Entre Santa Maradona, el gobernador de Huehue y el circo para las masas

El poder del fútbol no se discute.  Por ejemplo, en 2006, pese a la presión de la embajada, el Congreso de Guatemala dejó de discutir el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, casualmente al inicio de la Copa del Mundo de ese año. Ayer, el gobernador de Huehuetenango sugirió como técnica para la conflictividad que una empresa generadora de energía provea pantallas gigantes para ver el mundial o las novelas.

Personalmente, he pasado más de alguna noche en vela para ver un partido de la antigua Copa Intercontinental, y en la medida del físico de un hombre pasado de los cuarenta, sigo jugando una vez por semana. Admito que estuve el sábado pasado frente al televisor para ver al Atlético del Cholo Simeone. Además, sigo pensado que el Diego fue el mejor diez que he visto. Mea culpa.

Sin embargo, más allá de lo que se vea en las canchas, este Mundial estará marcado por las protestas sociales en Brasil. El cuestionamiento de porqué construir estadios de fútbol  y organizar la copa por encima  del gasto social, se explica por esa receta que anima a la clase política a  proyectar la gloria futura de un país, en este caso, la gran potencia emergente –búsquese  Brics, en Google–  organizando un Mundial y unas Olimpiadas.  Hace unos años, ésta habría sido una fórmula ganadora, capaz de exportar la imagen más alegre y festiva de cualquier pueblo del mundo. Pero algo ha cambiado, para bien.

El País, en una nota publicada en marzo de este año, recoge las declaraciones de Romario, un ex campeón del mundo, ahora diputado federal y cabeza visible de la oposición al Mundial, quien criticó en un comunicado  "haber gastado 434 millones de dólares en la reforma del estadio Maracaná… cuando alrededor del estadio hay hospitales chatarra, escuelas precarias y transporte público de mala calidad". Romario se ha enfrentado a lo largo del último año a la FIFA y a otras viejas glorias del fútbol brasileño, como Ronaldo y Pelé, en una batalla de declaraciones públicas en las cuales sus adversarios hacen gala de una monumental falta de argumentos.

El Mundial pondrá a prueba las estructuras de seguridad brasileñas, que no pueden darse el lujo de la repetición de un tiroteo narco en Río de Janeiro, y en teoría, nos permitirá apreciar la verdadera dimensión de una ciudadanía que es capaz de reclamar de las autoridades la atención sobre lo que deberían ser las prioridades, superando a las industrias de marketing que se han esforzado en enviar un mensaje de la falta de patriotismo en quien no apoya a la selección nacional.

Y el fútbol será, una vez más, leyenda. La maquinaría esta lista.