Estrada Monroy, en otra de sus obras, entresaca y cita, de un relato escrito por Joan de Lobera, cómo fueron los acontecimientos del deslave sucedido en la fecha referida: «Tres días arreó [la lluvia] sin cesar un momento, jueves, viernes e sábado, y en este sábado, a la hora que dicho es, súbitamente vino grandísima tormenta de agua que reventó o salió de lo alto de un momento semejante a Mongibel o Vulcano, que allí hay, en las haldas del cual está aquella ciudad de Guatimala, y fue tan acelerado este huracán o tormenta, que no hobo lugar a algún socorro ni remedio para excusar las muertes e daños que intervinieron» [2].
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También, a mediados del siglo XVI, el escribano Juan Rodríguez Cabrillo de Medrano publica su crónica Espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecío en las Indias en una ciudad llamada Guatimala, y tanto este autor como Remesal y otros hablan del deslave como «último eslabón» de una serie de desgracias que pudieron haberse evitado.
De tal manera, la presencia de ladrones, payasos y farsantes en la ciudad y en ciertos estamentos de gobierno, así como la ausencia de un liderazgo nato —Tonatiuh había muerto dos meses y seis días antes del deslave (4 de julio de 1541), y doña Beatriz de la Cueva, su esposa, tenía pocas horas de haber asumido la Gobernación de Guatemala— y la omisión de la población en cuanto a escuchar la prevención que la misma naturaleza provee —sismos, retumbos, lluvias pertinaces, etcétera—, se constituyeron en una mezcolanza fatal en la capital de Guatemala en 1541. Murieron aproximadamente 600 personas entre el 10 y el 11 de septiembre de 1541.
Pregunta: 477 años después, en el año 2018, en los pueblos aledaños al complejo de los volcanes de Agua y de Fuego, ¿cambiaron los prolegómenos y las consecuencias de un desastre hartamente anunciado? Respuesta: solo las víctimas.
En el entretanto, la sarta de cleptómanos y excéntricos funcionarios que nos gobierna sigue haciendo de las suyas, ahora al amparo de un estado de calamidad.
[1] Estrada Monroy, Agustín (1973). Datos para la historia de la Iglesia de Guatemala. Tomo I. Guatemala: Sociedad de Geografía e Historia. Págs. 91-98.
[2] Remesal, Antonio de (1979). «Historia general de las Indias Occidentales, etc. Libro IV, capítulo V». En: Estrada Monroy, Agustín. El mundo k’ekchi’ de la Vera-Paz. Guatemala: Editorial del Ejército. Págs. 30-31.
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