Tiene algo de atractivo, porque sus seguidores se cuentan por millones, y van en aumento. Años atrás, era cosa sólo "de hombres"; hoy son innumerables las mujeres que también lo siguen con pasión, o incluso lo practican.
Para jugarlo no se necesitan aparatos especiales ni costosos. Cualquiera lo puede practicar y cualquier espacio es bueno: el patio de la escuela, un terreno desmalezado, el lobby de un hotel, etc.
El fútbol es en la actualidad, por lejos, el espectáculo más cons...
Tiene algo de atractivo, porque sus seguidores se cuentan por millones, y van en aumento. Años atrás, era cosa sólo "de hombres"; hoy son innumerables las mujeres que también lo siguen con pasión, o incluso lo practican.
Para jugarlo no se necesitan aparatos especiales ni costosos. Cualquiera lo puede practicar y cualquier espacio es bueno: el patio de la escuela, un terreno desmalezado, el lobby de un hotel, etc.
El fútbol es en la actualidad, por lejos, el espectáculo más consumido. Su aumento siempre constante por dondequiera (programas especializados, ropa afín, escuelas de fútbol para niños, sistemas de pronósticos de resultados multimillonarios, contratos por cantidades impensables), su presencia omnímoda en los medios de comunicación, en la cultura dominante, en la cotidianeidad mundial, justamente por su magnitud –¿"desmedida"?– abre interrogantes. Invitamos a debatir sobre ello.
El fútbol, como todos los deportes –quizá más que todos– dejó hace mucho tiempo de ser un pasatiempo, un entretenimiento dominguero. Pretender desandar ese camino en un mundo hoy globalizado donde todo se mide en términos de beneficio económico, es quimérico, ingenuo, estúpido. Pero al menos se puede intentar no perder de vista el fenómeno en su magnitud global: el fútbol (este circo romano moderno), además de negocio fabuloso, ha pasado a ser una cortina de humo, un mecanismo de control social de una dimensión increíble.
Los campeonatos mundiales ponen en evidencia de un modo particularmente grotesco lo que ha pasado a ser el fútbol profesional en nuestra aldea global: un fabuloso mecanismo de control social. Sería ingenuo pensar que el Campeonato Mundial sirve a los poderes fácticos para hacer o dejar de hacer lo que son sus planes geoestratégicos de dominación a largo plazo. No necesitan de él para invadir países, para aumentar el precio de los combustibles o para desviar la atención sobre la catástrofe medioambiental en curso debida al mismo modelo insostenible de desarrollo. Si hay "lavado de cerebro" de parte de las clases dominantes, ello no se realiza porque durante un mes se inunden las pantallas de televisión con partidos de fútbol y media humanidad ande hablando sólo de los astros de moda, de cuánto ganan en cada fichaje o del nuevo modelo de ropa deportiva. El proyecto es más maquiavélico: se trata de controlar en el día a día, abrumando con partidos y más partidos, y más campeonatos y más ligas… ¿Cuántas horas diarias de fútbol consume por televisión un habitante promedio? ¿Mejora eso de algún modo su relación con el deporte?
El fútbol da la ilusión de igualar clases sociales (ricos y pobres, explotadores y explotados se abrazan tras la camiseta de su selección nacional o su equipo preferido), distrae, aleja preocupaciones. Que es gran negocio, es innegable (lo que mueve globalmente cada año representa la decimoséptima economía mundial). Lo que sí puede deducirse es que poderes globales también lo aprovechan como droga social, como anestesia. El Mundial no es sino una dosis un poco más fuerte del "pan y circo" cotidiano al que nos someten, con dos, tres o más partidos diarios durante los 365 días del año, y con una cantidad de torneos que ya cuesta memorizar.
Si algo podemos criticar con fuerza no es el fútbol como deporte sino todo el circuito político-económico que ha ido formando su profesionalización creciente así como su utilización en tanto mecanismo de control de masas, ahora ya a nivel planetario. Los Mundiales son sólo una pildorita de esa medicina.
Hoy es imposible pensar en desprofesionalizar este gran circo; ello implicaría chocar con poderes monumentales. Pero vale la pena abrir la crítica sobre todo esto. ¿O preferimos quedarnos sentados ante la pantalla y mañana comentar el partido del caso con los amigos, repitiendo el circuito sin sentido crítico y dejando que se amasen fortunas a nuestras espaldas?
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