Achaques, acusaciones, polarización, nada de diálogo ni de debate. Es desolador porque los escasos minutos sirvieron para que uno le endilgara al otro la responsabilidad de la masacre, con el olor de la tragedia y el dolor de los familiares aún en nuestras narices.
Sería mejor que cada uno asumiera sus responsabilidades. Recordemos que ambos manejan casi la mitad del Congreso desde hace tres años y medio –con todo el poder que tiene el Legislativo–, que ambos han participado directamente en el diseño de la estrategia de seguridad de la administración anterior y la actual –Pérez como comisionado de seguridad de Óscar Berger y Torres con el nombramiento de ministros como Gándara y gran influencia en todo el gobierno de su ex esposo Álvaro Colom–, que ambos tienen en sus círculos y en candidaturas a personas que han sido señaladas de estar cerca de mafiosos y que ambos tienen todavía una deuda con la ciudadanía en materia de propuestas de seguridad y de cómo encarar la amenaza más grande para la seguridad de los ciudadanos: el narcotráfico, ahora en su versión Zeta.
Que uno de los candidatos diga que solucionará la inseguridad con “mano dura y con decisión” (y quizás excesos del pasado) y que la otra candidata nos diga que lo hará “aplicando al tema de seguridad la misma vehemencia” (y quizás resistencia a la fiscalización) que tuvo con los programas sociales, no nos resuelven las dudas sobre sus planes de Gobierno.
Los siguientes dos candidatos con alguna oportunidad de llegar al tercer lugar, Harold Caballeros (Viva-EG) y Manuel Baldizón (Lider), deberían interceder en el debate. Uno haciendo propuestas y otro dejándolas de hacer. Caballeros con ideas concretas y Baldizón dejando de traer a la mesa de las conversaciones ideas tan cavernarias como ejecutar a reos en el parque central.
El resto del pelotón de candidatos serios, Suger, Menchú y De Arzú, que tampoco tienen posibilidades y deberían hacer énfasis en los cinco diputados que podrían llevar sus partidos al Congreso, deberían aprovechar sus campañas para colocar propuestas en la mesa.
Si lo que necesitara el país fuera echarse culpas, eso no precisaría de campañas electorales. Los adictos al márketing político siempre nos recuerdan que estas fechas no son para explicar y ser profundos, sino para convencer, para ganar. Eso exige, reconocen invariablemente, resultar simples, superficiales, resumir el mundo en un lema.
Puede ser. Pero lo que la ciudadanía espera de los partidos es que hagan todo lo que olvidaron hacer en épocas no electorales: diagnósticos profundos, toma de responsabilidades, depuración de sus listados de candidatos a alcaldes y diputados –en donde probablemente habrán representantes de narcotraficantes o los mismos mafiosos–, y propuestas.
Propuestas desde el fortalecimiento de la Policía Nacional Civil y cuerpos élites, pasando por la depuración del Ejército para que pueda combatir a los narcotraficantes y garantizar la soberanía del territorio, hasta la promoción del debate a nivel regional sobre la despenalización y alternativas más creativas. Que hagan todo eso. Otros países aprovechan las elecciones para poner sobre la mesa ese tipo de asuntos.
Sin esos debates y sin ese liderazgo, los políticos carecen de una de sus principales razones de ser en una democracia.