Al menos para ese porcentaje de electores la fórmula funcionó, y casi el 70 % de ellos se creyeron el cuento de que Morales es un outsider, un apolítico anticorrupto en el convulso evento electoral que recién ha concluido.
Pese a la victoria, debería quedar claro que Morales es otro artefacto de la élite mediático-militar-empresarial, que aprovechó la coyuntura y supo moldear la imagen de un político aparentemente nuevo al antojo de los electores en una sociedad netamente conservadora y machista, en una coyuntura de crisis resultante de la defenestración de los exgobernantes Otto Pérez y Roxana Baldetti por actos de corrupción. Como dicen, ni en física ni en política permanecen los espacios vacíos. Ese vacío preelectoral fue ocupado no por una propuesta nueva de las movilizaciones cívicas de abril a septiembre, sino por el mismo triángulo que ha regido la historia política del país en las eras pre- y posdemocrática. Contra la amenaza de Manuel Baldizón, Jimmy fue la pieza maestra de las élites, de manera que se legitimaron sus antecedentes y relacionamientos con militares señalados de violación de derechos humanos, a la vez que se explotó el consenso ciudadano alrededor de la campaña anticorrupción.
Así pues, en esta deslucida octava contienda electoral de la era democrática, no sorprende tanto el triunfo del candidato del FCN-Nación como la insistencia de las cúpulas empresariales en gobernar por encargo. Probaron en cierta forma con Álvaro Arzú y Óscar Berger, pero desde entonces no se ha vuelto a ver un proyecto político mínimamente articulado con participación de sus gremios detrás de una visión de país, como la que en su momento idearon para subirse al tren de la democratización y terminar con el cruento conflicto armado. Luego de esa generación, los hijos, nietos y séquitos de esas clases económicas parecen estar ausentes de la esfera gubernamental, aunque no dejan de vociferar en contra del Estado y de los bienes públicos a menos que estos sirvan a sus intereses.
Por segunda vez consecutiva, a pesar del desastre que representó Pérez, ahora confían en que un accidentado presidente sea probablemente más fácil de dirigir, vigilar y sancionar. Así al menos lo entiende uno de sus potentados, si uno lee entre líneas lo que Dionisio Gutiérrez externa en su blog unos cuantos días antes de las elecciones: «Es cierto que su proyecto es uno improvisado, sin plan de gobierno y sin equipo […] Si Morales incluye en su proyecto a técnicos capaces y honestos, si se une al clamor nacional y promueve y apoya las reformas que el país necesita, y si hace un gobierno basado en la honradez, la transparencia y el trabajo responsable por sacar adelante al país, podría pasar a la historia como un gran presidente y el que permitió la transición a una nueva era para Guatemala». Con la bendición a Morales, el multimillonario empresario exhorta a sus homólogos centroamericanos a seguir el modelo guatemalteco y a encarar los problemas del poco crecimiento económico, la pobreza y los sistemas políticos corruptos y disfuncionales.
Con todo el capital con el que las cúpulas empresariales cuentan para formar tecnócratas en las mejores escuelas de gobierno del mundo y afrontar esos males, ¿por qué gobernar por encargo?
Mi teoría era que las cúpulas siguen considerando más rentable este modelo de extracción económica por medio de sustitutos o peones porque ven el Estado como una extensión de sus negocios y no se ven como parte de este. Leyendo la reseña de Benedicte Bull de la última publicación sobre élites globales del politólogo Fernando Valdez, la autora lo confirma de cierta forma: las entrevistas de Valdez, «por un lado, muestran que los grandes empresarios sí tienen visiones políticas y de desarrollo. En sus visiones no son cortoplacistas ni piensan solo en sus empresas. Pero muestran otra cosa también: que en sus visiones no existe el pueblo como actor: no existen movimientos sociales, no existen trabajadores organizados, no existe una división de poderes».
Jimmy firmó contrato con las élites y aceptó el mayor papel de su vida: el de ser gobernante. Los espectadores, que olvidan rápido las pésimas producciones de sus inversores, pagaron cara la entrada y están ansiosos de buen entretenimiento y de parábolas, sin ganas realmente de saber cómo y a quiénes servirá.
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