Eterna primavera, eterna dictadura

La primera que se me ocurre es que se aprende a valorar la validez de los testimonios gráficos. Hasta las cansadas hemos repetido que una imagen dice más que mil palabras, pero experimentar cómo estas imágenes nos hacen volver 30 años a los que fuimos los adolescentes y jóvenes adultos de esa generación es impactante.

Las fotografías del libro son tan buenas desde cualquier punto de vista que comentarlas puede ser ocioso; los textos que acompañan a las fotografías y le dan cuerpo y sentido a la exposición pueden tener alguna pequeña imprecisión que se torna irrelevante; la introducción, escrita por la misma autora, es sencillamente brillante, es una lección de historia de Guatemala para finales del siglo XX e inicios del XXI fundamentada y con una capacidad de síntesis increíble.

Aunque no es necesario leer en orden las páginas del libro para apreciarlo o recibir la información, al hacerlo se nota el rigor con el que se presentan las condiciones socioeconómicas del país en aquella época, se describen los factores culturales, se identifican los poderes reales; todo desde la perspectiva de identificación humana que insisto aportan las fotografías y nos muestra las varias caras del conflicto, que si lo llamamos guerra nos deja pensando si fue una o más de una.

La guerra parece haber sido una en el interior del país y otra en la capital, a un citadino como Yo, lo que le impresiona seguramente de primera entrada es ver el tema de las prisiones clandestinas, la morgue de La Verbena y los paseos del “Comando 6” por la sexta avenida de la zona 1. La fotografía de un miembro del “Cuerpo de detectives” tomada en la octava avenida, en la cual mira hacia la cámara un hombre flaco pero cachetón (resultado de alcohol o muelas podridas, quien sabe), vestido con ropa barata completamente descuidada, el pantalón acampanado con el ruedo deshecho y un nudo de corbata mal hecho, usando una sacola de moda y mal combinada, empuñando un fusil (eso sí de la manera correcta, con el dedo índice extendido a lo largo para no presionar por accidente el gatillo), da paso a una sensación entre miedo antiguo y asco actual.

Y es que esas organizaciones manejadas por civiles, con perfiles como el del detective de la fotografía, fueron los que se encargaron de eliminar selectivamente a toda una generación de líderes profesionales, estudiantiles, sindicales, políticos, religiosos y otros que compartían la característica de estar desarmados y ser elementos valiosos para la sociedad y que gran falta nos hacen ahora, porque no solo los mataron a ellos sino que por casi tres décadas mataron sus imágenes y sus moldes.

Al final de la introducción, la autora dice que han cambiado algunas cosas y otras no cambian, pero en lo sustantivo me quedo con un símil de las reflexiones inicial y final que hace el personaje principal de la película “Carne trémula” de Almodóvar; sin duda algo ha cambiado en 30 años, ahora cuando menos podemos hablar y purgar algunos el miedo, otros el dolor, otros la vergüenza; ojalá podamos encontrar un punto de justicia que nos permita también purgar el odio.