Somos esos a los que nos anteponen el prefijo geo, objeto de la condescendencia del personaje Sheldon Cooper, que nos llama “the dirt people”. Sheldon puede irse al carajo. En lo único que tiene razón es en que andamos embarrados de lodo, llenos de tierra, con esas ropas del color que oculte manchas que jamás se limpiarán y zapatos con suelas como llantas. Unos andan abriendo agujeros, otros acarreando aparatos extraños, otros recogiendo muestras. Hay muchas versiones de nosotros, porque aplicamos cuanta ciencia se nos pone enfrente al estudio de nuestra casa.
Esta casa nuestra, la Tierra, es fascinante. Es un planeta geológicamente activo, muchísimo. Esas cosas que se cocinan en su interior generan fuerzas de magnitud tal que son las responsables de los fenómenos que han inspirado los más grandiosos mitos de dioses y demonios temibles, poderosos. Lo genial del asunto es que, aunque sabemos que no tenemos control alguno sobre esas fuerzas, sobre los fenómenos que las generan, sí tenemos la capacidad de estudiarlos, conocerlos y comprenderlos. No somos víctimas de castigos propinados por entes iracundos, somos testigos de fenómenos termodinámicos y gravitacionales. Pura física metida hasta en la sopa, para variar. Y aquí estamos con nuestras grandes ciudades, nuestros edificios, las montañas, mares, llanuras, todos tan aparentemente quietos, montados en balsas a la deriva que se desplazan sobre la superficie terrestre.
En la escuela nos cuentan que esas balsas se llaman placas tectónicas, las cuales chocan entre sí para dar origen a los volcanes y las cadenas montañosas, y también para causar terremotos. Es una primera aproximación razonable, pero la cosa se va poniendo mucho más compleja conforme nos acercamos más para estudiar en detalle lo que realmente ocurre. Resulta que las placas no sólo se mueven sino se deforman, hay lugares en que el suelo se ensancha y otros en que se comprime. Los movimientos ocurren a diferentes velocidades, los esfuerzos se acumulan en distintos sitios y los terremotos se producen sin aviso, mientras no nos queda más que conformarnos con hablar de probabilidades de que pasen, estudiar nuestro suelo para saber qué efectos tendrían en cada lugar y utilizar todas las herramientas a nuestro alcance para minimizar los posibles daños.
En la superficie terrestre hay muchos lugares donde las cosas se ponen muy interesantes desde el punto de vista geológico. Guatemala y sus alrededores es uno de esos lugares. Años de estudios exhaustivos han producido un modelo en constante perfeccionamiento que, a grandes rasgos, consiste en el encuentro de tres placas tectónicas –Cocos, Norteamérica y Caribe–, que mantendrán a los geoprofesionales muy ocupados. Ese modelo, respaldado por gran cantidad de evidencia, debe mejorarse en sus detalles –que no por ser detalles son menos importantes– a la luz de otras muchas evidencias que revelan que los procesos son mucho más complejos y que el modelo no puede dar cuenta de todo. Y eso es excitante: encontrarse con tantas preguntas sin responder, tanto trabajo por hacer. Ver cómo una suposición que parecía funcionar se ve desafiada por un evento que no es consistente con lo que proponemos. Así, a este lugar del mundo han venido los franceses, españoles y estadounidenses a trabajar con científicos locales y seguir acumulando evidencia para darle vueltas hasta traer nuevas propuestas que puedan explicar los fenómenos que ocurren.
Arranqué el año en una reunión con estos científicos para discutir acerca de lo que se ha observado, las explicaciones que se proponen para someterlas al fuego de lo que las hace válidas y lo que las pone en duda. Vemos presente y pasado, leyéndole las cicatrices a la Tierra, haciéndole tomografías, colocándole dispositivos que miden cómo diferentes puntos en las grandes balsas se mueven a velocidades de pocos milímetros por año, imperceptibles para nosotros pero detectables por tecnología que no tendríamos sin Einstein. Qué mejor estimulante que confirmar que cada propuesta obliga a buscar evidencia y, ante la nueva evidencia, a cuestionar nuestras convicciones para producir explicaciones más exactas, que traerán nuevas y mejores preguntas. ¿Y eso por qué? Porque siempre la evidencia pesa más que el modelo, por bonito que sea.
* Evidence, canción de la banda Faith No More, del álbum King for a day… Fool for a lifetime (1995).
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