Ésas son las explicaciones que Francis Fukuyama ofrece para la crisis política actual, sobre todo la de Estados Unidos. Lo hace de forma amena, en medio de muchos matices, en un artículo que escribió para la revista Foreign Affairs. Léalo. Aun si no está de acuerdo, habrá algo de lo que dice Fukuyama que no haya oído antes.
Yo me quedo con su explicación basada en la subordinación de los poderes Ejecutivo y Legislativo al Judicial, instinto nacido con la Revolución estadounidense y –en sus propias palabras– aplicable también a muchos países latinoamericanos que hicimos copy-paste del sistema gringo. Como contraste, Fukuyama ofrece el caso del Reino Unido: un poder político concentrado en el Parlamento con un sólo gran contrapeso que son las elecciones cada cinco años o cuando se disuelve el gobierno.
Las diferencias entre uno y otro modelo no corresponden con la dicotomía progresismo-conservadurismo. La trascienden: en la mayoría de países, las fuerzas políticas se adaptan al modelo dominante y lo defienden, aún si es con distintos intereses, porque es el ecosistema en el que han aprendido a navegar.
Siguiendo el artículo, en Estados Unidos, por ejemplo, los conservadores defienden el poder del Organismo Judicial porque éste les permite ser la salvaguarda contra el gobierno activista que temen, mientras que los progresistas lo defienden porque es a través de éste que han ganado muchas de las batallas históricas de más importancia. Por ello, incluso reformas mayormente administrativas –como la reforma de la salud– son diseñadas de tal forma que una gran parte de la ejecución real recae sobre las cortes, en un proceso más garantista pero menos eficiente que el de los sistemas europeos.
¿Cuál sistema es mejor? Cuestión de la historia y de preferencias, dirán algunos. Yo creo, sin embargo, que hay algunas razones por las que –hasta cierto punto, al menos– es preferible un sistema en el que las principales decisiones políticas de una sociedad recaen sobre sus autoridades electas y no en el sistema judicial.
La primera razón es porque de esta manera las decisiones se acercan al ciudadano y éste adquiere un sentido de pertenencia en el sistema. También de esta forma hay correspondencia entre quien toma las decisiones políticas y quien pone la cara ante la ciudadanía. Pero hay una razón adicional y más de fondo, que no se menciona en el artículo.
Las decisiones que son producto de la deliberación democrática tienden a ser más matizadas o a incluir más compensaciones hacia quienes afectan que las que son producto de las decisiones de las cortes. Son, en consecuencia, menos disruptivas.
En su infinita lucha por alcanzar la mayoría, los políticos están siempre negociando. Producto de esas negociaciones son acuerdos que –en teoría– consiguen un respaldo democrático suficiente para sobrevivir la oposición que generen. En consecuencia, desde su nacimiento las decisiones que se toman de esta forma tienen al menos alguna base política de apoyo, cosa que no necesariamente es el caso de las decisiones judiciales.
Lea las noticias de Guatemala y dígame cuál de los dos sistemas nos describe mejor. ¿Dónde están las influencias, las luchas y las manifestaciones? Están en las cortes, principalmente en la Corte de Constitucionalidad, y no en un Congreso de la República que se ha tornado –como el gringo– bastante inoperante. Esto son malas noticias.
Y Fukuyama no nos tiene ningún remedio para ello, a no ser un shock del exterior. Yo pienso, sin embargo, que esto es como un caso de teoría de juegos. Que se podría conseguir un equilibrio superior si tan solo las partes –que son miles– tuvieran la confianza de moverse hacia él sin el temor de quedar aplastadas en el proceso.
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