Recuerdo que durante mi estancia en la Nueva Inglaterra, disfruté de recorrer los cementerios regionales debido a que algunas de las tumbas tenían fechas tan lejanas como 1690 (con lo cual la persona allí enterrada habría sido un miembro original de las primeras oleadas de colonos puritanos). En el pueblo de Sleepy Hollow en el área de Nueva York, hay una vieja iglesia holandesa protestante cuya fundación es anterior a 1690. El cementerio de dicha iglesia posee tumbas con fechas incluso previas a la llegada del Mayflower. Entre ellas, la más vieja data de 1607, fecha importante en la historia de los Estados Unidos pues es la fecha en la cual fue reconocido por la Corona Británica el primer asentamiento de colonos británicos.
Pero si se trata de la lectura de epitafios, probablemente ninguna experiencia sea tan reveladora cómo la visita a las Catacumbas Romanas. Sobre el conjunto de cavernas y pasadizos que la conforman, las más importantes son conocidas como las Catacumbas de San Calixto. Dentro de las muchas prácticas interesantes en la vida romana antigua destacan no solamente los ordenados y civilizados rituales funerarios, sino la construcción de las necrópolis. Ante la escasez de terreno (citando al romanista Devlin) para poder hacer frente a la demanda mortuoria, los romanos paganos (para diferenciar de aquellos romanos conversos al judaísmo o al cristianismo) y miembros de las clases acomodadas comenzaron a cremar sus difuntos y a depositar las cenizas en recintos de tamaño proporcional que con el tiempo tendrían una expansión vertical. Se cree también que para evitar la profanación de los cadáveres de soldados romanos, la práctica de quemar el cadáver resultó muy útil. Quemar el cuerpo del difundo era algo novedoso pues, las prácticas funerarias del mundo antiguo no iban más allá de la inhumación, ya fuera un cuerpo embalsamado o no. Para los judíos y por definición los primeros cristianos (quienes no eran tan diferentes de los judíos) cremar no era un opción puesto que el cuerpo debía regresar a la tierra y hacerse polvo esperando la Resurrección de los Justos.
Bajo el gobierno del Emperador Domiciano, los judíos fueron permitidos a tener cementerios separados de los romanos. Sin embargo, los cristianos debieron de buscar mecanismos alternos para poder sepultar los residuos (no es burla, eso eran) de sus hermanos martirizados. Recuérdese que hay por lo menos 10 grandes persecuciones romanas contra los cristianos, iniciando con Nerón y concluyendo con Diocleciano. Para tal efecto, la lectura de la obra de John Foxe puede resultar muy útil. Su texto Historia del Martirio Cristiano en Roma (1563) constituye el esfuerzo de uno de los primeros martiriólogos. Lo que gusto de esta obra no son solamente los epitafios inspiradores de los mártires romanos, los cuales contrastan con el sentido cínico y fatalista de los epitafios en las necrópolis paganas: Lo fantasioso y la aceptación sobre el carácter inútil de la existencia humana puesto cara a cara.
Rescato los relatos de las torturas que Foxe hace. El antiguo cristiano era primero vigilado, puesto en prisión, luego castigado, luego torturado, luego quemado y posteriormente decapitado. (Lo último reservado, aunque no siempre, para los ciudadanos romanos). Me hace pensar en la obra de Foucault, Vigilar y castigar. Encuentro una constante humana en la tortura, la quema y la desmembración del cuerpo: Roma, la Inquisición, los Estados genocidas y el narco-horrismo.
La diferencia es que muchos inocentes no tienen epitafio para contar su historia.
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