(***Advertencia: este artículo tiene contenido explícito que puede no ser apto para menores de edad. Recomendamos que sea leída con esta precaución).
Por lo tanto, se requiere mucho cuidado al momento de abordar la explicación y posterior descripción de un fenómeno particular. Esta prescripción incluye el estudio de lo que a lo largo de estas columnas hemos llamado la “conducta desviada”.[1]
El problema de fondo que deseo comenzar a abordar ahora recae sobre la formal interpretación de esta categoría y fundamentalmente, desde posturas que están más cerca del institucionalismo o el neo-institucionalismo. Para estas visiones, la conducta desviada es la vulneración de la ley, o la expresión de disconformidad con las normas dadas.[2]
Ahora bien, ¿Qué pasa cuando la conducta desviada o la acción violenta (en la terminología de Pinker) expresa algo más profundo?
Tomemos el ejemplo relacionado con las formas de intercambio. Cómo no recordar aquí la categoría del Potlatch (refiriéndome a Marcel Mauss, Ensayo sobre el Don).
El Potlatch sería la institución económica más antigua o una de las más antiguas conocidas (conjuntamente con el Bazar Persa). El Potlatch como herramienta de intercambio entre los pueblos indios de la costa del Pacífico en el noroeste de Norteamérica no contempla ninguna relación económica en la lógica occidental sino, un intercambio de “honores” y “status”. Desde fuera podría “leerse” con un giro economicista, pero en la lógica subjetiva del actor local (para citar aquí a Pike…), lo que cuenta no es la significación formal.
Nuestro trabajo en términos de las formas culturales de violencia comparada, realizado ya en tres países distintos (apoyado por la Red de Investigadores INSUMISOS) arroja resultados interesantes en términos de lo que “está detrás” de esa conducta llamada desviada.
A riesgo de simplificar las cosas, me refiero a un particular resultado en las más de 3,200 encuestas en universos masculinos entre sujetos que habitan zonas de alta incidencia criminal.[3]
Asumamos que la subcultura criminal (que abarca poblaciones meridianas y además a quienes son parte del grupo criminal) es una población desconocida que expresa una forma cultural extraña. ¿Qué elemento común podría describir esa de red de significación cultural?
Los economicistas dirían: “la búsqueda de riqueza vía el carril auxiliar”. Aunque cierto, nuestro estudio muestra que: 1) la acción criminal genera placer en quien la ejecuta, aunque no exista ganancia económica; 2) además no se entiende per se como “desviada” en quien la ejecuta; y 3) la categoría de fondo con la cual el sujeto en mención describe el por qué realiza dicha “conducta desviada” recae en la lógica de dominación “del más débil”.
Los resultados del estudio de campo y vivencia participativa (no tengo espacio para explayar los detalles) tienen un giro muy particular con el cual concluyo.
Cuando se preguntó a más de 3,000 hombres (comprendidos entre los 12 y 30 años) de tres países distintos, que habitan en zonas de alta incidencia criminal (y por lo tanto con altas posibilidades de ser reclutados por las formas locales de crimen organizado) que describieran su fantasía sexual ideal, la respuesta en más del 92% de los casos hacían énfasis en: 1) dominación, 2) humillación, 3) en el acto sexual violento y, 4) por lo general en una posición sexual donde la mujer es ampliamente dominada, tiene las caderas al aire, las bragas a mitad de piernas,[4] es tirada de los cabellos, insultada y penetrada de forma anal.
Aunque pueda sonar a chiste, lo interesante es el resultado tan uniforme entre sujetos que comparten la cultura de poca legalidad, la vivencia en sociedades fuertemente religiosas y, con Estados débiles. El “acto violento” en esencia es una búsqueda de placer mucho antes de ser “racionalizado” por el sujeto como un acto que quebranta la legalidad o genera beneficio económico.
Por ello es que si la política pública de seguridad en México y en el Triángulo Norte quiere producir una reducción considerable de la violencia, no bastan los esquemas de contención de la violencia. Ya sea que se hable de una nueva gendarmería (México) o Fuerzas de Tarea (Guatemala), estos esquemas no reducen la violencia sino la contienen temporalmente. Hablar de una política de fondo que encamine tanto a México como al Triángulo Norte a un índice cercano del 10 por cada 100,000 requiere generar estímulos de fondo que modifiquen el aspecto neurálgico. El problema entonces, no es como se decía en 2006 “las pandillas” y hoy, en 2013 “el narco”. El problema es dominar de forma violenta, el placer de matar para resolver o disfrutar la vida cotidiana. Lo que es peor: la cultura de la violencia hecha parte del folclor.
Y regreso a la pregunta del artículo anterior. ¿Puede la acción ciudadana (envuelta en la cultura de la violencia) automodificar la misma cultura que nutre su propio sistema político?
[1] Término acuñado por Anthony Giddens en el famoso ensayo “Sobre desviación y delito”.
[2] Giddens reconoce que la categoría de “normas dadas” puede referir en muchos casos a la voluntad del más fuerte en términos de la imposición de normativa.
[3] El estudio selecciona tres áreas geográficas puntuales por cada región o zona de alta incidencia. Tres municipios “rojos” en Sinaloa, tres municipios “rojos” en Tamaulipas, tres en Ciudad Juárez, tres municipios en Limón –Costa Rica– y tres distritos de alta incidencia criminal en Nápoles, Italia.
[4] Este detalle no es solamente componente de una fantasía de dominación. Es interesante recordar la enorme cantidad de cadáveres colocados en posición con nalgas al aire y la ropa interior bajada en las guerras intestinas de los cárteles mexicanos. La relación es más que simbólica en esta forma de dominación.
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