Para no variar, los cuatro personajes estaban enfrascados en un amable, respetuoso y sonriente intercambio de opiniones sobre el tema de la corrupción, el desorden y la ilustrada participación de los agradables, cultos y afanosos miembros del honorable Congreso, sin que los ceremoniosos invitados al programa televisivo abandonaran la compostura propia de gente bien nacida y mejor educada, sin dudar de la dignidad de los padres de la patria. Por lo menos no mencionaron por su nombre a alguno de los irreemplazables parlamentarios.
Sin embargo, me dio la impresión que ganas no les faltaron para recordarles la ascendencia a más de alguno de los irreprochable congresistas; pero pudo más la circunspección del político y de los analistas invitados, que el disimulado intento de lanzar ofensivos calificativos a tales representantes del pueblo, toda vez que la temática era propicia para expresar opiniones peyorativas, aunque puede ser que como yo sólo vi y escuché el final de la presunta controversia, previamente los concurrentes al escenario virtual hayan procedido con menos ambigüedad y más contundencia.
Como sea, lo que sí pude escuchar de labios de tan meticulosos entrevistados es que, después de caminar retóricamente por vericuetos semánticos, finalmente coincidieron en que para resolver los irrelevantes problemas que surgen en el seno del Parlamento y, en general, en los intachables ámbitos de la reverenciada actividad política, se vislumbra esperanzadoramente una diáfana y hasta ese momento aparentemente escondida solución: ¡Reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos y a la Ley Orgánica del Congreso de la República!
Como ocurre en este singular conflicto en torno al cual he señalado reiterativamente mi posición, que comparten otros guatemaltecos anónimos o de renombre, en el ocaso del apagado debate de la TV salió a flote un minúsculo obstáculo, el cual consiste en que los únicos que -en conformidad con la enaltecida e intocable majestad del ordenamiento jurídico vigente- están en lícita capacidad de realizar modificaciones a aquellas normativas son ¡oh azares del destino patrio! los mismos diputados y dirigentes políticos alejados del parlamentario, y estos fervientes defensores del estado de Derecho y la legitimidad legislativa se muestran renuentes a que se manchen con oprobio los preceptos que los rigen.
Pese a ese casi imperceptible inconveniente que impide las reformas que algunos empecinados sectores proclives al anarquismo propician y se atreven a demandar pública y obscenamente, dizque en aras del adecentamiento de la actividad política y de la transparencia en las tareas propias del Estado, y en este caso específico de las labores en el Honorable, surgió de las mentes privilegiadas que debatían el asunto la fórmula para superar el caos: Apelar a la voluntad política, precisamente de los políticos ¡Eureka! Allí está el desenlace ¡Mire, pues, qué chulada de belleza!
(El homofóbico Romualdo Tishudo dice que leyó en Internet esta opinión:-Estoy de acuerdo con el matrimonio gay, pero sólo entre políticos, porque de esa forma no se pueden reproducir).
* Publicado en La Hora, 9 de febrero.
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