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Giammattei: primera dosis de cesarismo

El discurso de investidura del presidente Giammattei careció prácticamente de cifras
Un discurso que no articuló propuestas, ni ejes programáticos pero supo poner el dedo en algo de manual: la unidad nacional
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Giammattei: primera dosis de cesarismo

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Su discurso de investidura estuvo entre la desconexión con la real y el manual motivacional.

El análisis de los discursos presidenciales de investidura resulta una tarea tan apasionante y fundamental.  La razón es muy sencilla.  Es el primero en el que el candidato madura,  deja de dirigirse afiliado del partido y dialoga con la ciudadanía. El discurso de investidura proyecta los valores esenciales que al menos discursivamente guiarían la gestión presidencial.   Ante la situación de crisis que las democracias contemporáneas muestran, la ciudadanía busca desesperadamente en el discurso presidencial respuestas.

Tradicionalmente los discursos de investidura presidencial se pronuncian frente al Parlamento.  Esto no es un capricho, pues en los regímenes presidenciales es antes que nada un diálogo entre los poderes constituidos.  Sin embargo,  el discurso de investidura va dirigido sobre todo a la ciudadanía.  En este sentido el discurso de aceptación de la victoria electoral y el de investidura se amarran,  porque pretenden cerrar las brechas divisorias propias de los clivajes electorales y unificar a la nación en un solo proyecto.   A final de cuentas, ¿la soberanía nacional se materializa en la cabeza del poder ejecutivo no es así? No por nada, el simbolismo de la banda presidencial con los colores nacionales, algo tan propio y único de los regímenes presidenciales latinoamericanos.   El discurso de investidura se dirige además,  a la ciudadanía más allá de las fronteras nacionales, por ejemplo un contexto estratégico político-económico.  

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Manual motivacional ciudadano

El discurso del presidente Giammattei duró poco más de una hora, en la media de los discursos de investidura. Este detalle en realidad tiene poca importancia, pero siempre debe mencionarse.  Lo que no tiene poca es clasificar – tempranamente, dado que aún no se socializan versiones escritas del discurso- sus palabras clave, así como la frecuencia con la que fueron repetidas.   Una artesanal matemática elaborada por el autor de este ensayo denota que las siguientes palabras fueron repetidas por lo menos más de tres veces: Dios, Guatemala, unidad, nación, polarización, libertad, valores, honradez, trabajo.

El discurso cumple con la regla esencial de apelar al sentimiento de nación y mover las valoraciones de una ciudadanía conservadora. Si a ello agregamos un tono de voz elevado y firmeza en las palabras la actuación habrá sido exitosa y el mensaje comunicado.

Sin embargo, hagamos una necropsia del discurso.

Primus inter pares

«Me presento cómo el primer servidor de la Nación». Esta fue la apertura del discurso de investidura. Pudiendo presentarse en una forma mesiánica, cual rescatador, ungido, hombre fuerte, el presidente Giammattei se presenta como un humilde sirviente de los intereses nacionales. No es para menos, el gobierno (toda la administración pública que depende del poder ejecutivo) depende de sus decisiones.

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Esto sin duda es un argumento comunicacional muy efectivo porque construye la idea de alguien que no ha llegado servirse del botín del Estado sino a colocar sus fuerzas, sus talentos y dotes para la consecución del mayor bien. Es el ideal del contrato social, es el ideal del pacto político y la razón de la existencia del Estado.   Aunque no hubo referencia alguna puntual directa a planes concretos de reforma en la administración pública (aspecto que cubriremos luego) sin duda no hay quien pueda criticar el argumento. Se va a requerir mucho más que eso para romper el modelo de Estado clientelar-patrimonial.  Lo que es necesario apuntar es que el discurso –como lo manda el manual– dio inicio con la intención de apelar a la emotividad.

Apelar al sentimiento de nación

En la estructura clásica de los discursos de investidura presidencial hay aspectos que son universales indistintamente del contexto. Pasados los saludos iniciales, es clásico que siempre se haga un llamado a la unidad nacional y a la hermandad. En los contextos europeos los discursos de investidura siguen un ritual algo más rígido y el saludo a los familiares presentes en la sesión no son la regla, pero esto no es así en los contextos latinoamericanos.

Una vez transitados los prolegómenos, una vez hecha la apelación a la Nación y a tomar conciencia del momento histórico que se vive (no hay presidente que no crea que su momento es el más especial de la Historia) es de cajón dirigirse al pasado, invocar a los héroes, próceres y mártires que parieron la patria porque pertenecer a la misma Historia es un elemento que une el proyecto político.

La Historia oficial sirve de instrumento en estos casos para construir la conciencia colectiva que cual arte de magia deviene en la materialización de la nueva administración presidencial. El presidente se une a la larga lista de héroes nacionales que está dispuesto a sacrificar honras, familia, patrimonio y darlo todo por una la nación. Cuando las cosas son así, el presidente enlaza su mandato presidencial a las administraciones anteriores para dar la noción de una continuidad democrática y una tradición republicana. Detalle interesante, el discurso del presidente Giammattei no hizo ningún intento por enlazarse con la presidencial de su antecesor; ni en término de compartir ideales o seguir sufriendo los mismos retos. Es como que nunca hubo nada, y la historia se reescribe en este caso, desde cero. Esto no significa que en casos anteriores los presidentes entrantes no hayan tenido una estructura discursiva distinta a su antecesor. La crítica a la administración previa es siempre un aspecto fundamental que ayuda a posicionarse como el salvador de la Nación. Lo que el discurso de investidura de Alejandro Giammattei remarcó poderosamente fue el punto de quiebre, entre su inicio y lo que hay detrás.

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¿Cuál es la razón de iniciar el discurso apelando al sentimiento nacional? No se trata simplemente de un aspecto que caracteriza a las derechas latinoamericanas. Recordando lo dicho, el discurso presidencial sienta doctrina presidencial y también despierta emociones con las cuales la ciudadanía puede ser encauzada. Cualquier asesor político aconsejaría que luego de momentos que son conceptualizados como complejos (de allí la referencia en el discurso del presidente Giammattei al abandono del pasado de conflicto y polarización) nada mejor que recordar que cuando «la nación se une grandes proezas se consiguen», pero ello requiere, abandonar el pasado.

Sobre los ejes programáticos: muy poco y muy grave

Luego de estos aspectos, los discursos de investidura refieren por lo general a los programas futuros de gobierno y los ejes programáticos de la futura administración. Aquí es donde la estructura del discurso de investidura pasa de apelar a las emociones y se introducen las estadísticas. Aspecto que hoy en día –al menos en el primer mundo– requiere una cuidadosa preparación en razón de la práctica de la verificación de datos.

Aquí, dos detalles interesantes: El último discurso del ex presidente Morales estuvo saturado de cifras, porcentajes y numerales que si bien dejan claro que los números no son lo suyo, intentaban justificar los logros de gestión. El discurso de investidura del presidente Giammattei careció prácticamente de cifras.

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¿La razón? El contexto político.

Si bien Giammattei no intentó enlazar su futura gestión con los esfuerzos de la anterior gestión presidencial, no había razones para suponer una animadversión que requiriese contrastar números.  Es también posible suponer que por el cansancio que los invitados al acto pudieran estar sufriendo en razón del atraso en los eventos previos, se hubiera determinado necesario construir de momento –y esto es sólo una suposición– una estructura comunicativa que fuera fácil digerir.  Nadie puede negar que el discurso de investidura del presidente Giammattei parecía más un discurso motivacional de un gerente de ventas o del entrenador del equipo previo a la final; emociones por encima de porcentajes, sentimientos sobre estadísticas. No robar, trabajar, respetar la ley, no delinquir… Casi un decálogo presidencial de los valores faltantes u olvidados en la nación guatemalteca. No es algo dicho sea de paso, exclusivo de las derechas. Andrés Manuel López Obrador, actual presidente de México, hizo referencia en su discurso de investidura a retomar los valores perdidos de la Revolución Mexicana (momento crucial de la historia oficial). Aquí es donde cualquier presidente se transforma en el padre que aconseja a sus hijos. 

Ante este faltante de corte tan formal en los discursos, tampoco podía esperarse que hubiera un desglose discursivo en materia de política pública y ejes programáticos. A diferencia de otros discursos de investidura presidencial, no hubo mención a los grandes ejes del gobierno. En México, Carlos Salinas de Gortari hizo girar todo su discurso inicial el término «reformas estructurales», Vicente Fox hizo referencia a su compromiso con «gestionar la alternancia» y para ello anunció la determinante reforma de la administración pública cual plan de sexenio.

Para no ir tan lejos en la Historia, el presidente de Ecuador, Lenin Moreno, presente el 14 de enero en el Teatro Nacional, ofreció la política Plan Toda una Vida, con la que pretende articular medidas universales para todos los ciudadanos en materia de seguridad social. Hay por lo menos otros dos grandes ejes en la administración Moreno, el plan Mis mejores años y el Plan Renova. Por lo general, los presidentes miran hacia dentro, en relación a los instrumentos de política pública que deciden construir. Excepción muy particular, el presidente Barack Obama que tanto en el famoso discurso pronunciado en Berlín (en condición de candidato presidencial) y en luego en el de investidura se dirigió a la ciudadanía universal y al compromiso de jugar por las reglas del Derecho Internacional.

La creación de la amenaza interna o externa

Para ello los presidentes hacen siempre un llamado a construir un tipo de consenso nacional transpartidario y, dicho sea de paso, esto siempre requiere que exista una amenaza concreta, interna o externa.

En este aspecto los presidentes olvidan que tienen adversarios, buscan parlamentar…

«Acudo al diálogo y busco el consenso», articuló el presidente Giammattei. ¿No hubo referencia a los enemigos y adversarios políticos?

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Cuestión interesante y de contraste entre los dos discursos: el presidente Morales no dejó de referir a quienes «mal utilizaron» la herramienta del amparo para desgastar la administración presidencial. El presidente Giammattei, pudiendo haber hecho referencia a las izquierdas, «los vividores de cooperación internacional», «la intervención extranjera» evitó hacer estas menciones. De nuevo, en razón de generar el acuerdo transpartidista y «tender su mano abierta» a los diferentes actores políticos y sectoriales no había razón alguna para hablar de adversarios. No se olvide, que a pesar de no contar con una mayoría parlamentaria el presidente Giammattei intentará construir un gobierno de unidad nacional. Sin embargo, sí hubo referencia a los grandes enemigos de la nación: las pandillas.

El punto más duro del discurso de investidura tuvo lugar en este momento: «la lacra que amenaza a los guatemaltecos honestos». Hay que develar el momento magistral en esta parte del discurso. «Mi primera medida será pedirle al Congreso tipificar a las pandillas cómo lo que son: terroristas». Tres pasos de la lógica discursiva: Detecta la amenaza, se presenta como el salvador y predice los resultados a los que esta llevará: la victoria del Estado sobre las pandillas. Este fue el clímax del discurso de investidura.

Lo restante continúo por derroteros propios de una retórica clásica de un gobierno de derechas: reactivación económica (no hubo referencia al debate fiscal), creación de empleo (sin referencia a la apuesta por los medianos o grandes empresarios); la relación de Guatemala con el mundo se entrelaza por vía de la inversión económica y la lucha contra la corrupción pues, es algo de importancia. Tan importante que no hubo referencia al cómo ni por dónde. Si bien es cierto que hizo referencia a la ley de competencia, tampoco hubo mención sobre cómo pretende institucionalizar esta medida concreta que ha generado, dicho sea de paso, una histórica oposición del sector privado tradicional. En la articulación posible de instrumentos como este es donde puede construirse el escenario de un resquebrajamiento con el sector económico tradicional. 

Y así concluye, en términos generales, un discurso de investidura que no articuló propuestas, ni ejes programáticos pero supo poner el dedo en algo fundamental del manual político: la unidad nacional. Un discurso donde uno de los faltantes fue la referencia a los esquemas de política pública existente y su empoderamiento por parte del poder ejecutivo. Fiel al carácter del hombre fuerte que Alejandro Giammattei proyecta, pesó más en su discurso los planes particulares del poder ejecutivo que los esquemas existentes. «Él es la repuesta» y conjuntamente con ello se introdujo una ola de emociones y valores. Un discurso motivacional para darle la bienvenida al salvador de la patria. Mesianismo y cesarismo político hechos carne y hueso. Si su caudal electoral hubiese sido apabullante solicitaría un cheque en blanco para tener un mandato sin restricciones. Aunque no lo tiene, por demás está decir,  que se siguió a la perfección lo que dictan los manuales políticos. El discurso de investidura más que proyectar ejes programáticos y discutir el cómo, requería jugar políticamente con las emociones.

Colofón

Nessun dorma, que hemos descubierto la fórmula olvidada del éxito: si tenemos los valores correctos se transforma fácilmente la realidad. Si descubrimos al enemigo y lo combatimos cómo nadie lo ha hecho antes, todo bien. Si tenemos un hombre fuerte en la silla del ejecutivo, todo bien.  La cuestión en términos de la política pragmática no es tanto si el análisis resulta equivocado sino, la viabilidad del proyecto político. La visión de hombre fuerte que termina construyendo un esquema de Estado fuera  lleva implícito el arribo al gran y eterno debate sobre la reforma fiscal.

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