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Estar conectado: el placer de las redes sociales

¿Por qué no hablar con el amigo que está enfrente? ¿Qué sucede que es más difícil seguir con atención lo que sucede en la “realidad” que en el espacio virtual?
Las redes sociales son también la promesa siempre renovada de encuentros con personas fascinantes que están dispuestas a encontrarse unas con otras.
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Estar conectado: el placer de las redes sociales

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En Internet circula una broma muy reveladora. En la primera imagen, se ve a varias personas hablando y riendo alrededor de una mesa en un restaurante. La leyenda dice algo así como “antes: compartir con los amigos”. En otra imagen, se ve a las mismas personas, en el mismo restaurante, pero con la mirada fija en la pantalla de su celular. Cada quien en su aparato-mundo. La leyenda también cambia: “ahora: compartir con los amigos”.

Una mirada a la comunicación-compulsión actual

En el trabajo, en la universidad, en los centros comerciales y en cualquier lugar donde haya señal de internet, es cada vez más frecuente que algunas personas estén más concentradas en una respuesta de twitter o de facebook que de lo que sucede en, permítaseme decirlo así, el “espacio realmente real” en el que se encuentran. Conectadas a la red y a la tecnología que le da soporte (y status), muchas personas se encuentran pendientes de la pantalla de su computadora o de su celular por un tiempo cada vez mayor y, en muchos casos, de forma francamente impaciente o adictiva: se les va la vida en ello.

Los usuarios de dichos servicios aducen una serie de razones para esta actividad. Su uso es fácil y cómodo. El espacio virtual de las redes sociales ofrece cosas que no puede ofrecer el espacio real. La participación en una red social satisface la pertenencia a una comunidad y ofrece la sensación de estar unido. Con una ventaja respecto a otras situaciones sociales: siempre hay estímulos novedosos y atractivos. El aburrimiento no es una necesidad. Es más bien una opción necia. Si, por ejemplo, en una reunión no hay algo que me atraiga, saco mi aparatito y me conecto con ese mar de gente que se encuentra en el mismo espacio y que promete y comparte muchas cosas. Una usuaria, me decía que la experiencia de twitter es “como si tuvieras acceso al alma de muchas personas”.[1]

Como siempre, conocer gente, hablar y compartir es una necesidad humana. Saludar e intercambiar distintos tipos de mensajes, fotografías y otros archivos con personas que de otra forma no podría relacionarme, es una clara ventaja. Pero la forma que adopta este acercamiento a través de la tecnología es peculiar. Advierto una mezcla de compulsión y fascinación que no existe, como norma, en otro tipo de interacciones. Es esta particularidad lo que quiero señalar: explorar ciertas raíces que usualmente pasan desapercibidas (o al menos no son tan explícitas) a los propios usuarios. Que además, dan lugar a cambios en las interacciones sociales. Por ejemplo, el caso de unos amigos que se encuentran reunidos, platicando, y llega otro que conocieron por una red social. Al poco tiempo, una mujer le dice al recién llegado: “Vos me caes mejor en la pantalla que en persona”.

Para algunos, especialmente para los más jóvenes, el uso es tan natural como ver televisión o salir a un centro comercial. No existe mundo antes del internet y de las redes sociales. Es como el agua para el pez: el medio natural para existir. Una problematización como la que aquí se intenta, está fuera de lugar para estos usuarios.

En realidad, el problema para los heavy users no es tanto si se conectan o no. Esa decisión está superada por el entorno y la presión social. El problema en realidad es que no existe un criterio adecuado para seleccionar, dentro del océano virtual de información, cómo decidir aquella que es relevante para mí. Incluso, el tema más particular, el gusto más exclusivo tiene a su disposición miles de opciones. El problema, entonces, es ver a qué se conecta uno o qué se “sigue”, cuál es la red de mi preferencia.

El perfil de un perplejo

Que una proporción cada vez más grande de la población use tanto tiempo y ponga tanto empeño en una actividad que adopta la forma de una verdadera compulsión, es ya una razón para pensar un poco en el atractivo que ejerce esta forma de comunicación (vista desde fuera, incluso, parece un tanto absurda). Pues, ¿por qué no hablar con el amigo que está enfrente? ¿Qué sucede que es más difícil seguir con atención lo que sucede en la “realidad” que en el espacio virtual? ¿Por qué tanta gente está cada día más pendiente de su celular o su computadora? ¿Por qué una de las mayores desgracias cotidianas es que no haya servicio de internet (o que se “caiga” la señal)? ¿Por qué las personas que aún no están conectadas quieren estarlo?

Confieso que hay una razón personal para esta reflexión, por lo que tengo que proporcionar parte de mi antediluviano “perfil”: a veces envío o recibo algún mensaje con el celular, uso mi correo electrónico y hasta tengo cuenta en 3 redes sociales (Facebook, Linkedin y Google +, que casi no uso), pero como ya soy un vetusto anciano de casi 40 años y cuando fui adolescente no anduve pegado a mi inexistente celular ni estuve adscrito a ninguna “red” (apenas me reunía con los amigos en la esquina de la cuadra), me despierta mucha curiosidad la fascinación que sienten los jóvenes, y también otros no tan jóvenes, por el uso de estos medios. Además, las explicaciones que se dan sobre el uso y abuso señalado no terminan de convencer. Creo que son muy superficiales y, aunque ofrecen ciertas pistas sobre la “ideología” del consumidor/usuario de las redes, resultan insuficientes para explicar el enorme atractivo que despiertan.

Como ya lo ha hecho una lista ilustre de críticos sobre la comunicación humana, hay que señalar que el hecho que alguien hable, escriba o “twitee” no significa que realmente se esté comunicando en un sentido al cual cabría llamar de real o profundo. Pero esta es una forma de comunicación que se está haciendo imperiosa para muchos. Que llega a sustituir, en cierto sentido, las formas más “tradicionales”. ¿Por qué?

El uso de internet

El uso de celulares y computadoras, así como de sus distintas aplicaciones como correo electrónico, cuentas en redes sociales, búsqueda de información, etc., parece no ser ya una opción, sino una obligación… por lo menos para una minoría importante de la humanidad, entre ella, ciertos sectores de la sociedad guatemalteca. Para una mayoría, el uso de la tecnología es, como se dice en los círculos publicitarios, algo “aspiracional”.

Sin embargo, hay un uso creciente de internet y de las redes sociales. Según información de elPeriódico (Facebook kids, 05/06/2012), se calcula que 2.3 millones de guatemaltecos y guatemaltecas tienen cuenta en Facebook. La población del país es en 2012, según cálculo del INE, de 15,073,375 personas, por lo que los usuarios de esta red social representan un ya importante 15.26% de la población. El cálculo varía si se considera que los usuarios principales son jóvenes y adultos jóvenes entre 15 a 34 años y este segmento tiene un poco más de 4.2 millones.

Este segmento que es, a grandes rasgos, joven, educado (los analfabetos tendrán que conformarse con usar el celular para, ¡Dios mío!, hablar), urbano, no puede imaginar un mundo sin el estar “conectado”. Seguro que ya muchos adolescentes miran incrédulos o con una fuerte conmiseración (que colocan en su muro) a sus padres cuando empiezan hablar sobre “los tiempos en que no existía internet o las redes sociales”.

Y no es que dude que hay usos “legítimos” de las redes sociales. Desde convocar manifestantes para iniciar una revolución (aunque dicho sea de paso, esta no es la razón de una revolución, sino un medio que puede convocar eficazmente a muchas personas), pasando por encontrar algún amigo que no veía desde el kinder, hasta transmitir un mensaje importante (improbable, pero posible). Sin embargo, el mensaje es el medio. Pero medio ¿para qué? o ¿de qué? That’s the question, pondría en su cuenta de twitter Shakespeare.

El “mensaje oculto que está escondido”: la sexualidad[2]

Lo dicho hasta este punto resulta un panorama más o menos sabido, lo que me parece que no resulta tan conocido, o reconocido, son ciertas raíces emocionales y sociales que permiten ayudar a comprender la fascinación del “estar conectado” en las redes sociales. Y más precisamente, el uso adictivo o compulsivo que puede llegar a tener para muchos usuarios.[3]

En primer lugar, la comunicación a través de pantallas y pantallitas, así como el uso de las redes sociales, son un buen sustituto de las relaciones cara a cara, pero sin los compromisos o los aspectos que las hacen tan frustrantes. De hecho, las redes sociales pueden ser un buen escape frente a problemas originados por las relaciones interpersonales “tradicionales”. Por ejemplo, el caso de un hombre casado que se sumergió en un juego de una red social para evitar las molestas discusiones con la esposa.

Si la interacción cara a cara es todavía molesta (el otro tiene sus propios deseos), en internet o en el celular, el usuario es el soberano. Decide con un clic quién puede acceder a su perfil y quién no. El otro no tiene el inconveniente de ser un cuerpo subjetivado y necesitado. Es una serie de imágenes y de mensajes que se pasan rápidamente. Claro, hay un ser de carne y hueso que está tras esas imágenes (o por lo menos eso es lo que uno todavía cree), pero la interacción cara a cara, que puede poner en cuestión a la persona, queda soslayada y se evitan las partes más molestas. De allí que se pueda escuchar la expresión “vos me caes mejor en la pantalla que en persona”.

Pero además, las redes sociales son también la promesa siempre renovada de encuentros con personas fascinantes que están dispuestas a encontrarse unas con otras. Basta con ver las fotografías del perfil de las personas. A veces cuando las veo pienso si realmente son las personas que conozco.

Esta promesa de encuentro con alguien fascinante es también una promesa amorosa. Si se combina la relación sin la frustración que por milenios ha conllevado la interacción personal con la promesa de un encuentro amoroso, entonces se tiene el camino a Japón: la autosatisfacción a través de aparatos eléctricos y uso de internet, una combinación de lo que Santiago Alba llama “sexo y pereza” y que, visto bien, es una desgracia antropológica. En Japón, que en muchos sentidos es el futuro, incluyendo la amenaza catastrófica de destrucción del medio, las relaciones cara a cara se van desechando por las molestias que originan.

Lo que nos lleva a una tercera razón ligada al deseo. Es probable que muchos frunzan el ceño, pero el internet es una estupenda forma, aceptada socialmente, de canalizar el par exhibicionismo-voyeurismo. Como se sabe, los exhibicionistas eran unos señores a los que les gustaba mostrar sus genitales enfrente de un público indignado y el voyeurista era el que faltaba en ese público indignado: era el señor que se moría por ver a los otros (como siempre, uno de los primeros que reflexionó sistemáticamente sobre ese fenómeno fue Freud).

Sin embargo, hay una diferencia importante. Mirar el cuerpo y que vean el propio cuerpo no es exactamente ver el perfil de otra persona o que muestre el mío. Como dicen los psicoanalistas, el exhibicionismo-voyeurismo de las redes sociales está sublimado (o es menos sincero). Su origen se encuentra en la sexualidad, pero el objeto que le satisface es sustituido. Además, si mirar el cuerpo y mostrar el cuerpo está prohibido en la vía pública, observar las manías más inofensivas, exhibir las preocupaciones más anodinas está realmente alentado por las redes sociales.[4] Ver la imagen de los otros, lo que dicen, lo que sienten, siempre es entretenido (el chisme lo es). Así como también lo es exhibir la propia imagen y lo que uno piensa.

Entonces, el ver y ser visto también se conecta con el narcisismo, que tiene su parte en el asunto de las redes. Entre otras cosas, el narcisismo es lo que hace que la primera persona que uno busca en las fotografías grupales sea uno mismo. Pero Narciso no sólo está enamorado de su propia imagen. También quiere que los demás la amen. El perfil está para eso: para buscar la aprobación de los demás. La ansiedad que se genera al revisar ansiosamente cuántos amigos se tienen en las redes sociales y si han cliqueado “me gusta” en alguna publicación de mi muro, es una muestra de la importancia de la propia imagen virtual.

Finalmente, otra razón para el uso adictivo de las redes sociales tiene que ver con una defensa contra la soledad o la depresión. Se conoce que los comportamientos maníacos (o adictivos) son una maniobra de defensa contra sentimientos de vacío, soledad o tristeza. Además de la sensación de estar conectado, la monumental cantidad de información, que es producida continuamente, noche y día, hace imposible que aparezca la sensación de soledad o aburrimiento.

La promesa de El Mensaje

Hay algo que, aunque también ligado al deseo, no es exactamente deseo: es la promesa. Un mensaje, un link, una fotografía, son la invitación a una respuesta. En primer lugar, a cualquier respuesta. Es la señal de aviso de que se existe en la red y que se necesita una respuesta. De ella se podría decir, aunque en un grado menor, lo que dice Roland Barthes respecto a las cartas amorosas: “Como deseo, la carta de amor espera su respuesta; implícitamente exhorta al otro a responder”.

En principio, cualquier respuesta. El horror al vacío que sucede en la naturaleza tiene un equivalente “virtual” que se manifiesta en el horror a la falta de respuestas a los mensajes que envío. La falta de respuestas es la debacle. Sería peor, incluso, que estar desconectado. Porque significa que nadie me hace caso, es decir, soy “recha”.

Pero cualquier respuesta no es suficiente. Pienso que este es un aspecto muy importante del goce de las redes sociales. La experiencia de estar conectado en una red social tiene que ver con la expectativa (un poco ingenua, por supuesto) de que el próximo mensaje que se reciba será importante. Si se quiere, la “fenomenología” del uso de las redes sociales tiene que ver con la emoción asociada a recibir una comunicación trascendental. Siempre se espera más. No una respuesta. Sino La Respuesta. Es decir, una epifanía virtual.              

Es claro que esto no se da. O se da muy pocas veces. La mayor parte de las veces las respuestas son proporcionalmente tan insubstanciales como el mensaje que se colocó primero. Decir que se está comiendo tal cosa en tal centro comercial solo puede recibir respuestas semejantes. Pero la promesa implícita es esa: los mensajes venideros serán más importantes. Y quizás, algún día, se reciba uno de veras importante.[5] Trascendental.

Tampoco esto resulta totalmente novedoso. Vivimos, como lo dice el sociólogo Zygmut Baumann, en una modernidad líquida en el que las relaciones también son líquidas y quizás, allí en el fondo, se busca un asidero, algo que ofrezca un centro y seguridad. Lo nuevo con internet y estas nuevas formas de comunicación es que se adaptan/expresan/refuerzan tendencias existentes en la modernidad líquida. Se adaptan muy versátilmente a los requerimientos líquidos de la sociedad.

Invitan a la excitación de lo nuevo, al contacto (sin tanto compromiso), a una vida “divertida” que encuentra más estímulos que los que puede procesar razonablemente.

No sé si con esto logre el propósito de reflexionar sobre el placer y el encanto en el uso de las redes sociales. Pero espero, ansiosamente, la respuesta que puede venir. ¿Quién sabe? Quizás sea La Respuesta.

 

* Mariano González es docente de la Escuela de Psicología de la Universidad de San Carlos de Guatemala e investigador de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala. Escribió este artículo para Plaza Pública.




[1] Como fiel creyente, aducía una serie de ventajas sobre otras opciones. Señalaba que en el correo personal a veces no hay mensajes, en facebook puede que una o dos personas estén escribiendo. En twitter, sin embargo, “siempre está pasando algo”. Creo que, aunque como medio es novedoso, la experiencia humana en el uso de redes tiene filiaciones bastante antiguas, aunque los usuarios piensen que son la primera generación en sentir esto.

[2] La atroz redundancia del subtítulo la tomo de un trabajo universitario que tuve que calificar en alguna ocasión.

[3] Hablando con la misma usuaria que señalaba que twitter era la posibilidad de “tener acceso al alma de muchas personas”, discutíamos sobre la defensa del uso de las redes en términos muy similares a la defensa que algunos adictos de sustancias hacen de su adicción: en términos francamente entusiastas (un amigo me hacía la sabia observación de que todo fumador de mariguana es un apologista de la mariguana). Creo que la analogía no es casual. Por lo menos en el caso de la adicción a estos medios.  

[4] Es claro que estoy hablando de tendencias, pero tendencias que revelan lo esencial. Por otra parte, hay que señalar que Internet también es una mina para las “parafilias”, es decir, para la expresión más tradicional de las perversiones. El mercado también lo alienta. Pero el aspecto económico de todo esto es otra historia.

[5] Es obvio que muchas personas, especialmente algunos jóvenes urbanos de clase media, viven la comunicación de los medios como algo crucial para sus vidas. Allí se dirimen sus problemas más importantes: amistades y noviazgos. Pero de fondo, sugiero que todos esperan  que la respuesta a su comunicación sea un mensaje trascendental. De más está decir que dicho mensaje todavía no llega. 

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