En el pasado, cuando era joven, me habría conformado con una explicación sencilla que confirmara mi propia lectura de la realidad. El mundo visto así era bastante simple aunque yo pretendía incluir la dialéctica en mis argumentos.
Hoy que estoy más crecidita, comienzo a ponerme exquisita y las explicaciones simples ya no me convencen y sobre todo, no me conmueven. Ahora necesito pruebas, datos, información verdadera que me dé certezas, aunque no me despierte pasiones.
Los hechos...
En el pasado, cuando era joven, me habría conformado con una explicación sencilla que confirmara mi propia lectura de la realidad. El mundo visto así era bastante simple aunque yo pretendía incluir la dialéctica en mis argumentos.
Hoy que estoy más crecidita, comienzo a ponerme exquisita y las explicaciones simples ya no me convencen y sobre todo, no me conmueven. Ahora necesito pruebas, datos, información verdadera que me dé certezas, aunque no me despierte pasiones.
Los hechos ocurridos el jueves pasado siguen teñidos de incógnitas, vacíos de información que me generan un mar de incertidumbre, que se enlaza al desconsuelo de querer buscar una sola razón que justifique la pérdida de vidas humanas en un conflicto. Como no encuentro respuestas en el presente, examino el pasado para aprender de lo vivido.
El caso de Rosenberg nos enseñó que podemos confiar en la institucionalidad. Que no debemos actuar por pasión, sino apegados a la razón. Igual que lo hizo en la crisis que desató la muerte de Rodrigo. Confío en que el Ministerio Público aclare las dudas y siembre las certezas que esta nación necesita.
Igualmente, el pasado conflicto con los estudiantes de magisterio nos dejó otro aprendizaje, que se confirma con este de Totonicapán. El ejército NO debe intervenir en ningún conflicto social. No solo porque los soldados están formados para atacar, sino porque su presencia es contraproducente por el rol que este aparato jugó en el conflicto armado. Las organizaciones y las comunidades desconfían de ellos, tanto como ellos desconfían de los grupos organizados.
Finalmente, este país ya pasó por un conflicto armado que dejó alrededor de 200,000 muertos. Todas esas muertes no solucionaron nada, como tampoco lo harán los ocho ciudadanos que murieron el jueves pasado. Me parece bastante obvia la lección. En la democracia, la única vía para resolver las diferencias es el diálogo. Dialogar significa que estamos dispuestos a ceder en nuestros intereses y posiciones para buscar el bien común.
Las organizaciones sociales tienen que aprender a ser tolerantes y a manifestarse sin violar el derecho de otros, así como el Gobierno tiene que aceptar que estos movimientos sociales son un actor social y político con fuerza, y derecho a manifestarse como cualquier otro. Son por derecho propio, parte del mapa político de este país.
Hago un llamado a actuar más con la razón que con la pasión, a confiar en las instituciones, a no utilizar al ejército como medida de control en conflictos sociales, a optar por el diálogo más que por las medidas de hecho, a que organizaciones sociales y Gobierno se reconozcan y legitimen mutuamente, y más que nada hago un llamado para que no justifiquemos la muerte de ningún ser humano por causa de un conflicto.
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