Hemos cerrado el primer trimestre de 2020, lapso en el que las relaciones sociales han sido marcadas por un estrés colectivo estimulado por la enfermedad que hoy atormenta a todo el mundo, esa sobre la que día a día se expresa algo o se conoce más sin que surja la esperada luz al final del túnel. Lejos de eso, el recorrido va entre penumbras y con amenazas en cada tramo.
Incertidumbre y ansiedad son las manifestaciones dominantes sobre las cuales descansa el quid de la decisión: ¿salud o economía? La lógica no da margen para perderse. Obviamente, para generar y administrar los recursos disponibles para satisfacer las necesidades de la población es imprescindible un entorno sano. Sin embargo, hoy la respuesta implica variedad de incisos.
En ese sentido, Guatemala afrontó todo febrero y buena parte de marzo bajo un régimen de disciplina que comenzó con la prohibición del ingreso de personas procedentes de la República Popular de China. Añadió la declaración de alerta máxima, después la del estado de calamidad, más restricciones fronterizas. Luego, el reporte del primer caso positivo por covid-19 y un toque de queda. Lo establecido significó el confinamiento residencial y la paralización general de actividades. Apenas los servicios esenciales tuvieron la luz verde, pero con horario restringido.
Fueron dos meses de cuidados, atención y acatamiento ciudadano en medio de una tendencia moderada del crecimiento de contagios confirmados, sin ignorar el natural subregistro. Pero la rutina impuesta por las circunstancias cambió los últimos lunes, martes y miércoles de marzo, cuando repentinamente la vía pública se llenó de peatones y automovilistas que dejaron de oír al Pepe Grillo de Disney y mejor escucharon al Diablito de Derbez.
Y es que observar, escuchar, recibir y compartir mensajes de forma constante con diferentes opiniones desembocó en lo registrado en la ciudad con la ola de transeúntes que habían aguantado un mes. Todavía pudieron con el segundo, mas lo recién ocurrido mostró que cada quien, con su justificación, optó por arriesgarse.
[frasepzp1]
Quienes saben de salud han expuesto, hasta donde les permite la ciencia, lo que representa la covid-19. Y quienes saben de economía han argumentado, desde posturas ideológicas o intereses diversos, unos compresibles y otros no tanto, en torno del impacto del limitado funcionamiento de los diferentes elementos asociados a lo que en resumidas cuentas conlleva el motor del vehículo que transporta a la sociedad.
Otorgar subsidios de distinto tipo, diferir el pago de impuestos en general e iniciativas para asistir a grupos empobrecidos son disposiciones emergentes, cada una, por supuesto, con repercusión en un mayor debilitamiento del ya disminuido patrimonio del Estado.
Vale apuntar que, por lo suscitado primero en Asia, después en Europa y ahora en el norte de nuestro continente, es evidente que aquí aún no enfrentamos lo peor. Dado que el virus vino desde muy lejos, Guatemala se ha mantenido en la fase de contención, de manera que lo diseñado por las autoridades y lo atendido por la población deben combinarse para que el impacto final ocasione los menores daños.
De acuerdo con voces expertas, mayo será el mes de los efectos, aunque la indefensión permanecerá hasta agosto. Resulta impensable que Guatemala pueda soportar un semestre con su economía en stand by. Tampoco debe ignorarse lo que han hecho en la vecindad, por ejemplo en México, donde la política se impuso a la salud y se ha reaccionado con lentitud, mientras que en El Salvador se actuó contundentemente.
Guatemala y el mundo lidian con un momento multicomplejo. Y en lo correspondiente a nosotros, si bien sabemos qué vendrá, ignoramos en qué dimensión será, por lo que solo resta confiar en que las medidas del Gobierno y los aportes de las entidades volcadas en colaborar durante la contingencia propicien que este país vuelva a asentarse en las mejores condiciones que permitan una economía que quedará muy lastimada y un sistema de salud que, ojalá, resista la embestida.
Más de este autor