A pesar de que las decisiones no se den en un proceso muy ordenado, o estén basadas con mucha frecuencia en la intuición, todas las personas decidimos sobre nuestras vidas. Nuestra capacidad de decidir está, sin embargo, mediada por múltiples factores, que incrementan o restringen nuestras opciones para “tomar” esas decisiones.
Tenemos restricciones de tipo cultural, social o familiar y por supuesto económico. Por ejemplo, nuestro origen religioso no nos “permitiría” elegir una pareja con tal o cual característica –no porque conscientemente no lo queramos– porque las creencias (entre otras cosas) actúan como inhibidores o potenciadores de nuestros gustos y preferencias. Así, también el sistema económico les posibilita a unos tomar múltiples decisiones mientras a otros les restringe enormemente sus opciones de vida, de educación o de acceso a recursos.
Ahora bien, lo interesante para el tema es la capacidad de la política pública para intervenir o no en la decisión de los migrantes. En el país y en general en el Triángulo Norte, se implementan acciones para “evitar” que la gente migre… pero las acciones generalmente no ven las causas por las cuales la gente migra. ¿Por qué una persona toma la decisión de migrar?
Por un lado, una gran parte del sistema económico internacional está basado en la explotación de mano de obra barata y poco calificada, que si no se encuentra en el mercado nacional se importa. Estos flujos de personas que llegan a los países desarrollados se insertan generalmente de manera precaria.
El punto de partida entonces es reconocer a los nacionales como sujetos de derechos y sujetos de atención del Estado. Muchas de las soluciones están en la inversión pública tanto en los países de destino (ampliando las capacidades de los consulados), como en mejor calidad y cobertura de los servicios públicos, en generación de empleo digno y provisión de seguridad social.
El país expulsa personas convertidas en mercancía por medio de las migraciones precarias, la mayoría de las veces para suplir las funciones del Estado, o a pesar de ellas. Los expulsa en condiciones de alta vulnerabilidad, sin un centavo para la camioneta (o el tren) y ante la alta probabilidad de que en el camino se les asesine, extorsione, secuestre, etc. … incluida la posibilidad de que la patrulla fronteriza les pegue un tiro aduciendo haber confundido gente con cargamentos de droga.
¿Podemos creer que la gente, automáticamente se levanta un día y se cruza la frontera sin haber tomado una decisión? ¿Sin tener la noción de los riesgos a los que se enfrenta, y de los balances entre las posibilidades de éxito o fracaso? ¿Sin haber decidido empeñar su casa como único recurso? Como ya se dijo esta decisión está mediada por una gran cantidad de factores, pero finalmente es una decisión individual aunque vinculada a la comunidad por múltiples formas.
Recuerdo bien que cuando leí las cifras del IDH mundial sobre desarrollo humano y movilidad (2009), no me quedó ninguna duda de que tomar la decisión de migrar era en efecto, la mejor entre la gama de posibles decisiones para mucha gente, ante la ausencia de opciones en sus territorios (pensemos también en la migración interna).
No se trata de que la gente sepa de estadísticas, pero en este mundo todo se sabe. Baste decir entonces que para los niños nacidos en países de destino con mejores indicadores de salud o de educación, hay más probabilidades de sobrevivir y de recibir una buena educación que en el país de origen. También los hijos de migrantes gozan muchas veces de los beneficios económicos de las remesas y de la exposición a un mundo interconectado. Los y las migrantes mismas ganan autonomía, mejores ingresos, reconocimiento y a veces hasta derechos…
¿Cómo podemos esperar que las personas quieran dejar de migrar? Piense usted en sus pares, las personas deberían tener derecho a decidir qué futuro es mejor para ellos, ellas y sus familias, sea donde sea. Pero eso solo lo puede posibilitar un Estado que intervenga entre las grandes inequidades del sistema económico y social.
La solución es invertir en este país para mejorar las condiciones de vida de {toda} la gente… la apertura de las fronteras, permitir que las migraciones sigan sus ciclos tradicionales (generalmente circulares), para promover otras alternativas de vida, regularización y protección… Sobre todo que los migrantes no sean invisibles… y si lo desean, que regresen.
¡Migrar es un derecho! Pero no hacerlo, también.
(Ojo que esto vale para los centroamericanos en Guatemala también)
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