Ganas poco, debes tener dos o tres trabajos medianamente pagados para cubrir tus necesidades. Un día, tu partido gana las elecciones. Y tienes que pensar que talvez eso no se repetirá, al menos en Guatemala. Para entonces, has pasado los mejores años de tu vida haciendo trabajos para los cuales estabas sobrecalificado. ¿Qué tienes que hacer para recompensar a tu familia y asegurarte los años por venir? Pues agenciarte de lo que puedas en cantidades razonables porque es tu derecho bien ganado. No es un robo, es cobrar una deuda”.
En tono paternal, cariñoso, me habló el carismático político, amigo de la familia. Eso fue hace casi 40 años.
Recuerdo que el café que me tomaba sabía muy pasado de tueste.
Aquella confesión fue sincera y de una franqueza brutal. Uno de los descubrimientos más importantes de mi vida.
Aquel recuerdo ha reverdecido con acontecimientos recientes en la vida nacional.
Vuelve para explicar por qué los políticos esconden y niegan (a la vez que presumen) su enriquecimiento espontáneo. No han robado, dicen, y callan decir que apenas han cobrado una deuda por servicios a la patria. Servicios no solicitados, en todo caso. No dicen en público que, gracias a su amplio espectro de cualidades extraordinarias, han podido llevar en paralelo sus obligaciones como gobernantes y una vida de empresarios que usan información privilegiada, cambian o definen a su favor las reglas del juego, imponen su ley y eliminan a la competencia. Entre eso y robar hay mucha distancia. Pero nada garantiza que seguirán en el poder, y las traiciones están a la orden del día. Por eso se cobran a futuro.
Por lo mismo, Jorge Serrano Elías se llevó hasta el último centavo de los gastos presidenciales en el presupuesto. No robó, jura. Ese dinero era suyo, por ser Presidente. No era para cubrir gastos del Presidente en el ejercicio de sus funciones. Patrañas, Ese dinero era de Jorge, nada ilegal en embolsarlo.
Es la visión de los diputados: no roban, solo recuperan inversión y obtienen una ganancia merecida. Como si tan fácil fuera soportar que los insulten en todas partes. Son los moralistas, los hipócritas, los envidiosos y los faltos de iniciativa quienes se quejan. Los legisladores elucubran una verdad que les talla a la perfección: si aquellos estuvieran en su lugar, harían lo mismo. Así que no pasa nada, los perros críticos ladran porque tienen hambre, porque se mueren por un hueso.
Los militares de la contrainsurgencia nos dicen con sus actos de cada día que la patria está en deuda, que la salvaron del comunismo, que sufrieron y no fueron debidamente gratificados. La Patria es ingrata y no los jubiló como héroes de guerra. Tanto trabajo sucio para salvar al país, sin siquiera poder prenderse al pecho una medalla que diga al mundo que eliminaron comunistas. Eso les duele, y la paradoja es que sus hazañas tengan que vivir en la clandestinidad por culpa de la sociedad civil, la comunidad internacional y los derechos humanos. Por eso muchos se convirtieron en negociantes heterodoxos, cooperativistas, facilitadores de relaciones, vendedores de servicios especiales, agentes del orden y la disciplina, candidatos, administradores de bienes del Estado. Por eso son agentes dobles y competidores de media tabla en el mundo del narcotráfico. A eso les ha llevado la ingratitud de la patria. La sociedad los ha llevado a resarcirse por medios que no quisieran, pero los dejaron sin opciones.
Y bajo la misma bandera filosófica del político de aquella confesión, las castas empresariales piensan que han generado suficientes empleos de salario mínimo como para merecerse la reducción de impuestos, la evasión y los privilegios para generar competitividad, la apropiación de tributos cobrados al cliente; la ocupación estratégica de espacios de poder y decisión para garantizar que nadie haga olas.
Por eso dicen todos que no a la CICIG (aunque ellos mismos sean la esencia de su justificación), que doblemos –sin leer– la página de la historia reciente, que recordarles lo que son es el principal obstáculo para la reconciliación nacional, y también para que prospere su proyecto de nación.
Es por eso, también, que manosean a la vista del mundo las instituciones que deberían ser cimiento de la democracia republicana: el Ejecutivo, el Legislativo, las cortes, los juzgados, la Contraloría de Cuentas, el Ministerio Público, el TSE, todas las instituciones que según la Constitución deben ser independientes y espada del mismísimo espíritu constitucional.
Más de este autor